Opinión

La disidencia feroz

  • El autor reflexiona sobre las recientes quejas de los en su día investigados por la juez Alaya, como el ex presidente del Betis Manuel Ruiz de Lopera o el ex consejero de Innovación Francisco Vallejo.

El abogado Rafael Prieto Tenor

El abogado Rafael Prieto Tenor / EFE

El dramaturgo Eugène Ionesco nos mostró las mejores piezas del absurdo. En una de sus obras hay una mujer que tiene tres narices. En otra,las personas empiezan a transformarse en rinocerontes sin causa. En otra más, un cadáver crece hasta desbordar el espacio de la habitación. Fenómeno parecido al de algunos miembros de la judicatura, que rebasan el espacio disponible y critican las actuaciones de sus homólogos.

Naturalmente, como derivada ineludible, aparecen los dignísimos damnificados. Don Manuel se queja de que, pese a su sentencia absolutoria, aun recurrida, las nuevas sombras de sospecha lesionan su imagen pública. Ciertamente. El otro Don Manuel, inocente hasta que se demuestre lo contrario, se queja del intento de creación de un estado de opinión en la sociedad y del condicionamiento de su tribunal sentenciador. Last but not least, un ex consejero que, partiendo de los antecedentes mediáticos, considera que quien le tiene que juzgar en Invercaria tiene una idea preconcebida del fallo, con independencia del juicio oral, reducido así a mero trámite.

Aranguren, en su Ética (1959), nos invitaba a hacernos mejores a nosotros mismos, “hacer, en la medida de nuestras posibilidades, una España más justa, un mundo mejor” como “gran tarea ética que, mientras vivamos, nos está esperando”. Siendo éste nuestro irresistible cometido, la cuestión se centra aquí en ponderar si la búsqueda de ese mundo mejor justifica causar un daño gratuito y deliberado a ciudadanos que sufren y a familias que también sufren con y por ellos.

Como finaliza Aranguren, “somos constitutivamente morales… ser humano es lo mismo que ser moral”. Y ocurre que, con la coartada de la denuncia pública judicial, mal entendida como un beneficio al sistema, enfilamos el perverso camino de la disidencia dañina.

Somos muchos los que rechazamos la realidad que vemos y quisiéramos contribuir a la utilidad común o a la felicidad del mundo. Nihil novum sub sole. Voltaire (1694-1778), a través de sus obras y de sus descarnadas defensas, destacó por su activismo para transformar la realidad político-social. Quedándonos en Francia, más contemporáneamente, Jean-Paul Sartre y Albert Camus son ejemplos de insumisos incapaces de callar ante una injusticia o un abuso de poder. Pero lo que no tiene parangón en la intelectualidad reivindicativa, y aún menos en la intelectualidad de corte jurídico, es que la batalla degenere hasta la crueldad sobre el justiciable.

Platón, en sus Diálogos (Critón o Del deber), censuró que se contestase la injusticia con injusticia. Heráclito también apelaba a la sensatez de todo hombre y la misma Biblia nos exhorta (Mateo 9:13) a una actitud misericordiosa con aquellos que tropiezan porque toda ley se concentra en el amor al prójimo (Gálatas, 5,1.13-18). El escarnio público del reo no puede ser jamás una opción en sociedad.

Victoria Kent dedicó su vida a luchar por la dignidad y el respeto civilizadamente humano que merecen los condenados. Concedámosles siquiera lo mismo a los todavía inocentes.

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