Provincia de Cádiz

La Operación Félix: el asalto a Gibraltar

  • Ramón Serrano Súñer y el almirante Wilhem Canaris trazaron en 1940 las líneas maestras de la invasión nazi al Peñón, un proyecto esencial para Hitler que jamás convenció a Franco.

CON la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea a través del controvertido Brexit, la cuestión gibraltareña ha vuelto a tomar cierta relevancia, considerando las especiales circunstancias que se dan en esta colonia británica (incluso cuenta con una selección nacional de fútbol). Ello ha dado pie para que el ministro de Asuntos Exteriores español, José Manuel García-Margallo, dejándose llevar por su habitual locuacidad, haya realizado diversas manifestaciones, bien apuntando a una razonable soberanía compartida, bien atendiendo a su particular desahogo patriótico bajo la afirmación de que pronto ondeará la bandera española en el Peñón.

La verdad es que España, desde la pérdida de Gibraltar siguiendo los dictados del Tratado de Utrech (1714), en el fondo nunca renunció a su soberanía, ya sea por la fuerza armada o por la diplomacia. Carlos III sometió al Peñón a un intenso bombardeo por medio de unas baterías flotantes que no consiguieron el objetivo de su conquista y en el que, por cierto, encontró la muerte, entre otros, el poeta de San Roque José Cadalso. A partir de ahí, con una Inglaterra cada vez más afianzada como potencia mundial, España abandonaría la vía militar para centrarse más en las acciones diplomáticas, hasta el punto de que la ONU en 1969 dictaminó la descolonización de Gibraltar, aunque Inglaterra desde entonces ha venido haciendo caso omiso de ella.

Más olvidado resulta uno de los proyectos que, de llevarse a cabo, bien pudiera haber provocado un giro inesperado en el curso de la Segunda Guerra Mundial. Nos estamos refiriendo al plan que Hitler diseñó para en 1941 apoderarse de Gibraltar con la colaboración española y que se conoce con el nombre de Operación Félix. Dicho plan, cuyo objetivo primordial era cerrar el Estrecho a los ingleses, contó por ambas partes con dos figuras claves: de un lado, Ramón Serrano Súñer, cuñado de Franco, que no ocultaba sus simpatías por la Alemania nazi y que, aunque entonces era ministro del Interior, en la práctica ejercía oficiosamente de jefe de la diplomacia española; de otro, el almirante Wilhem Canaris, siempre ambiguo y hábil negociador, jefe de la Oficina de Información alemana y al que muchos consideraban, incluso, mejor informado que el propio Hitler en gran número de cuestiones. A lo largo de 1940 se fueron trazando las líneas maestras de esta operación, con visitas de Canaris a España para entrevistarse con altos mandos del Ejército y de Serrano a Alemania, donde mantuvo conversaciones con el propio Führer. Por cierto que el Hotel Cristina de Algeciras, de sobrio y elegante estilo británico, sirvió de mudo escenario a un buen número de intrigas y casos de espionajes, tanto por parte de ingleses como de alemanes. Con la decisión sobre Gibraltar definitivamente tomada, el 18 de septiembre de 1940 Hitler le escribió una carta a Franco dándole todos los detalles y de la que entresacamos el siguiente párrafo: "Esta operación puede y debe realizarse con éxito en pocos días si se emplean en la acción tropas de asalto y medios de combate de alto valor y experimentados en la guerra. Alemania está dispuesta a ponerlos en cantidades necesarias a disposición y bajo el mando superior español".

Básicamente el plan, ideado por el general Alfred Joldl, consistía en que dos cuerpos de ejércitos alemanes entrarían en España ayudados por la aviación y los submarinos, dándose por descontado el consentimiento de Franco y cifrándose el asalto para mediados de enero de 1941. No hacían falta cañones de grueso calibre como mantenían los españoles, pues los alemanes se inclinaban más por las incursiones de sus stukas y tampoco se descartaba que intervinieran en Portugal, habida cuenta de la tradicional amistad angloportuguesa. Esta operación se asemeja bastante, salvando las distancias, a la realizada por Napoleón en 1808, que, con pretexto de invadir Portugal, introdujo tropas en España, ocupándola de hecho. Por el contrario, en aquellos momentos Inglaterra, temiendo un asalto al Peñón como el que se tramaba, astutamente hizo llegar al embajador español en Londres, Duque de Alba, su disposición "a reconsiderar el futuro de Gibraltar después de la guerra si Franco no la atacaba durante la misma".

Pero fue a raíz de la entrevista que en Hendaya Hitler mantuvo con Franco el 23 de octubre de 1940, cuando aquel manifestó de forma más apremiante su deseo de que España entrara en la guerra al lado de Alemania, en contra del criterio, mucho más realista, de Canaris, que prefería mejor una España neutral que beligerante, aunque con discretas y secretas concesiones a Alemania, habida cuenta de las enormes carencias por las que entonces atravesaba nuestro país, que, por cierto, debía aún 20 millones de marcos a Alemania en concepto de la ayuda que Hitler le había prestado a Franco durante la Guerra Civil. A pesar de todo, las condiciones que éste puso para dar ese decisivo paso eran que Inglaterra estuviese derrotada, cosa que no ocurría, y que Hitler le garantizara el control de todo Marruecos, el Oranesado y otros territorios africanos, cosa que los alemanes no estaban dispuesto a aceptar. Por otro lado, bien sabía Franco que dicho paso supondría la ocupación de las Islas Canarias por la marina inglesa y que gran parte del combustible que España consumía sólo se lo podían proporcionar, paradójicamente, los anglosajones. En consecuencia, se limitó a ir dando dilaciones y evasivas a Hitler sin concretar nada, hasta el punto que Alemania decidió postergar la Operación Félix a finales de enero de 1941 y finalmente cancelarla, sin duda ya con otros proyectos más urgentes en perspectiva.

Todavía, entre marzo y mayo de 1941, los italianos lanzaron torpedos contra Gibraltar, aunque con escasa efectividad. Sin embargo, a partir de ahí en ese mismo año tuvieron lugar dos hechos de singular importancia que a la larga supondrían un fuerte revés para Alemania: en junio las tropas hitlerianas invadieron la Unión Soviética y en diciembre los japoneses atacaron la base naval de Pearl Harbor en el Pacífico, lo que provocó la intervención inmediata de los Estados Unidos en la contienda mundial. Con todo, Franco seguiría haciendo de la soberanía española sobre Gibraltar una de las constantes más socorridas de su política, hasta el punto de que, muy poco después de cancelarse la Operación Félix, se sucedieron sonadas manifestaciones ante la embajada británica en Madrid. A ellas corresponde aquella anécdota atribuible a Sir Samuel Hoare, quien ante la insistencia de Serrano Súñer de enviarle más policías, el embajador inglés le contestó que mejor no le enviara más manifestantes.

Casi al final de la guerra y poco antes de su suicidio, Hitler reconoció que uno de sus errores más garrafales había sido no haberse hecho con el control de Gibraltar. En cuanto a Serrano Súñer, cayó en desgracia políticamente en 1942, siendo ya ministro de Asuntos Exteriores, y nunca más ostentaría cargo alguno dentro del franquismo, muriendo en Madrid el 2003, a los 102 años de edad. Por su parte, al almirante Canaris fue ahorcado el 9 de abril de 1945 en un campo de concentración a los 58 años, acusado de conjurarse contra Hitler en la llamada conspiración Valquiria.

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