Iberoamericano

Palomas y narcotráfico

  • Morenita

Sabido es que la Virgen de Guadalupe es la imagen reverenciada por la inmensa mayoría de los mexicanos y la Basílica donde se la venera es el monumento religioso más visitado del mundo después de La Meca. Unos doce millones de peregrinos rinden durante una semana un devoto homenaje de fervor a la que llaman popularmente 'Morenita' o 'Emperatriz de América'. El cine, más o menos directamente, ha recogido esta tradición y muchas veces esta devoción ha tenido eco en las películas mexicanas.

Así ocurre en esta 'opera prima' -una más entre las varias que nos depara la Sección Oficial - de Alan Jonsson Gavira, que nos cuenta como Mateo, se ve complicado en un sucio negocio de narcotráfico. De oficio pintor, es también un experto entrenador de palomas mensajeras, que cuida con esmero y cariño junto a su padre. Éste sufre un ataque cardíaco y ha de ser operado. Pero Mateo no puede hacer frente al coste de la intervención quirúrgica y decide vender a "El Pinto", un poderoso narcotraficante sin escrúpulos, cuarenta y dos palomas para utilizarlas como trasportadoras de cocaína.

El viaje de las aves se frustra y 'El Pinto' somete a Mateo a una cruel tortura, amenazando a su familia si no recupera el dinero. Mateo, desesperado, toma una fatal decisión: robar el icono sagrado de la Virgen de Guadalupe de la Basílica de México D.F. El suceso provoca una conmoción en todo el país, mientras el protagonista trata de enmendar el daño perpetrado.

Un problema nacional como es el de la violencia extrema que se vive a diario en la capital mexicana y que ha llegado a ser insoportable ante la elevada cantidad de víctimas, que se cifra en lo que va de año en unas cuatro mil, según publicaba la prensa española hace sólo unos días, a raíz de un trágico accidente, en un clima de sospechas, que costó la vida a un destacado mandatario gubernamental.

En la película un problema de tráfico de drogas y la consiguiente actitud violenta de sus protagonistas, se conjuga con un suceso insólito como es el secuestro de la imagen que es símbolo de la religiosidad popular. Conjugar lo real, lo cotidiano, con ese caso inverosímil, es lo que Alan Jonsson, el director, nos propone, con lo que a partir de su tratamiento fílmico, resulta todo previsible y convencional. Parece un recurso demasiado forzado y propende a la incredulidad.

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