Cultura

De ritos y tradiciones

Silent Souls. T.O.: 'Ovsyanki'. Director: Aleksei Fedorchenko. País: Rusia. Año: 2010. Duración: 75 min. Con: Yuliya Aug, Igor Sergeyev, Ivan Tushin.

El narrador de Silent souls, Aist, es un hombre que trabaja en una fábrica de papel y vive bajo una doble influencia: la de la cultura merja (tribu finlandesa conquistada por los pueblos eslavos), a la que pertenecen él y sus antepasados, y la figura de su padre, un poeta de esa misma cultura que marcó profundamente su infancia. Su único amigo, Miron, acaba de sufrir la muerte de su esposa, y en su compañía ambos hombres emprenderán un viaje para oficiar el rito fúnebre merja, que consiste en incinerar el cuerpo y lanzar sus cenizas al río Volga.

Basada en la novela Los escribanos de Aist Sergeyev, la cuarta película de Aleksei Fedorchenko intenta servir a su autor de puente entre el éxito de su mockumentary The first on the moon y el desastre de su anterior The railway, buscando posicionarse dentro del cine serio ruso en esa franja intermedia que ocupan compatriotas suyos como el hijo de Aleksei German o Andrei Zvyagintsev. Para esta operación de lavado de imagen, Fedorchenko ha elegido un ilustre precedente, nada menos que El espejo de Andrei Tarskovski, sobre el que establece una parte (la voz en off del protagonista, su relación con el padre poeta...) de los pilares de su nueva obra, pero siempre con la suficiente humildad como para mantener una más que prudente distancia, y no atreverse nunca a intentar repetir lo que sólo el genial cineasta ruso fue capaz de alumbrar.

Así pues, Silent souls termina ganándonos, aparte de por su comentada modestia (su metraje dura escasos 75 minutos), por su tono auténticamente melancólico y su moderno uso del tiempo cinematográfico, donde los planos largos y sostenidos conviven con el silencio de los protagonistas, privilegiando así el valor de la imagen, potenciada por la excelente fotografía en exteriores de Mikhail Krichman, premiada justamente en la pasada edición del festival de Venecia. Sólo cabe lamentar su excesivo y redundante uso de la voz en off, o el que Fedorchenko recurra al mismo truco narrativo empleado por Wilder en El crepúsculo de los dioses.

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