El debut en el largometraje del islandés Valdimar Jóhannsson toma la forma de un cuento de terror para adultos donde en su epicentro se colocan la maternidad (también la paternidad) y la lucha entre especies. No hay que negarle cierto atractivo, e incluso soterrado humor, a su argumento que nos presenta a una pareja de ganaderos que recibe el regalo de una ovejita  con piernas y un brazo humanos, capaz de caminar erguida y a la que, a pesar de no hablar, se le suponen las dosis suficientes de inteligencia y sentimientos como para ocupar pronto el lugar de la hija muerta. Tal vez eso sea lo mejor de Lamb, su capacidad para mostrar la patética necesidad de los humanos de tener a alguien a quien cuidar.

El director islandés abraza el estilo nórdico a medio camino entre el minimalismo de IKEA y la influencia (y amenaza) de la naturaleza, herencia del cine sueco. E incluso logra disimular que el material de partida parecía dar más para una historia corta que para un largo. No obstante, el filme, que ya había amagado en su arranque, acaba despeñándose por el precipicio del ridículo cuando finalmente muestra todas sus cartas.