Crítica 'Tabu'

Extraños en el Paraíso

Tabu. Director Miguel Gomes. País: Por-Fra-Ale-Bra. Año: 2012. Duración: 112 mins. Con: Teresa Madruga, Laura Soveral, Ana Moreira.

Al son de las Variações pindéricas sobre Insensatez al piano de Joana Sá, sobre unas imágenes de tiempo impreciso de la selva africana en blanco y negro, Tabu se ofrece como uno de los más hermosos y libérrimos obsequios del cine de 2012. El tercer largo de Miguel Gomes (A cara que mereces, Aquele querido mes de agosto) se impregna de la saudade que atraviesa el cine portugués para reescribir la imagen muda bajo la silueta vigilante del Monte Tabú, espacio mítico que remite, sobra decirlo, al filme de Murnau y Flaherty de 1931, pero también, no es menos obvio, como veíamos en La ultima vez que vi Macau, al pasado colonial portugués como espacio para invocar a los fantasmas, las arcadias y los paraísos perdidos, los romances imposibles y trágicos, el eco aún vibrante de las melodías de un pick-up en una fiesta de verano.

Las dos mitades de Tabu trabajan sobre una misma materia, mirando hacia el pasado desde el presente, retroalimentándose la una a la otra en perspectiva entrelazada: en la primera, una anciana, su criada caboverdiana y una vecina transitan sus soledades por una Lisboa desdibujada y abstracta; en la segunda, impulsada por la palabra fabuladora e hipnótica de Ventura, se reconstruye la herida del pasado, aquel romance prohibido "en una granja en África", una de las muchas ironías y sutiles guiños cinéfilos de la película, juguetona como pocas, que marcó la vida de sus protagonistas, amantes furtivos, cazadores cazados en un territorio de la felicidad vigilado por un caimán escurridizo y acechado por la muerte y la revolución libertaria.

Es posible que esta segunda parte nos seduzca más en su liviano y musical flujo de palabra, imagen (sin diálogos) y sonido (ambiental, caprichoso, libre), en su precisión narrativa y sus fogonazos líricos, también en sus juegos extemporáneos (el play-back al son de una canción de los Ramones), pero todo en ella reverbera y se proyecta hacia el presente. Así, Tabu se cierra en círculo, de nuevo con esas variaciones jobimianas resonando, celebrando el propio cine y su infinito potencial poético para encarnar y resucitar a los espectros, al recuerdo más vívido y fulgurante.

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