'Los días que vendrán'

Algunos kilómetros después

Una escena de 'Los días que vendrán'.

Una escena de 'Los días que vendrán'. / M. H.

A Virginia (María Rodríguez Soto) y Lluís (David Verdaguer) la noticia del embarazo les pilla con el pie cambiado: en trabajos de poca monta, con una relación reciente y conviviendo en un cuasi-piso de estudiantes decorado entre mobiliario viejo y carteles de festivales. “¿Tenemos que convertirnos en adultos aburridos sólo por tener una hija?”, se defiende Virginia de las cautelas de su pareja, en una de las muchas secuencias de conversación entre los dos. Y es que Marqués-Marcet regresa con Els días que vindran a la puesta en escena y la dirección de actores que tan buen resultado le dio con 10.000 kilómetros, una vez más para cuestionar la fragilidad estructural de una pareja. En este caso durante los nueve meses de un embarazo.

El cineasta se mueve tan hábilmente dentro de las secuencias puramente dialécticas, y obtiene tanta verdad de Verdaguer y Rodríguez Soto que resulta imposible no sentirse parte de las conversaciones, como si del drama de unos amigos se tratase. En las discusiones laten además cuestiones de largo recorrido, como la frustración subyacente en ambos ante la sensación de que se acabó el tiempo de las expectativas y toca arremangarse (sea eso lo que sea). “Mi madre me paga el móvil, soy un fraude de persona”, se descalifica Virginia. Sin embargo no todo es drama y trascendencia, y en el guión tienen mucho peso los momentos de pura comedia, que el dúo protagonista aprovecha para realzar la cinta.

Algo menos de lustre revisten las subtramas familiares y laborales, que se resienten por ya vistas, así como un último tercio algo prolongado. Pero el conjunto se sobrepone largamente a ello por el disfrute que aporta a cada secuencia una brillante definición de personajes: en el minuto y medio inicial se encuentran apuntados todos los rasgos de Lluís; en acción, como mandan los cánones. Así, resulta fácil subirse a la historia de unos personajes que, ante el vértigo, acuden a sus padres, se forman en YouTube y oscilan entre el egoísmo y la ilusión.

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