España

La última transición de Suárez

  • El primer presidente del Gobierno tras la noche del franquismo agoniza y su familia se resigna a un "desenlace inminente".

La familia llevaba 11 años preparándose para un momento que ya se le echa encima. Con las lágrimas anegando su rostro, Adolfo Suárez Illana tiraba la toalla ayer a las 11 de la mañana: "Todo hace indicar que el desenlace es inminente". No más allá de las 48 horas, dijo. Un icono de la Transición, ese viaje trepidante no exento de obstáculos -algunos tan descomunales como el 23-F- que su padre pilotó codo con codo con el rey Juan Carlos, se dispone a emprender su segunda y última transición, esa que no tiene vuelta atrás, como la primera -la de la dictadura a la democracia-, la gran obra de Adolfo Suárez. 

El primer presidente del Gobierno en libertad se encuentra en estado terminal en la primera planta de la clínica Cemtro de Madrid, donde ingresó el lunes, y la consternación se ha apoderado del país, empezando por la Casa Real, que sigue al minuto los acontecimientos. La familia Suárez, que mantiene una relación inmejorable con los medios de comunicación, se comprometió desde el primer día a dar parte de cualquier novedad. Ingresó por una infección respiratoria, un imponderable "habitual" en los enfermos de alzhéimer y nada hacía presagiar nubes negras a tenor de los mensajes del entorno, que comentaba que aprovecharían la ocasión para hacerle un chequeo general. 

Hasta esre viernes, cuando empezó a cundir el desasosiego al transmitir su hijo una de las peores noticias que nos puede deparar el mundo de la política. Porque ese hombre de 81 años que yace en una cama con una sonrisa desnortada le cae bien a casi todo el mundo, a derecha e izquierda, porque ese centro al que tantos se abonan lo encarnó como nadie ese náufrago incapaz de recordar sus vivencias por mucho que den para varios tomos. 

Con voz entrecortada y destilando ese sufrimiento que le acongoja desde hace varios años, Suárez Illana afirmaba que había experimentado una mejoría de la neumonía, aunque la enfermedad neurológica que le atenaza las ideas desde hace al menos once años "ha avanzado mucho". "Es inminente y puede ser mucho más rápido de lo que creemos, ya se le han administrado los Santos Sacramentos y está en paz, el final está en manos de Dios", agregó el hijo del ex presidente. Que no se derrumbó del todo porque su padre le acababa de hacer otro regalo, el único del que ya es capaz. "Estos cinco días (en el hospital) nos ha regalado quizá más sonrisas que en los últimos años". 

Unos años muy duros para la familia Suárez, demasiado acostumbrada a lidiar con un enemigo letal. Cuando anunció su dimisión al frente del CDS, en 1991, sus allegados vieron el lado positivo de la cosa y celebraron que liberado de sus responsabilidades tendría más tiempo para los suyos. Pero la desgracia irrumpió en tromba contra las mujeres de la casa y el cáncer se llevó por delante primero a su esposa, Amparo Illana, y luego a su hija Mariam, el ojito derecho de Suárez. Otra hija, Sonsoles, ganó la batalla. 

Pero la depresión estaba servida para el ex presidente. Y el deterioro fue mucho más lejos. Hasta las profundidades abisales del alzhéimer, que se le manifestó con crudeza en un acto de apoyo a la candidatura de su primogénito a la presidencia de Castilla-La Mancha en 2003, incapaz de leer los dos folios de discurso que su hijo le había preparado en grandes caracteres. Pero no perdió los papeles y echó mano de su proverbial espontaneidad. "Bueno, para qué mas discursos, yo lo que os quiero decir es que mi hijo es una persona de bien y que hará muy bien su trabajo". Su hijo detectó síntomas en los 90, pero la coquetería de su padre y, sobre todo, su afán por no hacer sufrir todavía más a los suyos, le llevó a soslayarla hasta reventar los costurones del disimulo. Santiago Carrillo, buen amigo suyo, comentó una vez que tenía una prueba irrefutable de que padecía una lesión cerebral: "Me ha dicho que Aznar ha sido el mejor presidente de la democracia". 

Debió decírselo con ésa su "mirada picarona" de la que ayer presumía su hijo, al que desmentían sorprendentemente por la tarde los médicos que atienden a su padre, que no ven tan inminente el desenlace. 

Hace mucho que no está, pero Suárez no quiere irse.

La noche de Suárez

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