Lo que se juega España

El PSOE tiene opciones de ganar las elecciones si reconduce las crisis en la coalición, convence a sus electores de la gestión social del Gobierno y ejecuta con eficiencia los fondos Next Generation A día de hoy, ninguno de los dos grandes partidos tiene la victoria asegurada

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto a la vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto a la vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz. / Kiko Huesca / Efe

El próximo Gobierno del país se está disputando ya y en varios frentes. No confundir con las elecciones. Los votos sancionarán, como veredicto inapelable, lo que ahora se cuece aún entre bambalinas, aunque cada vez más expuesto a la mirada pública. Pero los movimientos, disensos y consensos actuales están construyendo ya el futuro. ¿El PSOE tiene ya perdidas las elecciones y el PP el Gobierno en la mano? Ni mucho menos. Salvo terremoto imposible de anticipar, la división del voto popular seguirá estableciendo el dominio de las dos fuerzas mayoritarias -PSOE y PP- y un juego de caídas/subidas más o menos significativas en los extremos de UP y Vox. El efecto Yolanda Díaz fuera de UP es incierto: el juego de candidata sin partido versus partido sin candidato es de lo más interesante de observar en los próximos meses. La vicepresidenta y su proyecto nebuloso de Sumar ya han colisionado con UP, singularmente con Pablo Iglesias. Lo lógico es que la fuerza de UP se imponga frente a un proyecto aún naíf y sin estructura territorial ni poder institucional más allá del que ejerce la propia Díaz. Aunque del siniestro saldrá una merma de votos para la antigua casa común a la izquierda del PSOE.

El PSOE tiene más cartas para jugar

Los partidos minoritarios podrán aspirar a cuotas parecidas a las actuales, aunque con trasvases derivados del microclima propio en los ecosistemas vasco y catalán. Los sondeos reinciden en señalar la fortaleza del PNV para las municipales, aunque Bildu sube en todas las circunscripciones, empatando con los peneuvistas en Vitoria y disputándose un 2,5% de los votos decisivos en Guipúzcoa. Recupera Bildu votos que fueron a Podemos y se beneficia de su rol en el Congreso de los Diputados, centrado básicamente en temas de trascendencia social. Mientras que en el laberinto catalán puede pasar cualquier cosa. En esos caladeros el PP sólo puede aspirar a pescar una parte de los apoyos, que vendrían del PNV en todo caso, pero a día de hoy no deja de ser una quimera. En el resto de escaños sólo hay enemigos del PP. Del resto de partidos regionalistas, el PP puede rascar en Navarra y Canarias. En resumen, la izquierda hoy tiene más cartas, la derecha sólo suma con PP y Vox y algún resto regional. Y fin.

Bipartidismo, bibloquismo y bloqueo

Resumiendo: el PSOE seguirá necesitando a UP y a un ramillete de formaciones que completen la suma en el caso de que la aritmética lo permita; y el PP no podrá avanzar hacia el Gobierno sin los escaños de Vox. Del bipartidismo al bibloquismo, este es el estado de la cuestión ya conocida pero agravada. Casi podría votarse por bloques, porque es el destino que tenemos por delante. Posiblemente, a la vista de los sondeos, hoy ni el PSOE ni el PP aun contando con otras formaciones sumarían los 176 diputados de la mayoría absoluta, lo que podría llevarnos de nuevo a una situación de bloqueo. El problema serio del PSOE es que la coalición con UP puede saltar por los aires en cualquier momento. Su efecto no sería letal para acabar la legislatura. Pero sí será determinante para abonar ante sus posibles votantes la desconfianza en una fórmula, que pese a haber proporcionado resultados tangibles con una agenda de izquierdas en la mano, ha sido desde el principio una caja de truenos. El desprestigio social del primer Gobierno de coalición tendrá un precio en votos. Y ese precio puede proyectarse sobre el resultado en las urnas y, en definitiva, sobre las posibilidades de que la izquierda pueda volver a sumar.

Sin podemizar pero más desinstitucionalizado

El Gobierno tiene en su haber la práctica de una política social netamente de izquierdas que, en eso, difícilmente ha podido defraudar a sus votantes. Las decisiones en política fiscal, las medidas de protección social para la salida de la crisis, incluso el eficiente y copiado tope ibérico al gas y el medio centenar de leyes aprobadas pese a todo, los blindan. Si se analiza con frialdad, pese a las admoniciones mayoritarias respecto a la podemización del PSOE -un abrazo del oso al revés-, ese proceso no se ha producido más allá de leyes con mucho impacto y menos consenso social (la ley trans, por ejemplo, que lo ha sacado del espacio del feminismo clásico), más allá de los incendios de papel y las llamaradas diarias en las redes sociales. Incluso las medidas más polémicas -y cuestionadas por el BCE, que en todo caso no frenará las tasas a bancos y eléctricas- tienen parangón en otros gobiernos de países de primer orden que no han estado sometidos al riesgo de podemización. Sí es llamativo el abandono del presidente de la institucionalidad para mentar y arremeter con nombres y apellidos contra presidentes de bancos, eléctricas o periódicos. No es nuevo en la política española, pero es inconveniente. En el sueldo de presidente se incluye la paciencia, la inteligencia y la compostura, aunque le sobraran los motivos.

Récord: 12 partidos, 12 millones de votos, 3 presupuestos

Al Ejecutivo le ha tocado una pandemia, las consecuencias económicas de la misma, una guerra en Ucrania, una crisis energética bíblica, una inflación disparada, la gestión de un Poder Judicial en rebeldía y la pugna contra una oposición y una opinión pública que no le ha dado oxígeno por apoyarse en los independentistas y en los abertzales, apoyos que son sin duda una de las decisiones políticas más controvertidas y lógicamente estigmatizadas. Todo balance tiene claroscuros, pero no salen mal del todo PSOE y UP de tamaño desempeño. Ni siquiera la alambicada configuración de los apoyos parlamentarios, la tensión política elevada al máximo, la rudeza de las intervenciones parlamentarias ad femina, la crisis por la rebaja de los delitos de sedición, la intentona de retocar la malversación, las hiperbólicas acusaciones o el ruido ensordecedor y deliberado han impedido que el Congreso haya aprobado los terceros presupuestos de la legislatura. Sánchez ha conseguido sumar a 12 partidos que han obtenido 12 millones de votos, el doble de los que obtuvo el PSOE en las urnas. El Gobierno y la coalición parlamentaria de socorro es más rocosa de lo que se intuía.

Un Gobierno a la gresca, mala noticia

Sin embargo, las semanas se van complicando en el Consejo de Ministros, una malísima noticia a las puertas de las elecciones municipales. A Sánchez no le da tiempo a lucir palmito institucional -ni en el G-20 en Bali, ni en la cumbre de la OTAN; ni siquiera en la presidencia de la Internacional Socialista hallará sólo luz y paz- porque cada impulso legislativo o decisión ejecutiva provoca crisis cada vez más evidentes en el seno del gobierno. Hace unos días fueron las consecuencias de la aplicación de la ley de libertad sexual, con el Gobierno dividido en tres: UP en la defensa numantina del proyecto, los ministros socialistas pidiendo su reforma y Yolanda Díaz haciendo el don Tancredo. El ataque virulento exterior con la oposición cebándose en bloque y la opinión publicada apretando para los adentros tampoco ayudaron. Pero con eso ya cuentan, lo que un Gobierno no puede hacer es estar todo el día a la gresca. Así no parecerá un proyecto votable pese a los logros que pueda exhibir. Ahí se están jugando el futuro.

Recuperar la iniciativa y prestigiar la coalición

Pedro Sánchez debe recuperar la iniciativa, ordenar la casa, acelerar la ejecución de los fondos europeos y enfocarse en resolver lo mejor posible los dos frentes. Primero, el interno con sus socios, pensando en que aun siendo proyectos políticos diferentes e incluso antagónicos en algunos aspectos, su suerte está unida. Cuidar de su adversario es estratégico y decisivo. No hay alternativas ni se va a producir un trasvase masivo de votos desde UP hacia el centroizquierda. Tampoco puede contar Sánchez con la oposición interna del PSOE, con más nombre que peso orgánico, que agazapada tras la mata espera cada mala noticia para celebrarla y marcar unas diferencias que aprovechan sus adversarios políticos y exacerban sus opositores mediáticos. El otro frente es externo: o consigue que se valore la gestión del Gobierno por sus votantes o sólo quedará la mancha negra de los apoyos y cesiones a los integrantes de esa mayoría parlamentaria circunstancial, extraña y denostada por una buena parte de los españoles. Eso sí, si la oposición sigue pasándose de frenada, incluyendo los exabruptos de Vox desde la tribuna del Congreso, puede convertirse en un cooperador virtuoso de la mejora de expectativas del Gobierno.

Descartada la gran coalición que no quieren ni PSOE ni PP ni sus votantes más aguerridos, no tienen otro camino para renovar el Gobierno. Si llegan a finales de junio de 2023 con esas tareas razonablemente hechas y los fondos Next Generation fluyendo la presidencia europea del último semestre del año puede servirle a Pedro Sánchez de plataforma definitiva a unos días de que las urnas se abran de nuevo.

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