Elías Bendodo.

Elías Bendodo. / DS

ERA difícil que el PP se liase con un concepto, el de nación española, que está absolutamente arraigado en el ADN político del centroderecha, pero lo ha conseguido. La diestra hispánica se compone de muchas familias: liberales, conservadores, demócratas cristianos, iliberales, católicos, libertarios... pero todas creen en la “indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles”, como expresa con intensidad retórica la Constitución. Esta idea nacional, nacionalista si se quiere, es la piedra angular de la derecha española. Lo es del PP, lo fue sobre todo de Ciudadanos (la gran y desperdiciada reacción frente a los secesionistas de cualquier cuño) y lo es, por supuesto, de Vox. En la derecha se puede cargar más el acento en el autonomismo (que no deja de ser un factor unificador) o en el centralismo, pero siempre que se tenga en cuenta que sólo hay una nación y un pueblo soberano.

Como decíamos, era difícil liarse con esto, pero Elías Bendodo lo ha conseguido al comulgar con la condición plurinacional del Estado. Después vino la rectificación de Feijóo, pero en el aire ha quedado la duda de si este PP tiene claro qué es eso que pretende gobernar y cuyo nombre sigue siendo España. A la gran mayoría de los ciudadanos nos da la impresión de que este fervor neocantonalista del PP es de cartón piedra, y lo que busca es ensanchar su base electoral por el nacionalismo periférico más moderado. Poco le importa jugar con uno de los términos sagrados de su electorado más leal, a los que vuelve a tratar como simples rehenes que se deben limitar a callar, asentir y votar. Ya no lo recordarán, pero fue como reacción ante esta actitud despótica y niñata por la que nació Vox, que en principio no fue más que una revuelta legitimista en el seno del PP. Después lió la que lió.

El nuevo giro del PP encaja perfectamente con el liderazgo de Juanma en el sur y su fervor andalucista (que es una manera de ser un andaluz de tercera, como bien decía Machado y nos recordaba hace unos días Enrique García-Maíquez). En su desprecio hacia su militancia más leal, Juanma se jacta de que su cara bonita vende más que la propia gaviota. Es un mensaje absolutamente narcisista, como de guapo de discoteca, que descalifica a quien lo usa. Y creemos que falso. Es cierto que Juanma, por su condición mansa, no moviliza el voto de la izquierda, pero algún día el núcleo duro de sus votantes se preguntará: ¿para qué queremos al bello Juanma, al astuto Bendodo, al moderado Feijóo si ni siquiera saben lo que es España?

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