Víctor Amela | Periodista

"Lorca se está vengando"

Víctor Amela. Víctor Amela.

Víctor Amela. / José Ángel García

Escrito por

· Juan de la Huerga

periodista

Víctor Amela (Barcelona, 1960) es uno de los entrevistadores de cabecera –en este caso de contraportada– de La Vanguardia. Más de 3.000 ha publicado en su dilatada trayectoria . Aquí, por tanto, es el entrevistador entrevistado, el cazador cazado no por sus méritos innegables en el género que encumbró (a) Oriana Fallaci, sino por ser autor de Si yo me pierdo (Destino), un libro en el que persiguió las huellas de Lorca durante los 98 días que pasó en Cuba. "Pegue los hachazos que quiera al texto", me aconseja. A sus órdenes, colega.

–Señor entrevistador, ¿es la entrevista un género periodístico menor?

–Todo lo contrario. Es el género fundacional. Sin entrevista no hay periodismo. Hasta en una crónica tienes que preguntar.

–En Si yo me pierdo busca, literalmente porque allí fue en 2020, la huella de Lorca en Cuba. ¿No le habría salido mejor ir a Collioure y escribir de Antonio Machado?

–Eso era muy fácil y ya se ha hecho. No hay ningún libro sobre esos tres meses de Federico en Cuba, sus charlas, la gente que conoció, cómo le influyó...

–¿Comprobó que Cádiz es La Habana con más salero y La Habana es Cádiz con más negritos?

–He comprobado lo que dijo Lorca: "La Habana es el amarillo de Cádiz con un grado más, el rosa de Sevilla tirando a carmín y el verde de Granada con una leve fosforescencia de pez". ¿Eso no es bonito?

–Él bebía whisky, una afrenta en la tierra del ron.

–Cuando queda con Nicolás Guillén, un poeta de su edad, negro, beben ron y éste contaba que Federico miraba el vaso y decía: "Esto es ver la vida del color del ron". Y champán con ron, un cóctel que inventó él y lo llamaron bomba española.

–Al cubano José María Chacón le pesó toda su vida darle 250 pesetas a Lorca para el tren de Madrid a Granada en julio del 36. ¡Qué azarosa es la vida… y la muerte!

–Sí, Chacón es cubano y vive en España, conoce a Federico y lo lleva a La Habana, es decir, lo lleva a la luz, a la vida, y la vez es el que seis años después le da ese dinero para un tren que lo llevará a la tiniebla, a la muerte. Y se culpó toda la vida de habérselo dado, aunque no tuvo de nada que ver.

Yo pude salvar a Lorca es su anterior libro. ¿Repite personaje por admiración, obsesión o vende bien?

–Obsesión, admiración y vende bien. Lorca es un misterio: no tenemos su cuerpo, ni su voz, pero sí su poesía y teatro. Se está como vengando, como riéndose: "Vale, no me encontraréis, pero yo no me voy". Y esta novela es parte de ese influjo que no puedo evitar, manda él.

–Ocho meses en Nueva York y 98 días en Cuba entre 1929 y 1930. Vaya vacaciones se pegó el hombre, ¿no?

–No todas. Va a Nueva York al borde del suicidio y se encuentra con el crack del 29, eso hace que su estado de ánimo sea muy oscuro. Se aprecia en Poeta en Nueva York, barro, crueldad, cielo amenazante, un pozo. Llega a La Habana camino de España y ve que allí son como los españoles, un poco más intensos en cosas y mucho más relajados en la mayoría, piensa: "Éste es mi lugar". Se enfunda un traje blanco, imprime unas tarjetas que pone Federico García, Modisto y se lanza a ligar y a tocar las claves de Cuba. Vio que había un lugar en el mundo donde podía ser feliz. Y lo fue tres meses.

–En EEUU salía casi a carta diaria a su familia y en Cuba sólo mandó dos.

–Una al llegar y la segunda un mes después: "Esta isla es un paraíso. Y si yo me pierdo que me busquen en Andalucía o en Cuba", escribe a su madre. Se echó esas amistades como Flor, esa chica extravagante que lo llevaba en coche y que era lesbiana, intelectuales, mulatos, negros, baile, comida... Se perdió para bien porque de alguna manera se encontró a sí mismo, encontró su auténtica voz íntima.

–"Iré a Santiago de Cuba en un coche de agua negra", escribió en Son de negros. ¿Qué quiere decir?

–Muchos estudiosos llevan años proponiendo hipótesis sobre cada verso de Federico. Lo bueno es que aunque no sepas muy bien qué dice, te llega. Mi conclusión es que era lo que ahora llamamos sinestésico, le enseñas un color y él oye un sonido; o le dices una palabra y le sugiere un sabor. Sus poemas están llenos de conexiones de imágenes, sonidos, sabores. Un coche de agua negra suena a un tren en la oscuridad de la noche húmeda.

–Gitanos, mujeres estériles, negros... ¿Hoy escribiría de las kellys, los trans y los subsaharianos?

–Seguro. Él ve en Andalucía cómo maltratan a los gitanos, a las mujeres, sobre todo a las estériles, y a los homosexuales. En Nueva York identifica a los negros con los desfavorecidos, pero le duele que no quieren serlo, y en Cuba sí los ve orgullosos. Y dice: "Negritos sin drama". Mi hipótesis es que se mira a sí mismo y se dice: "¿Y yo? Soy homosexual pero tengo que hacer como ellos, aceptarme y disfrutar de mi inclinación".

–Allí seguro que lo gozó.

–Lo gozó, y además sin culpa. Allí escribe El público y le comenta en una carta a Rafael Matías Nadal que es "una obra de teatro francamente homosexual". Hay un diálogo entre dos homosexuales y los dos son él, pero uno no se perdona, no le gusta serlo, y el otro se acepta, viene a decir que ser maricón no quita que sea muy hombre o al revés.

–Usted afirma: "El peso de su homosexualidad hace que se sienta negro entre los negros, como se ha sentido gitano entre los gitanos".

–Y mujer. Creo que él en el fondo se siente una mujer estéril; él querría parir, pare obras, poemas, pero hubiera querido ser mujer y parir, por eso empatizaba tanto con la mujer estéril porque era como él.

–¿De quién es Lorca?

–Es de la vida. ¿De quién? De la bondad, porque para mí era un santo, civil pero un santo, y de la belleza.

–¿Percibió paralelismos entre la España del 36, de rojos y azules, y la Cataluña de 2017, con independentistas y constitucionalistas? ¿O es exagerado?

–No lo es. En Cuba me dijo Ciro Bianchi, historiador experto en Lorca, una frase que es verdad: "En España, la sangre siempre llega al río". Aquí, por desgracia, siempre habrá banderías, facciones, trincheras... Federico era ejemplar porque se llevaba bien con todo el mundo: era íntimo de Neruda y de Luis Rosales. No hacía distingos. ¿Qué hay detrás de esa amalgama? Bondad, comprensión humana y belleza. Así era Federico, pero los demás no y acabamos pegándonos bastonazos.

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