Juan Sanguino | Periodista

“España en el 92 estaba un poco salida”

Juan Sanguino

Juan Sanguino / Enrique F. Aparicio

La foto que ilustra la portada del segundo libro de Juan Sanguino, Cómo hemos cambiado (Península), muestra una de esas figuras de Curro que poblaron Sevilla durante la Expo 92. Están todas apiladas en una especie de cementerio, “abandonados, criando polvo y permanentemente sonrientes”. “Éramos una sociedad peor en muchos aspectos, pero todo el mundo recuerda los 90 con una sonrisa”, cuenta este periodista madrileño, que escribe sobre cultura popular en El País, Icon y Vanity Fair y analiza el cambio vivido por el país en esa adolescencia que va desde finales de los 80 a los primeros 2000.

–Una década como los 90 tiene difícil hacerle sombra a los 80 y toda su mitología, ¿no cree?

–No exactamente. Los 90 están despertando ahora mucho interés. La nostalgia funciona así, en ciclos de 20 o 25 años. Después de estar toda la década anterior obsesionados con la estética y la música de los 80, ahora les toca a los 90. Es una época muy fructífera desde el punto de vista de la cultura popular. Es la última década antes de internet. Es un caso muy curioso. Parece otra civilización, otro mundo, pero es muy cercana. Todavía estamos experimentando las consecuencias de la revolución cultural de los 90 y, a la vez, no tiene nada que ver con el mundo actual.

–Al no tener internet, la televisión era el medio hegemónico. ¿Hay algo con tanta influencia hoy?

–No creo que haya nada que llegue a tanta gente simultáneamente. Tampoco hay películas que dominen la conversación social como ocurrió con Titanic, GhostPretty Woman. Ese tipo de trascendencia en el imaginario colectivo ya no es masiva ni en el cine, ni en la música, ni en la televisión. En nada.

–Hemos cambiado nosotros, entonces.

–Ha cambiado el consumo. Hay mucho más acceso a la cultura y cada persona decide qué consume. Hasta hace 20 años en España teníamos cinco canales y nos parecía la bomba. Era muy fácil que dentro de esas cinco opciones, al no haber internet ni redes sociales, la gente lo único que hacía era ver la televisión. Era el consumo cultural favorito de la masa. Además era tremendamente excitante. Tenía unos presupuestos inéditos y veíamos superproducciones como El juego de la oca o Qué apostamos. Y se apostó por la telerrealidad, no sólo con Gran Hermano y Operación Triunfo. En programas como Lo que necesitas es amor o Sorpresa sorpresa el protagonista no eran artistas, sino personas anónimas de clase media.

–Clase media eran también David Beckham y las Spice Girls, que son dos referentes pop de la década. ¿Tenemos nuestra versión española de esos iconos?

–Las Spice Girls hicieron muchísima promoción en España y tenían mensajes muy sencillos de comprender. Y Beckham vivió en Madrid. No nos hizo falta crear un referente de grupo de pop feminista ni de icono de la nueva masculinidad. España se sentía muy orgullosa de que el jugador más famoso del mundo hubiera elegido Madrid para vivir. Fue un símbolo de la España del 92 a 2007, cuando parecía que el país no paraba de crecer.

–La euforia del 92 es irrepetible, supongo.

–Es irrepetible y sería insostenible tratar de evocarla. El país empezaba a dar sus primeros pasos en democracia y era una sociedad adolescente. Tenía una libertad muy reciente, no sabía muy bien qué hacer con ella ni en qué gastarse el dinero que tenía de repente. Estaba un poquito salida, como todos los adolescentes. Era un poco arrogante, se creía que se iba a comer el mundo. Y también tenía un cierto complejo de inferioridad que veníamos arrastrando de la época de Vente a Alemania, Pepe. Ese complejo está latente en los meses previos a la Expo y los Juegos Olímpicos. Curro casi se ahora en su presentación oficial y en el estadio Olímpico de Barcelona había un montón de goteras. Hay un sketch de Martes y 13 que bromeaba con todo lo que iba a salir mal en los Juegos Olímpicos. España arrimó el hombro. Había que sacar eso adelante y sacarlo bien para dar una buena imagen porque todo el mundo estaba mirando. El éxito de Barcelona y de la Expo fue un motivo de orgullo colectivo como no ha vuelto a ocurrir. Luego los españoles empezamos otra vez a discutir. Fue precioso, pero hoy sería impensable. Tenemos otra sociedad que está menos unida, en apariencia, que aquella.

–¿Qué les diría a quienes aseguran que entonces éramos más libres y podíamos hacer más cosas?

–Es una falacia. Si alguien considera que antes éramos más libres es porque ha tenido una vida bastante fácil. De los 90 para acá España ha madurado muchísimo en su percepción de minorías como la LGTB o en la igualdad de trato hacia las mujeres. Ha dejado de ser un país tan clasista, que ha abrazado mucho lo callejero y el extrarradio. No era fácil ser de extrarradio en el 92 y ahora parece que es lo más guay. La maduración de España ha sido ejemplar. Hemos tenido que ponernos al día con el mundo mucho más rápido porque veníamos de ser un país bastante paleto y bastante ignorante en ámbitos sexuales, de clase, en formación académica. Ahora hay gente que tiene la sensación de que no puede hacer un chiste de mariquitas o que no puede decir un piropo a una mujer sin sonar machista A lo mejor es que ni el chiste tiene gracia ni el piropo es agradable. ¿Que a veces hay quién se pone muy susceptible? Sí, pero es que todos tenemos derecho a ser idiotas. Puedes pertenecer a una minoría y ser un imbécil y tener unas opiniones absolutamente de mierda. También queremos derecho a tener opiniones de mierda. La gente privilegiada lleva teniendo opiniones de mierda muchísimos años.

–Cita a una socióloga que en 2004 decía que los hombres se sentían marginados por el movimiento feminista. ¿Se puede aplicar 16 años después?

–Los hombres nunca han estado tan involucrados en el movimiento feminista como ahora. Pero cada ola feminista, ya sean las sufragistas, la de los 70 o la de ahora, siempre se encuentra con una ola de rechazo de gente que considera que no hace falta el feminismo porque ya se ha conseguido todo o que las mujeres discriminan a los hombres. Eso ha pasado siempre, lo que pasa es que ahora hay más gente dando o su opinión en las redes sociales. Y, de repente, un tuit de una persona que no sabe de lo que habla puede viralizarse y parece que esa persona es un líder de opinión. Hasta hace 20 años los líderes de opinión era gente con estudios, gente preparada para dar su opinión, fueran progresistas o conservadores. Ahora cualquiera puede dar su opinión y eso es maravilloso, pero tiene una consecuencia negativa. Amparados en la libertad de expresión parece que cualquiera puede dar su opinión sobre cualquier cosa y eso es una estupidez.

–¿Por qué?

–Hemos acabado llevando a la gente a televisión a debatir si la Tierra es plana o no. Sólo porque alguien opina algo ya se valida. Por un lado hemos ganado en plataformas para expresarnos, pero ha ganado la gente lista y también la gente tonta. La democracia es así. Hay que proteger la libertad de expresión, pero está fuera del control el tema de las opiniones.

–Tiene difícil solución.

–No tiene solución. Internet es inabarcable y no se puede regular. Me parece muy interesante el debate que se está planteando con las noticias falsas en redes sociales y cómo pueden las redes detener su propagación. ¿Quién decide que una noticia es falsa o no? ¿Quién es la autoridad? Le estaríamos dando muchísimo poder. La línea entre regular las informaciones falsas y la censura es muy fina y es un debate muy peligros. Al final la única solución es permitir la libertad de expresión absoluta y confiar en la responsabilidad individual de cada ciudadano para informarse.

–¿Cómo van a ser los millennials cuando se pongan melancólicos?

–Creo que la primera generación que ha sido genuinamente pesada con sus referentes culturales ha sido la generación X. Mis padres, que eran baby boomers, no consumían la cultura popular como algo que definiese su identidad. Consumían la cultura popular como una evasión. No consideraban que esas canciones y esas películas fuesen parte de su vida. Son recuerdos, pero no tenían toda su infancia, adolescencia y juventud tan vinculada a estos fetiches de la cultura popular como hizo la generación X. Ante la ausencia de futuro profesional lo único que le quedaba era disfrutar del momento, que era ver televisión sin parar y escuchar Nirvana. La gente que era joven a finales de los 80 y principios de los 90 tiene una relación muy obsesiva con la ropa que llevaba y la música que escuchaba, sigue escuchándola y sigue hablando sobre ello. Los millennials recogimos el testigo y también lo hacemos. Somos muy pesados en general, hemos alargado nuestra adolescencia y seguimos viendo películas de Disney. Las películas de animación de los 90 eran éxitos de taquilla increíbles, pero no veías a gente de 37 años obsesionada con Pocahontas. La gente es fan de cosas todo el rato. Al no tener hijos, al no tener una vida adulta estamos alargando nuestra adolescencia y la forma más inmediata de hacerlo es mediante artilugios de la cultura pop.

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