Elecciones

Ni el susto ni la muerte

  • Si Rajoy es generoso y el PSOE deja de referenciarse en Podemos, es posible un acuerdo de legislatura que acabe con la reforma constitucional.

Susto o muerte. En los albores del acuerdo del PSOE gaditano con el candidato de Podemos José María González, Kichi, para hacerlo alcalde de Cádiz, su compañera y líder morada, Teresa Rodríguez, resumió la duda hamletiana de los socialistas con esta cuestión de tan infantil aroma: susto o muerte. Elige, como cuando éramos chicos: ¿Kichi o Teófila? El PP gaditano no ayudó con sus propuestas, sin generosidad y sin empatía de parte de los azules, los socialistas optaron por un fin agónico, que no lleva implícito ningún susto ni ningún escándalo; aceptaron el deceso con resignación cristiana. Como la propia ciudad trimilenaria, camino de convertirse ahora en un pueblo. Si se permite la proyección, el caso gaditano deja algunas enseñanzas para los actores implicados ahora en dotar a España de un Gobierno.

La primera: el PSOE está perdido si actúa para referenciarse respecto a Podemos. Y es eso lo que han hecho hasta ahora. Si Íñigo Errejón y Pablo Iglesias, como Teresa Rodríguez antes, logran marcar el paso a los socialistas, éstos habrán asumido que el liderazgo de la izquierda en España ya no lo tiene el PSOE, sino los morados. Y es posible que así sea, pero no es irreversible. Podemos ha demostrado ser un partido camaleónico -¿dónde quedaron sus círculos? ¿dónde su alma bolivariana?- y muta de elección en elección, es una bola de nieve cayendo por la pendiente, pero debe ser enfrentado a sus propias contradicciones. A los morados les vendría mejor la repetición de las generales, así podrían seguir corriendo, y engordando, sin pararse a pensar. Con Alberto Garzón, al que despreciaron, podrían sumar muchos más votos que el PSOE. La apelación de Errejón, que es el Messi de Podemos, y de Iglesias, el socio del primero, a una personalidad independiente para dirigir un Gobierno de cambio es una estratagema italianizante, un canto peronista, un llanto bolivariano, un recurso mesetario al Cirujano de Hierro, que aunque lo formulase Costas, sólo trajo a Miguel Primo de Rivera y mucho más tarde a Armada.

Segunda lección: el PP debe ser generoso y empático con el PSOE y Ciudadanos. Eso significa que debe abrir el melón de una reforma constitucional, pero con el objetivo puesto en una regeneración de la vida política en España. Más que la cuestión territorial, la limpieza; ésa es la demanda de la ciudadanía, eso es lo que dicen las urnas, ése es el mandato de los electores. Ni somos federales, ni confederales ni asimétricos. La propuesta de Ciudadanos contiene elementos muy interesantes: despartidización de instituciones como el Constitucional, el Tribunal de Cuentas, el Poder Judicial o el consejo de la RTVE; democratización de los partidos para empoderar a los ciudadanos, bien con listas abiertas, bien con circunscripciones de diputado único; reforma de la ley electoral hacia un sistema más proporcional; reducción de los aforamientos de los diputados; simplificación de la municipalidad. Estas propuestas han sido formuladas también, aunque de modo más difuso, por los socialistas. Son posibles.

El líder naranja Albert Rivera ha solicitado su turno en el acuerdo, y no debe ser desaprovechado, es Ciudadanos el que le da veracidad a un cambio que no puede ser lampedusiano. Ni Ciudadanos debe expulsar tan pronto a Podemos.

A estas reformas hay que sumar la cuestión territorial, que es necesaria resolver aunque le falta cochura, tiempo. La confrontación es el primer paso del consenso, y por eso hay que contar con Podemos, que ha conseguido ser la primera fuerza en Cataluña y el País Vasco con su propuesta de referéndum. Hay que oír ese viento. La reforma constitucional también debe ser votada, y de modo favorable, en Cataluña y el País Vasco. Ése sería el derecho a decidir que el Estado debe ofrecer.

Mariano Rajoy puede abrir este proceso con una reforma constitucional, cuyo primer paso debe ser la constitución de la ponencia en el Congreso. Una vez alcanzado el prólogo del acuerdo, el presidente se comprometería a convocar elecciones para elegir unas Cortes constituyentes, tal como marca el artículo 168 de la Constitución. Esos tres parrafitos son nuestra Ley para la Reforma Política. Claro, todo da vértigo, pero las urnas han dado esa oportunidad. También fue tabú la abdicación del rey Juan Carlos I hasta que se produjo. La España de Felipe VI también necesita una Transición o, como ha apuntado Jaime Miquel, su perestroika.

Para aliviar la sensación de incertidumbre que acarrearía este proceso, los tres partidos, que sí, que darían su apoyo a la investidura, y en esto consiste todo esto, deben asentar tres pilares: el compromiso presupuestario con Bruselas, la firmeza ante una eventual independencia de Cataluña y la unidad frente al terrorismo. A su vez, Rajoy debería formar un gabinete poco partidista, donde no estén los secretarios generales ni sus barones territoriales, incluso debería pactarse el nombre de un ministro de Economía. Y, en último término, el propio Rajoy debería estar dispuesto a su propia renuncia en manos de otra persona del PP. Sí, operación Menina o como queramos ponerle al cuadro.

Una vez que Mas y la CUP consumen su alocada tetrapresidencia, Pedro Sánchez no podrá apoyarse en la abstención de ERC, ni de Democràcia i Llibertat, para ser elegido presidente. Y Podemos nunca le votará, así que la única salida pasa por un acuerdo entre tres o por la repetición de las elecciones. El susto o la muerte lleva implícito el engaño, es una cuestión distinta. ¿Esto es un problema o una oportunidad?

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