BUENO, estos 15 días de campaña no han estado nada mal. Es verdad que la democracia sólo se valora en su justa medida cuando se pierde. Pero, salvo algunos desbarres, como los protagonizados por dos clásicos electorales, Duran Lleida y Ana Mato, con los andaluces de por medio, o por Alfonso Guerra, con la amistades peligrosas entre el alcalde de Sevilla y la juez del caso de los ERE, la fiesta democrática ha corrido. Y, pese a que la prima de riesgo no ha dado tregua, pues se han echado incluso algunas risas escuchando a los candidatos, donde la palma se la llevó el presidente balear, con esa parrafada a lo Pepe Isbert.

Por lo demás, más allá de muchas generalidades, demasiadas ambigüedades y algunas concreciones menores, Rajoy llega a la jornada de reflexión sin haber detallado qué hará cuando coja el mando de esta nave llamada España y sin haber relevado el nombre de su vicepresidente o vicepresidenta económica. Ni falta que me hace, desde pensar. Eso sí, en los últimos días anda poniendo el parche antes de que salga el grano, y apela al patriotismo de los españoles para salir del pozo de los cinco millones de parados. En cualquier caso, una vez que la mayoría absoluta parece tenerla garantizada, la incógnita está en saber si el PP superará o no los 190 escaños. Ante una situación económica tan crítica y con el importante respaldo que se le augura, Rajoy debe empezar a gobernar en la sombra el 21-N. No puede esperar a ser investido a mediados de diciembre para comenzar a tomar decisiones. De entrada, con el poder que concretará el PP, pudiera empezar dando instrucciones a sus comunidades y a sus ayuntamientos.

El candidato socialista a la presidencia del Gobierno, Alfredo Pérez Rubalcaba, ha terminado vaciado en esta especie de misión imposible en versión política. Los cinco millones de parados, principal eslogan de los populares, se han convertido en un muro infranqueable. Todo, para poco. Un esfuerzo estéril para un esprínter que no ha parado de esprintar durante los 15 días de campaña. Los datos económicos no le han acompañado nada desde que fue designado candidato por el Comité Federal del PSOE. Y, aunque ha puesto toda la carne en el asador, con un programa trabajado en defensa de lo público, no ha dado la sensación de haber podido movilizar masivamente a los millones de indecisos. Ante una derrota que se presume tan importante y dolorosa como previsible, no debería cometer el error de dimitir abrumado por unos resultados que apuntan más a los 100 escaños que a los 120. Primero, porque no es principal responsable de la derrota, y segundo, porque es la primera vez que se presenta -Rajoy ganará a la de tres-, y tercero, porque el PSOE no se puede permitir el lujo de reeditar la etapa de ZP con Carme Chacón, harina del mismo costal.

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