el poliedro

Tacho Rufino

Una conciencia prêt-à-porter

Está en pleno auge en el Reino Unido la convicción de que armas, vicio y violencia vienen del continentePara 'abertzales' e 'indepes' la primera violencia fue de España y para 'brexiters', continental

A principios de diciembre, el ex preso etarra Ramón López de Abetxuko participó como conferenciante en un acto en la Universidad del País Vasco en Vitoria en pro de la excarcelación de los presos gravemente enfermos. A pesar de que López ha pagado treinta años de cárcel por dos asesinatos, para muchos -ni mucho menos para todos- este tipo de actos son un escarnio para la memoria de los miles de muertos, lisiados, amputados y heridos graves por ETA, así como para el dolor de sus familiares. Así lo cree el ministro Marlaska, que se llevó buena parte de su vida, cuando era magistrado de la Audiencia Nacional, en el punto de mira de los terroristas, a muchos de los cuales condenó y encarceló, incluido Arnaldo Otegi. Hay muchísimos que opinan al revés. Entre ellos, por supuesto, esa parte importante de la población vasca que no sólo justificó y justifica la lucha armada contra el Estado español, sino que la aplaude, más esa otra peneuvista que, entre misa y consejo de administración, recoge los frutos del terror en forma de transferencias extra que han convertido al País Vasco en una especie de paraíso fiscal, industrial, de coberturas e infraestructuras: una riqueza con tufo de pólvora en un "pequeño país" que rezuma prosperidad hoy. Violencia rentable, pues.

Hay otros apoyos a los abertzales más o menos velados y que provienen de una parte de la izquierda española cuyos extraños complejos la llevan a justificar a los nacionalismos ricos interiores; dos contradicciones a la ortodoxia del socialismo: apoyar a nacionalistas y a ricos, siendo de natural la izquierda internacionalista y defensora de los menos privilegiados. O sea, hay montañas de personas que consideran conveniente el asesinato sistemático y organizado en un Estado considerado en los rankings fiables como una de las pocas democracias consolidadas del mundo. Y por supuesto, hay una buena parte de la sociedad catalana, sobre todo la más joven, que no ya es que otorgue a su pequeño país el derecho a utilizar la violencia contra ese mismo Estado, el español, sino que en un alarde de victimismo de ricos -se debe reiterar esto porque el dinero es clave en el análisis de las conductas y las éticas de plastilina- afirman con un credo dogmático y compartido que la terrorista es España. Es de aplicación la ley de Campoamor: "Y es que en el mundo traidor nada hay verdad ni mentira: todo es según el color del cristal con que se mira".

Sucede igual con el Brexit: muchos ingleses apoyarían el uso de la violencia contra los inmigrantes europeos, que, eso les hacen creer, están metiendo armas en la Isla y son sumariamente unos criminales: ¿por qué no vamos a defender los derechos con la violencia o incluso matando, si está en juego la Grandísima Gran Bretaña, amenazada por los europeos que -afirman sin rubor- son los culpables de dicha violencia?: una vez convencidos de que la agresión viene de fuera, la violencia de respuesta es no ya legitima, sino necesaria y hasta urgente. El miedo insuflado por los muñidores populistas es el catalizador de esta convicción. Te lo repiten cien veces y te lo acabas creyendo, sobre todo si te convencen de que la (improbable) víctima eres tú. Y más si lo hacen desde que eres un infante. La conciencia nacional -recuerden a Franco- se moldea así con una argamasa trufada de mitos y leyendas hechas nanas, soflamas, propaganda visual u oral racionada … ¡y desde el poder! Desde esa estrategia, ya vista en otros lugares y momentos históricos, se accede al poder mucho más fácilmente que con un marketing político basado en la objetividad, las necesidades sociales y las propuestas de gestión. Un procedimiento político de superficialidad preñada de miedos y agravios que tiene gran éxito, y que por tanto no menguará, sino al contrario.

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