ciclismo

La fe mueve montañas

  • Gino Bartali, que ayudó a salvar muchas vidas durante la II Guerra Mundial, es el único que ha logrado ganar dos veces el Tour de Francia con diez años de intervalo

El ciclismo deportivo vive hoy una época agitada. Priman las marcas y los intereses económicos y, a veces, se olvida que quienes van montados en las bicicletas son personas. Por ello, resulta aleccionador que nos acerquemos a figuras de otro tiempo, como la de Gino Bartali. En 1914 nació este carismático corredor, en Ponte a Ema (Florencia). Su nombre empieza a sonar cuando gana con autoridad el Giro de 1936. En 1937 debuta en el Tour y ya se viste de amarillo. Son años de nacionalismos y tensiones prebélicas. El propio Mussolini le pide que defienda el honor italiano en territorio enemigo y conquiste la ronda francesa. Pero la arenga patriótica del Duce no surte el efecto deseado. Al día siguiente, cuando marchaba escapado, se precipita por un barranco y a causa de sus heridas tiene que abandonar.

En 1938 el Gobierno fascista le obliga a renunciar al Giro para preparar bien el Tour. Y arrasó. Convertido -a su pesar- en estandarte del régimen fascista y modelo del hombre nuevo (un campesino que alcanza el triunfo gracias a su esfuerzo personal), el Piadoso se ganó el corazón de los aficionados por su generosidad humana y deportiva con sus adversarios. En 1939 disputaba el Giro a Valetti. Apodado el Rojo, durante una etapa de montaña unos Camisas Negras le abordaron con intención de lincharle, pero apareció Bartali e impidió el ataque a su compañero. Además, se implicaría para que Valetti, recluido en prisión por su militancia política, fuese liberado. El propio interesado fue quien, años más tarde, desveló la ayuda.

En 1939, vísperas de la Segunda Guerra Mundial, el Gobierno italiano no permite a sus ciclistas acudir al Tour. Su imparable progresión se ve interrumpida. Hasta 1948 no disputa otra vez la ronda gala. Y cuando nadie le creía capaz de imponerse con 34 años, el Vecchio lograba su segundo Tour de forma espectacular, con siete victorias de etapa. Es el único que ha conseguido ganarlo con diez años de intervalo. Más allá de sus éxitos deportivos, el nombre de Bartali está asociado a la memoria política italiana. La leyenda le atribuye, entre sus méritos, haber abortado una guerra civil. Sucedió el 14 de julio de 1948. El líder comunista Togliatti sufrió un atentado y sus militantes organizaron una manifestación multitudinaria. Según cuentan, el primer ministro, el democristiano Gasperi, le rogó que ganara la etapa del Tour "para toda Italia". El ciclista cumplió y aquella victoria contribuyó a serenar los ánimos.

En 1952 fue atropellado por un automóvil y las secuelas le obligarán a dejar la competición. Abandona el pelotón en 1955 tras 20 años, récord de longevidad que hubo que esperar a Poulidor para que lo superara. El 5 de mayo de 2000 cruzaba la última meta. Su gran corazón dejó de latir y el Monje escalaba definitivamente al cielo. Su palmarés, a simple vista escuálido, no refleja su enorme categoría. Bartali ha sido uno de los más grandes, pues ningún otro ha logrado sus éxitos en tan largo espacio de tiempo. "La Segunda Guerra Mundial me robó mis mejores años", remarcaba siempre. Si su carrera no hubiera sido cortada por el conflicto bélico, el gran Gino podría haber logrado una cosecha insuperable.

Creyente, militante de Azione Cattolica, su figura irradiaba un aire místico y ensimismado pero sin llegar al desprecio de la realidad. Nunca rechazaba un plato de pasta o un buen vaso de vino. Deportista atípico, solía encender un cigarrillo al final de cada etapa, para sorpresa de sus rivales; como exclamó Cosson: "Es increíble. ¡Ha ganado el Tour fumando en pipa!". Sagaz y astuto, curtido en las dificultades de la guerra y las intrigas políticas, ya retirado criticó los usos del ciclismo moderno, gobernado por patrocinadores y el fantasma del dopaje. Modesto y humilde, sin presumir de sus hazañas, su historial y leyendas le convirtieron en maestro y consulta para los jóvenes. "Así se acordarán de mí y, cuando esté solo en mi tumba, vendrán a darme conversación para que no me aburra", solía explicar ante los halagos sobre su carácter afable.

Emocionan sus logros deportivos, pero más aún sus gestas a favor de los seres humanos. Tres años después de su muerte se conocía la más grande de sus victorias: entre 1943 y 1944 colaboró con la Resistencia. Giorgio Nissim lideraba la Delasem (Comisión para la Asistencia a Emigrantes), organización creada por la Unión de Comunidades Israelitas con el fin de ayudar a escapar a los judíos italianos de la persecución nazi. En otoño de 1943 la sección que operaba en la región de Toscana fue descubierta y desmantelada. Nissim necesitaba reorganizarse y encontró la ayuda de miembros de la Iglesia Católica. En su nueva red de apoyos participaron desde el arzobispo de Génova hasta comunidades de frailes (oblatos, franciscanos) y movimientos laicos (Acción Católica).

Una imprenta clandestina fabricaba los documentos de identidad falsos necesarios para la fuga. La misión de Bartali consistía en el transporte. Llegaba a los monasterios, recogía el material, lo escondía en los tubulares de su bicicleta y se marchaba a completar la entrega. Otras veces, gracias a sus conocimientos de las carreteras, servía de guía e indicaba a los fugitivos los caminos más seguros. En alguna ocasión era detenido en los puestos de control. ¿Qué hacía un hombre, en plena guerra, paseando en bicicleta por la alta montaña? Bartali siempre lucía su nombre bien visible en el maillot, para que supieran quién era, y una excusa siempre funcionaba: Estaba entrenando, "para mantenerme en forma y poder defender a mi país en las competiciones del porvenir".

La policía sospechaba su implicación, pero no se atrevía a provocar el descontento popular arrestando a un héroe nacional. Una vez fue interrogado en Villa Trieste y le aconsejaron que disminuyera su celo cristiano, a lo que respondió: "Yo hago lo que siento en mi corazón". Y continuó cumpliendo su labor de correo salvador. El ciclista se llevó a la tumba su victoria más secreta. Su heroica actividad salió a la luz al morir Nissim, cuando sus hijos encontraron unos diarios donde detallaba el engranaje de la evasión. Los investigadores calculan que, con sus pedaladas, el esforzado Gino libró de la muerte a 800 judíos. "Quien salva la vida de un hombre salva al mundo entero", reza el Talmud. "Hablaba de todo y con todos -recuerda su hijo Andrea-, pero nunca de sus obras de caridad, ni de las vidas que salvó en aquellos años de guerra". Sólo cumplía el mandato evangélico de ayudar al prójimo y servir a la patria.

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