Andrés Pascual. Escritor

"Soy el vivo ejemplo de que no debemos dejar de soñar"

  • El autor publica 'El haiku de las palabras perdidas', un tributo a la cultura japonesa

Andrés Pascual se presenta con un ánimo radiante. Saluda con un verdadero apretón de manos, fija la mirada con intensidad, sonríe abiertamente, por educación y porque le sale -eso parece- sin esfuerzo alguno. Recién comenzada la charla, siempre calurosa y distendida, confiesa que se siente "el vivo ejemplo de la máxima que dice que nunca hay que dejar de soñar". "¡Pero si yo soy de Logroño!, ¿por qué me pasan a mí estas cosas?", exclama como quitándose importancia. Una de esas cosas que le pasan, por ejemplo, es publicar su tercera novela, El haiku de las palabras perdidas, y que de manera fulminante su editorial, Plaza & Janés, mande imprimir la tercera edición, amén de haber cerrado ya la traducción de la obra a seis idiomas.

"Este libro me ha cogido en un buen momento", dice Pascual, que ha escrito anteriormente El guardián de la flor de loto y El compositor de tormentas, cuyas ventas se cuentan por centenares de miles de ejemplares. "Me siento con madurez literaria. Además, este viaje me ha apasionado y me ha convertido, eso creo, en mejor persona", añade. Japón, su cultura, la "diferente manera de sentir" de sus gentes, la incomodidad ante las "verdades absolutas", "su ingenuidad, que no es tal, es sólo aparente, porque al final te das cuenta de que lo que intentan es hacer las cosas de la manera más limpia posible para que cada uno sea capaz de interpretarlas a su manera, sin marcar un camino previo"; todo esto es lo que ha sido tan "saludable" para el escritor. "Aparte del entretenimiento y de la acción trepidante -dice, con irónico tono de nota de prensa-, de todas esas cosas que por supuesto espero que la gente encuentre en la novela, yo espero que en los lectores cale esta cultura que a mí me ha dado tanto".

Definido por su autor como un "thtiller cotidiano" y también como "una doble historia de amor y superación", El haiku... narra la historia de amor entre un adolescente occidental y una japonesa, dramáticamente interrumpida por la bomba atómica lanzada por Estados Unidos sobre la ciudad de Nagasaki, la "eterna olvidada" ante Hiroshima. La novela está ambientada en dos tiempos, 1945 y nuestros días, y defiende "la máxima de que el amor está por encima del espacio y el tiempo". "Los 65 años que separan ambas historias paralelas pueden ser una eternidad para algunas personas, y un instante para otras, para las que sean capaces de trascender la tiranía del reloj y el calendario", explica el autor.

Cuando llevaba año y medio escribiendo, de hecho con el libro a punto de ser rematado, sucedió la enorme catástrofe de Fukushima. Pascual "no podía creerlo". Sintió "estupor" porque precisamente su novela plantea el debate de la energía atómica. "Si escogí este tema para la subtrama del presente no fue por casualidad. La energía nuclear está íntimamente relacionada con el drama del 45: la bomba atómica viene a ser la derivación demencial de esa energía. Pero sobre todo porque es un conflicto que está vigente en Japón más que en ningún otro rincón del planeta. A pesar de su pasado, Japón es pronuclear convencido. Justamente, por paradójico que resulte, por su compromiso con el medio ambiente. En cualquier caso, esto, como es obvio, genera un conflicto desde el minuto uno, pero también, precisamente por su pasado, un debate sincero".

Así que, superado el "pánico" inicial a que los lectores pensaran que se "aprovechaba de una desgracia ajena para vender libros", el escritor concluyó que escribir -publicar- la novela sería una manera de homenajear a "la galaxia del Sol Naciente" por su "firmeza y dignidad" ante el dolor. "Tras visitar el Museo del Holocausto de Nagasaki, me di cuenta de que había adquirido un compromiso con la capacidad de superación de ese pueblo a base de nobleza y respeto al prójimo. Por lo demás, ellos son conscientes de que viven en una isla que tarde o temprano se va a hundir en el fondo del océano y lo asumen con resignación. Pero para los japoneses ésta no es una palabra que tenga un componente peyorativo: simplemente, asumen la desgracia y la muerte de forma natural, entienden que son parte de la vida".

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