Cultura

Una vaga ilusión

  • 'PROSAS PROFANAS'. Rubén Darío. Alianza. Madrid, 2016. 192 págs. 9,20 euros.

Cumplidos los cien años de la muerte de Rubén Darío, Alianza edita nuevamente estas Prosas profanas del poeta nicaragüense, cuya magistratura en las letras hispanas hoy resulta difícil de ponderar en sus justos términos. Una magistratura, por otra parte, que se ejerció, no sólo ni principalmente en la nueva métrica, émula de Verlaine, sino en un nuevo parnasianismo, al que Darío añadirá, andando el tiempo, la voz de la americanía y el cuerpo extenso de la hispanidad, en el que aún alientan aquellas "Ínclitas razas ubérrimas" de feliz memoria.

La lira parnasiana, sin embargo, no es sólo una extensión alegre de la sima romántica. Sin duda, el modernismo fue una Grecia versallesca que ha leído a Bocaccio, al Aretino, que ha soñado la gran noche oriental de Las mil y una noches y ha bebido el espíritu sanguíneo de Shakespeare. Su culto, en cualquier caso, es la Belleza: una belleza sensual, festiva, acaso decadente, pero que sin embargo obtura las palideces mórbidas con las que obró el Romanticismo. Su diferencia, aun así, no es una diferencia de grado, sino de tipo. Si el Romanticismo hizo del Pasado un absoluto (y en concreto una estilización del Medievo, cuya pureza se contraponía al vértigo industrial de las ciudades del XIX); si el Romanticismo, repito, consideró el ayer como una mejoría sobre el presente, el Modernismo sólo salvará del pasado aquello que considera bello. Lo cual supone una visión estética -no histórica- de la Historia, y una mirada culta, erudita, de connoissieur, sobre las bellezas pretéritas, desde un mítico Indostán a la claridad marmórea de la Hélade.

Bien es cierto que el concepto de Belleza, inserto en el Modernismo, cambiará radicalmente con la llegada inmediata de las vanguardias. No obstante, el giro crucial que se opera en Darío, en su caudaloso y fértil culteranismo, es un giro irreversible, que permanecerá a lo largo del XX. Con lo cual, "la libélula vaga de una vaga ilusión", no se dirige ya hacia el Pasado o a la Naturaleza agreste de Wordsworth, sino hacia los dominios del Arte. Y es en el arte donde la obra de Darío adquiere su altísima, su exacta y cordial supremacía.

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