La risa en la Antigua Roma | Crítica

Mary Beard y la fraternidad de rientes

  • La historiadora británica publica en España un nuevo ensayo en el que indaga sobre la naturaleza y los motivos del humor en la antigüedad

Mary Beard, Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales.

Mary Beard, Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales. / Efe

El emperador Cómodo (161-192 d. C.) se creía la reencarnación de Hércules. Paradigma del gobernante caprichoso y cruel, le encantaba organizar espectáculos de fieras y combates amañados en los que él mismo participaba. En su catálogo de hazañas truculentas, figuran por ejemplo ejercicios de puntería en los que lanzaba flechas mortíferas desde la arena al público que abarrotaba las gradas. A menudo, no necesitaba más excusa que el exhibicionismo de su egolatría. En una de estas performances, tras decapitar a un avestruz, se dirigió desafiante, con la cabeza del ave en una mano y la espada todavía chorreando sangre en la otra, hacia los senadores sentados en las primeras filas. Y uno de ellos, Dion Casio (él mismo lo cuenta en su Historia romana), tuvo en ese momento un ataque de risa que se vio obligado a disimular como pudo masticando hojas de laurel. Le iba la vida en ello.

Esa inoportuna risa floja sirve como caso recurrente en La risa en la Antigua Roma, último ensayo publicado en España por Mary Beard (Munch Wenlock, 1955). El marco básico se completa con otra risa romana muy anterior. Está localizada en un diálogo de El eunuco (161 a. C.) de Terencio, que transcribe la fonética de una carcajada: "hahahae". Aunque a lo largo del libro aparecerán muchas otras, ambas risas le valen a la autora para encauzar la pregunta sustancial: ¿de qué se reían los antiguos romanos?

Es difícil discutirle a Beard, catedrática en Cambridge y Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales, el mérito de ser la mejor divulgadora de la Antigüedad clásica en la actualidad, la más masiva y eficaz al menos en una época en la que las humanidades están tan arrinconadas. Aquí lo demuestra una vez más, aunque quizá adopte, en forma y detalle, un estilo más académico que en otros escritos. Eso sí, sin sacrificar la diversión.

El origen de La risa en la Antigua Roma está en una serie de conferencias que Beard dio en 2008 como profesora visitante en la Universidad de Berkeley. Para su publicación original algunos años después, base de esta traducción que ahora publica Alianza, organizó los contenidos de esas charlas en cuatro capítulos que forman la segunda parte del volumen. En ellos, revisa la idea de la risa como parte de la oratoria, los vínculos entre el humor y el poder o las diferentes escalas sociales, la humanidad y la animalidad de la risa, y por último la naturaleza y las características del chiste romano. Para esto último, la referencia inexcusable es el Philogelos (El amante de la risa), la recopilación de chistes más antigua de la que nos ha llegado noticia concreta, escrita en griego en la Roma del siglo IV.

Cubierta del libro. Cubierta del libro.

Cubierta del libro. / D. S.

La primera parte del libro, otros tres capítulos redactados para la edición, recoge lo que podría considerarse el comentario de las conferencias. Mary Beard sitúa el embrión de estas nuevas digresiones en los "debates nocturnos" que tuvo tras las charlas "en los acogedores bares y cafés de Berkeley". Y esa mayor libertad para salirse del guion le lleva, entre otras cosas, a plantear cuestiones más generales, como las tentativas de una posible historia de la risa o el repaso (crítico por ser un patrón "peligrosamente simplificador", en sus palabras) de las tres teorías más asentadas sobre la risa: la de la "superioridad", la de la "incongruencia" y la del "alivio".

Más que aspirar a una ambiciosa interpretación de la risa romana que la descifre en su totalidad como algo único, Mary Beard propone "una serie de encuentros" con lo que denomina (tomando prestado el término de un poema de Velimir Khlebnikov) "fraternidad de rientes" de Roma, donde integra a "los bromistas y los bufones, los de risita floja y los de carcajada, los teóricos y los moralizadores". Es en ese descenso a la humanidad individualizada y contextualizada de cada riente donde el libro alcanza sus mejores páginas, impulsadas por la subjetividad: "La risa en la Antigua Roma es un reflejo de mis propios intereses y experiencias como historiadora social y cultural", reconoce.

Es por ejemplo significativa en ese sentido la perspectiva feminista. Aquí tiene menos incidencia tal vez que en otras obras suyas, pero irrumpe con fuerza en el capítulo 7, "Entre lo humano y lo animal". Echa de menos Beard en la literatura romana que nos ha llegado una tradición presente en otras culturas, la de "la mujer riente subversiva", las "risitas" femeninas que, citando palabras de Angela Carter, ella define como "el júbilo inocente con el que las mujeres humillan a los hombres". Y conecta esta ausencia con el célebre Arte de amar, de Ovidio, donde el poeta ofrece entre bromas y veras una serie de lecciones a las hembras humanas sobre cómo deben reírse, con consejos tan específicos como procurar siempre que queden pequeños hoyuelos a cada lado de la boca.

Frente a la solemnidad, Mary Beard transita siempre por las historias minúsculas con una erudición irreverente

La historia se ha presentado con frecuencia como una retahíla de hechos consumados y legibles en un único sentido, legitimando su interés en sus mayúsculas. Frente a esa estática solemnidad, Mary Beard transita siempre por las historias minúsculas con una erudición precisa, pero asimismo con una inteligencia irreverente, un estilo directo y una declarada consciencia de la abierta parcialidad de cualquier relato histórico. Pueden dar fe de esto los espectadores de sus exitosos programas en la BBC o los lectores de sus libros, convertidos en modelos de superventas de calidad. Hay en concreto uno, La civilización en la mirada (que antes además fue también serie de televisión inspirada por la legendaria Ways of Seeing de John Berger), que reflexiona de forma específica sobre esa construcción de los relatos civilizatorios a partir del punto de vista desde el que se miran y se ponen en común. Y ese convencimiento de la imposible clausura de los textos históricos y de la historia misma como texto es decisivo para comprender que toda lectura de Mary Beard, también esta sobre la risa, se cierra con más preguntas que respuestas. Es otro de sus méritos, quizá el mayor.

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