El polaco | Crítica

La traducción del deseo

  • La editorial argentina El Hilo de Ariadna publica en absoluta primicia la nueva novela de J. M. Coetzee, ‘El polaco’, una historia de amor de resonancias míticas y precisión asombrosa

John Maxwell Coetzee (Ciudad del Cabo, 1940), en la presentación de 'Siete cuentos morales' celebrada en Granada en 2018.

John Maxwell Coetzee (Ciudad del Cabo, 1940), en la presentación de 'Siete cuentos morales' celebrada en Granada en 2018. / Carlos Gil

Mientras la coherencia, entendida como dirección monolítica, persiste como una exigencia impuesta por cada ecosistema cultural a sus escritores, aparecen de vez en cuando autores suficientemente díscolos como para sacar los pies del tiesto y reinventarse hasta extremos insospechados. No se trata de probar géneros ajenos ni de apuntarse al juego de los heterónimos, sino de escribir desde la posición de un escritor distinto, desde una alteridad palpable. Por alguna razón que seguramente no es fácil de explicar, a veces, entre los autores más reconocidos, esta inflexión viene a coincidir con la concesión del Premio Nobel. Así ha sucedido con novelistas como Kenzaburo Oé y J. M. Coetzee, quienes, en contra de la tendencia general, han seguido escribiendo de manera abundante tras obtener el mayor galardón literario al que se puede aspirar pero, permítase el tono abrupto, como si fuesen otros. En el caso de Coetzee (Ciudad del Cabo, 1940), esta otredad se manifestó ya en 2003, el mismo año de la concesión del Nobel, con la publicación de Elizabeth Costello, la novela protagonizada por el alter ego femenino del escritor sudafricano con la que, de paso, brindaba su particular parodia del fenómeno de la autoficción. Especial mención merece su Trilogía de Jesús, integrada por La infancia de Jesús (2013), Los días de Jesús en la escuela (2016) y La muerte de Jesús (2019), tres novelas incomprendidas que no gustaron a casi nadie (no gustaron ni siquiera a Javier Marías, que ya es decir) y en las que resultaba ciertamente difícil encontrar al Coetzee de siempre, pero que llevaban la solución narrativa alumbrada por Cervantes en el Quijote a extremos de una esencialidad asombrosa, más allá incluso de lo que Borges había pretendido. Pero el nuevo rumbo asumido por el autor de ‘Desgracia’ no se detenía sólo en lo estético, ni en lo moral: Coetzee decidió aprovechar su influencia para salirse de las tendencias comunes del marketing y asentar sus propias reglas del juego editorial. Así, algunas de sus últimas obras (como Siete cuentos morales) han visto la luz no en el inglés original, sino en su traducción al castellano, de la mano de colaboradores como María Soledad Constantini y Leandro Pinkler, mediante lanzamientos realizados desde Argentina con los que el autor pretende poner freno a la supremacía editorial de la lengua inglesa en todo el mundo. Ahora, su última novela, El polaco, acaba de ver la luz en la editorial argentina El Hilo de Ariadna (en cuyo catálogo figuran otros títulos del autor) con la traducción de Mariana Dimópulos y no se publicará en inglés hasta 2023. Nos referimos además a una editorial independiente, vinculada en su origen al Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba) y fuera de los grandes grupos editoriales, lo que aporta una especial connotación a la estrategia de Coeetzee. Aunque de manera más bien discreta, eso sí, la novela ha sido distribuida en España, lo que permite disfrutar de tal primicia, también, a este lado del charco.

Portada de 'El polaco' Portada de 'El polaco'

Portada de 'El polaco' / El Hilo de Ariadna

El polaco se presenta con las hechuras ajustadas de una nouvelle y narra una historia de amor ambientada principalmente en Barcelona, en los años previos a la pandemia, entre Witold, un pianista polaco de 72 años; y Beatriz, una catalana que trabaja en la organización de conciertos de música clásica a punto de cumplir los 50. En cuanto a la temática, la novela entronca así con títulos inmediatamente anteriores a la Trilogía de Jesús como Hombre lento (2005) y Diario de un mal año (2007), en los que Coetzee exploraba la mecánica del deseo en hombres maduros, impedidos, mermados o cuanto menos erosionados, ante la entrada en escena de mujeres de menor edad. Que El polaco llegue por primera vez a los lectores como una novela traducida obedece a un efecto, si se quiere, metaliterario: en la novela, Witold y Beatriz sólo pueden comunicarse en inglés, un idioma que ella domina pero que a él no se le termina de dar bien. Cuando Beatriz es conminada a traducir unos poemas de Witold escritos en polaco, la traducción adquiere un rango protagonista que se manifiesta también en la música: como pianista, Witold vive permanentemente en la cabeza de Chopin, aspira a reconstruir el mundo en que el compositor creó sus partituras para bordar la interpretación perfecta, lo que no deja de ser asimismo un ejercicio de traducción. En la superficie, ‘El polaco’ se presenta como una lectura de la Divina comedia, expresada abiertamente en el nombre de Beatriz pero también en diversas referencias explícitas a la obra de Dante, en la que el ser amado toma la iniciativa y ejecuta su particular ajuste de cuentas al contar con su parte con un futuro que al poeta le ha sido negado (el poeta es aquí, por cierto, un mal poeta, con lo que el ajuste de cuentas encuentra su particular saldo). En el fondo, Coetzee presenta una novela (en una entrevista publicada en el diario Clarín, el autor matizaba y definía El polaco como “un proyecto de menor escala que una novela”) sobre las dificultades que afronta el ser humano a la hora de conocer al otro, de traducir al otro, y del deseo como anhelo de ser traducido, comprendido sin fisuras, por el otro.

Coetzee presenta una lectura de la 'Divina comedia' en la que Beatriz toma la iniciativa para su particular ajuste de cuentas

      

En lo formal, Coetzee prolonga su austeridad característica con resultados portentosos, sobre todo a la hora de revelar con la mayor precisión la construcción emocional de sus personajes (“Una parte de su inteligencia consiste en saber que un exceso de reflexión puede paralizar su voluntad”, escribe sobre Beatriz). Cada capítulo se estructura en breves unidades narrativas numeradas, a veces coincidentes con los párrafos, lo que permite advertir el mayor empeño puesto en la depuración, en la opción por una escritura atomizada que permite retirar lo prescindible con la mayor limpieza. Así, tanto en la temática (el deseo observado desde el prisma de la Divina comedia) como en la parquedad radical y en la premisa de una literatura que prefiere darse desde su traducción, Coetzee rinde un tributo cada vez menos reservado a Samuel Beckett, un referente ineludible en su obra pero que, especialmente desde la Trilogía de Jesús, parece haberse asentado con carácter prioritario. Bien está: ante una lectura como la de El polaco sólo cabe rendirse y celebrar el modo en que la literatura nos permite superar las dificultades y conocer al otro, traducirlo, serlo sin reservas, hasta completarnos.   

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios