Píllale el punto a la coma | Crítica

El valor de la escritura

  • Bård Borch Michalsen explica en un libro rápido y leve, lleno de anécdotas, cómo se usan los signos de puntuación

Detalle del retrato de Erasmo de Róterdam, por Alberto Durero (1526).

Detalle del retrato de Erasmo de Róterdam, por Alberto Durero (1526).

No deben de correr tiempos muy propicios para la escritura en general, y la académica en particular, cuando alguien se ve en la necesidad de redactar un libro sobre la forma correcta de usar los signos de puntuación, y dicho manual, publicado originalmente en una lengua marginal como el noruego, conoce una rápida traducción a otros idiomas más mayoritarios, inglés o castellano. Poca sorpresa al respecto: a pesar de que hoy se escriba más que nunca (nos recuerdan las estadísticas), el ingente volumen de mensajes de texto, intervenciones en chats, emails y exabruptos en redes sociales no ha conseguido sino, a través de un aumento de la cantidad, rebajar la calidad hasta el severo problema de la incomunicación: a veces el código se vuelve incomprensible. En su afán por copiar la inmediatez del lenguaje hablado, la escritura amenaza con deshacerse de algunos de los más importantes bagajes acumulados en dos milenios de evolución, notoriamente los signos que le permiten ser flexible, directa y lo más fiel posible a lo que se pretende comunicar.

El hecho de que la oralidad vuelva a encontrarse en el centro de la transmisión lingüística ha convertido las letras, sobre todo para los más jóvenes, en un aparato obsoleto y antipático, del que servirse sólo en situaciones extremas, y siempre de un modo atenuado que neutralice su autoridad. Esta desconfianza hacia lo escrito no es nueva; cualquiera de mis escolares de secundaria, para quienes el respeto a la ortografía constituye una divertida excentricidad de los jubilados, habrían estado de acuerdo con ese dictamen de Platón en el Fedro, según el cual el libro es un objeto indeseable porque no contesta cuando se le pregunta, y suelta sus frases sin discriminación. En los casos límites de que hablo, cuando uno se ve abocado a servirse del alfabeto, lo correcto es trufar el mensaje de iconos de colorines, los famosos emoticonos, que suplen la entonación o el gesto de quien habla, cosas todas, ya sabemos, que la letra muerta no es capaz de retratar.

Cubierta del libro. Cubierta del libro.

Cubierta del libro.

En medio de esta coyuntura, tiene mérito que Bård Borch Michalsen se arroje a dedicarle un libro entero a la manera correcta de escribir, y más sirviéndose de esos trastos exóticos e incomprendidos, los signos de puntuación. Consciente de que juega en campo contrario, Michelsen no recurre (que habría podido) a la erudición filológica ni a la tradición de la prosa humanista: el suyo es un libro rápido y leve, articulado en párrafos con abundantes puntos y aparte, chistes y anécdotas que despejen desde el principio toda sospecha de seriedad. Aun cuando de lo que habla es importante: los antecedentes del punto, la coma y el signo de interrogación en la Alejandría del siglo II antes de nuestra era y la Bolonia del XIII de la misma; su primera aparición impresa en los talleres del veneciano Aldo Manuzio, padre de la tipografía moderna; las variaciones de su uso en los siglos posteriores, dependiendo de si respetaban la pronunciación en voz alta o las estructuras sintácticas. Dicha historia, recorrida de un modo algo despeinado, se completa con una segunda parte de sentido práctico. Aquí, además de enterarnos del odio cerval que los anglosajones sienten por el punto y coma, que encuentran afeminado e inútil, o de que según Mark Twain habría que imputarle al signo de exclamación la falta de educación de la gente, que cada vez habla más alto en las conversaciones, encontramos también breves semblanzas de los principales signos ortográficos y una guía sucinta de su empleo.

Los anglosajones sienten un odio cerval por el punto y coma, que encuentran afeminado e inútil

Un capítulo especial de la obra, el más extenso de todos, está dedicado a la coma. A pesar de que muchos la dispensan a diestro y siniestro y la colocan en los lugares más insospechados, se nos recuerda que su valor no puede despreciarse y de que muy a menudo, entre otras heroicidades, ha conseguido salvar a hombres del patíbulo. En la página 132 leemos: “La leyenda dice que, en cierta ocasión, la zarina María Fiódorovna salvó la vida a un delincuente que su marido Alejandro III había decidido enviar a una muerte segura en Siberia. El zar había escrito: ‘Indulto imposible, enviar a Siberia’. Pero María cambió la coma: ‘Indulto, imposible enviar a Siberia’. Finalmente, el hombre fue puesto en libertad”.

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