El negro zumbón | Crítica

'El negro zumbón': ironía y narratividad

  • El diplomático Federico Palomera ofrece en su primera novela una mirada crítica al mundo editorial y a la parafernalia de las relaciones internacionales

El escritor y diplomático Federico Palomera Güez.

El escritor y diplomático Federico Palomera Güez.

El maridaje entre diplomacia y literatura ha dado excelentes frutos, sobre todo en Hispanoamérica (Rubén Darío, Pablo Neruda, Octavio Paz, Alfonso Reyes, Alejo Carpentier, Jorge Edwards, etc.), aunque tampoco en España han faltado ejemplos (Juan Valera, Ángel Ganivet, J. A. Giménez Arnau, Carles Casajuana, Fernando Schwartz, Helena Cosano, etc.), con una diferencia notable: las repúblicas americanas históricamente han nombrado diplomáticos a sus escritores relevantes, mientras en España, a la inversa, algunos diplomáticos se han dedicado a la literatura. En este contexto, se suma a la tradición del diplomático-escritor Federico Palomera Güez (Madrid, 1951), representante de España en numerosos países durante los últimos cuarenta años, que ha sido embajador en Singapur y actual cónsul general en Chicago. En 2017 publicó un primer libro de relatos, El cuaderno del pendolista, y ahora ofrece su primera novela, El negro zumbón, en la editorial Karima.

La novela cuenta varias historias entrecruzadas, la de un traductor y escritor del montón que como autor oculto, negro, escribe la autobiografía de una bailarina para una editorial que desea aprovechar el mercado de escándalos mediáticos para aumentar sus ventas. Al tiempo, se nos narra la historia de la editorial, fundada y evolucionada al socaire de las prebendas del franquismo. Y, claro está, la historia de su vida que esa bailarina, Mitzuko, de origen coreano pero nacida en Estados Unidos, le cuenta al negro.

Este puzzle de historias distintas está contado con gran dominio de los recursos narrativos: la tercera persona omnisciente, cuyo relato enmarca la novela, narra la historia de la editorial y del trabajo de Jaime, el negro, y su relación con la bailarina. El narrador, cuya identidad no se desvela, trasunto probable del autor, emplea con mucha habilidad los diversos estilos: el directo para las tensas conversaciones de los directivos de la editorial, que representan la ideología moralista y sectaria frente al ansia de los beneficios rápidos como único principio; el estilo indirecto y el indirecto libre, mediante el que Palomera Güez da vía libre a su ironía. Baste como ejemplo este párrafo sobre el ascenso de Fulgencio Lucas de empleado de una imprenta a fundador de la Editorial Boecio: "Lejos de las cajas de composición, Fulgencio pudo resistirse a los miasmas propagados por Pablo Iglesias y otros de su calaña y tuvo la suficiente vista como para trocar los manguitos y la visera por una camisa azul y un correaje de estilo militar. Empezó a codearse con los señoritos de provincias que iban a tomar el vermú vestidos de azul mahón –como los obreros– y a participar en las entretenidas partidas de la porra que zurraban la badana a los rojos que osaban asomar la jeta por Pucela". La historia de Mitzuko está narrada en primera persona, contada por ella o transcrita por Jaime, el negro, con precisión y con ternura. Y es ese cambio entre personas verbales el único signo de alternancia entre ambos planos narrativos.

La historia familiar de Mitzuko presenta numerosos mestizajes históricos y culturales que permiten al autor un repaso apasionante de la historia del mundo en los siglos XIX y XX, en el que conocimiento e imaginación construyen un friso interesantísimo, siempre desde una perspectiva irónica, que es la marca distintiva de la identidad autorial de Federico Palomera Güez.

En esa línea, son especialmente divertidos episodios como las técnicas para conseguir comer algo en los cócteles oficiales; o la diferenciación del rango de los políticos del Este según su distancia a la bandeja del caviar; el análisis del declive de la Unión Soviética en relación directa con la disminución de la cantidad de caviar en los cócteles de sus embajadas; y comentarios del narrador sobre la comida japonesa, o la falta de estilo de las novelas baratas. Hay pasajes de una gran perspicacia, como el de la lengua alemana, o las críticas a las compañías aéreas, los comentarios sobre la naturaleza de la ciudad de Nueva York, o sobre los teléfonos con auriculares, que nos deja la siguiente perla: "Los teléfonos sin manos hacen muy difícil distinguir a los locos de los hombres atareados, y es imprescindible cuidarse de las primeras impresiones. Jaime había sorprendido una vez a Salvador hablar con el sempiterno Manolo mientras orinaba, y al principio creyó que había enloquecido definitivamente e interpelaba con ese nombre a sus órganos genitales".

En suma, El negro zumbón es una estupenda novela que nos ofrece una perspectiva crítica sobre la parafernalia de las relaciones internacionales y sobre la situación del mundo editorial español, una visión histórica desprejuiciada, inteligente y divertida. Un alegato contra la pomposidad trascendente de buena parte de nuestra narrativa contemporánea. ¿Qué más podemos pedir? Sólo que Federico Palomera Güez nos ofrezca pronto su segunda novela.

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