Mi Leópolis | Crítica

La ciudad de la alegría

  • La reedición del hermoso, lírico y bienhumorado libro de recuerdos que el polaco Józef Wittlin dedicó a su Leópolis de origen nos transporta al apacible tiempo anterior a la Gran Guerra

Józef Wittlin (Dmytrów, Galitzia, 1896-Nueva York, 1976).

Józef Wittlin (Dmytrów, Galitzia, 1896-Nueva York, 1976).

Nacido como su amigo Joseph Roth en la provincia de Galitzia, al noreste del vasto imperio multiétnico de los Habsburgo, también de origen judío pero polaco de nación y de lengua, el poeta, novelista, traductor y ensayista Józef Wittlin era uno de los autores más reconocidos de su país, la Polonia de entreguerras, antes de que por efecto de la doble invasión nazi-soviética quedara sometido a la barbarie totalitaria. También como Roth, que había muerto unos meses antes, residía en París al inicio del conflicto, pero pudo escapar en las mismas vísperas de la entrada en la ciudad de las tropas alemanas y logró, previo paso por España y Portugal, trasladarse a Nueva York, donde viviría exiliado largas décadas. Buena parte de su prestigio internacional se debía y se debe a una excelente novela, La sal de la tierra (1935), primera parte de una trilogía inacabada –véase la reciente edición española de Minúscula, que incluye el único fragmento conocido de la continuación, Muerte sana– en la que Wittlin recreó el comienzo de la Gran Guerra desde la perspectiva de un sencillo y humilde soldado de infantería, en la alta línea del Svejk de Hasek. La profesión de pacifismo lo convirtió en un proscrito, perseguido en la siniestra Europa del Nuevo Orden y silenciado después por las autoridades comunistas de la República Popular de Polonia. Podemos leer algunos de sus valiosos ensayos en la recopilación Orfeo en el infierno del siglo XX (1963), disponible en Trapisonda con prólogo de Juan Manuel Bonet, y también el hermoso libro que dedicó a su añorada ciudad natal, Mi Lvov (1946), publicado por Pre-Textos (2006) en una traducción de Elzbieta Bortkiewicz que ha vuelto a las librerías de la mano del joven sello Hojas de Hierba.

El ensayo está atravesado por una delicada nostalgia que no excluye la nota cómica

En su nueva vida, el título recurre al nombre castellano de la ciudad, Leópolis, y tanto la imagen que ilustra la cubierta como la nota del editor aluden a la "penumbra apocalíptica" de la actual guerra de Ucrania. La criminal invasión de Rusia, en efecto, ha devuelto actualidad a la capital cultural del occidente del país, hasta ahora relativamente a resguardo, pero el tiempo al que se refiere el ensayo de Wittlin es en lo esencial –los años de formación del futuro hombre de letras, que de hecho residiría en Leópolis hasta 1922– anterior a la Guerra del 14, cuando la vida de la ciudad austro-húngara, entonces en la órbita polaca, transcurría morosa y apaciblemente instalada en lo que Zweig llamó el mundo de ayer. Acompañados de un prólogo del poeta, traductor y crítico Eduardo Moga, cuyo título latino parafrasea el famoso Homo sum... de Terencio en el sentido de que nada de lo concerniente a esta Leópolis le resulta ajeno, y de una introducción (1976) del también polaco y emigrado Tymon Terlecki, los recuerdos leopolitanos de Wittlin conforman una deliciosa inmersión en lo que fue, como él mismo la califica, "la ciudad de la alegría". Escrito, no se olvide, cuando empezaba a conocerse la magnitud del horror en los campos de exterminio, el libro está atravesado por una delicada forma de nostalgia que no excluye la nota cómica ni lo que Terlecki llama un saludable "humor autocrítico", acaso para conjurar el desarraigo del exilio y la melancolía de la patria perdida.

Los leopolitanos son descritos con una combinación de piedad, ternura e ironía

"La esencia del leopolitanismo que trato aquí de esbozar a grandes rasgos es una extrañísima mezcla de lo sublime y el gamberrismo, la sabiduría y la imbecilidad, la poesía y la mediocridad", afirma el ensayista en una frase que resume bien el tono y el contenido de su evocación, nada autocomplaciente. Es también un recuento sorprendentemente preciso, dado el tiempo transcurrido, que se detiene no sólo en los escenarios, sino muy especialmente en las personas, gentes del tiempo viejo –las "voces de un millar de sombras"– que son descritas por el retratista con una combinación característica de piedad, ternura e ironía. La falta de solemnidad, "tan estimada en otras partes de Polonia", y la amable ligereza distinguen el estilo de Wittlin, definido por un lirismo nada grandilocuente que lejos de idealizar la ciudad de origen o de celebrarla con epítetos desmesurados la reconstruye con humanísimas trazas y en sus detalles más ínfimos y cotidianos, que tantos años después –y de nuevo con la sombra de la guerra a las puertas– siguen proyectando en el lector una perdurable impresión de vida.

Carruajes en la antigua Leópolis. Carruajes en la antigua Leópolis.

Carruajes en la antigua Leópolis.

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