Madera quemada | Crítica

Carnalidad y dolor en tiempos de pandemia

  • La sexta novela de la británica Sarah Hall propone la ardiente crónica de un amor confinado

La escritora Sarah Hall.

La escritora Sarah Hall. / Richard Thwaites

La escritora británica Sarah Hall (Carlisle, 1974) cuenta que comenzó su sexta novela el lunes 23 de marzo de 2020, justo el primer día del confinamiento decretado por Boris Johnson en su país. El horror, el temor y sobre todo la incertidumbre que colonizaban con rapidez el mundo en esas jornadas de la expansión inicial del Covid atraviesan de forma evidente el argumento de Madera quemada. De algún modo ahorman también su escritura aplicadamente descarnada y en primera persona, sobria y directa, en secuencias breves. Sin capítulos, adopta un formato que recuerda al de un cuaderno de notas y parece buscar en la literatura un exorcismo, esa "defensa contra las ofensas de la vida" de la que hablaba Cesare Pavese.

La sinopsis promocional la define como "la historia de un amor confinado", esa explicación no revela nada decisivo. La razón de ese encierro es una pandemia causada por un virus ficticio, Nova o AG3, con algunas diferencias con respecto a los coronavirus, aunque a escala social la autora juega con un transparente paralelismo: "Nadie podía ver lo que pasaba en los consejos de ministros: las estimaciones reales, el coste y las pérdidas. Se suspendieron las sesiones parlamentarias y se apagaron las cámaras de televisión. El país estaba ocupado en su derrumbe, atendiendo a los enfermos, haciendo recuento de lo que quedaba en la despensa y de luto por la libertad".

La crónica de cualquier accidente mínimo conmueve más desde la vivencia cercana y reciente de otro parecido, al trabajar la imaginación literaria con los fantasmas de la experiencia. En un suceso tan trascendental como una pandemia, esa impresión se sobredimensiona. Queda impuesto un nuevo marco en la interpretación de cualquier relato de circunstancias semejantes. No cabe aquí la pura etiqueta distópica. Eso que el lector podría asumir desde una supuesta zona de confort protegida por el cristal de la ficción irradia ahora el calor penetrante de la verdad, quema incluso.

El campo semántico de la quemadura parece además adecuado para plantear las sensaciones de lectura de una novela que despliega esta simbología en varios frentes, a partir de la especialidad artística que practica la protagonista: el shoe sugi ban, la madera quemada, una vieja técnica que aprendió en una estancia becada en Japón y que consiste en carbonizar vetas más superficiales de la madera para cepillarla y aceitarla después. "Es todo lo contrario a la intuición: dañar la madera para protegerla" le explica Shun, su maestro, como revelándole (y revelando de camino a los lectores) una enseñanza vital más amplia.

El sexo y la enfermedad, la vida y la muerte, el eros y el tánatos, atraviesan esta novela

La metódica descripción técnica nos habla de la vocación de la autora, que como su protagonista es licenciada en Bellas Artes. El oficio del artista ya centraba el argumento de la segunda novela de Hall, The Electric Michelangelo (2004, tuvo un discreto recorrido en España gracias a la desaparecida editorial salmantina Tropismos, con gran ojo para los inéditos) y de How to Paint a Dead Man (2009, inédita hasta ahora en español). Con esos libros, Sara Hall empezaba a consolidarse como una de las escritoras británicas más importantes de su generación. Tiempo y premios después, Madera quemada recoge y desarrolla algo que ya apuntaba allí: la tensión entre ciertos modos y ritos del arte comercial (los encargos, los concursos, la sombra permanente de la impostura…) y la admiración por el trabajo físico, manual, indistinguible del mérito de la artesanía. Es muy tentador extrapolar esa tensión al oficio literario.

Cubierta del libro. Cubierta del libro.

Cubierta del libro. / D. S.

El vocabulario cuidadosamente afilado pone por otra parte de manifiesto también un amor por la especialización semántica, que en la novela se explaya mucho en los dos ejes fundamentales que la cruzan, por encima del arte: el sexo y la enfermedad. O lo que es lo mismo, la vida y la muerte, el eros y el tánatos, las dos renombradas pulsiones antagónicas y complementarias. Es un interés que ya había demostrado asimismo Hall en otras obras. Sin ahondar demasiado, valga como ejemplo que en 2016 se encargó de coordinar junto a Peter Hobbs una antología de relatos breves titulada de forma expresa Sex & Death, publicada en Gran Bretaña por Faber & Faber, su editora habitual, y traducida un año más tarde al español por Gatopardo Ediciones.

La narración, siempre ágil, se vuelve pormenorizada y explícita tanto en los encuentros sexuales de Edith, la protagonista, como en el detalle de la enfermedad y la decrepitud, presentes más allá del suceso pandémico. Esa fijación por la consciencia de lo físico discurre por la cita de los cuerpos humanos, de su sensualidad a su escatología, pero alcanza también al paisaje y a lo inanimado, como la materia que utiliza Edith en sus gigantescas esculturas.

Y es en lo físico donde recae la carga sentimental de la historia. La expresión de la corporeidad, las manifestaciones del cuerpo, excitado o martirizado, parecen el mejor vehículo de comunicación entre estos personajes. Toda la empática humanidad que fluye en el peculiar triángulo integrado por Edith, su amante y su madre nace de una identificación primaria, carnal. Su mayor expresión es una proyección dual del amor: el sexo y los cuidados.

Hay otros acontecimientos, vida que no roza los lados de ese triángulo, pero de alguna manera todo lo que ocurre está incluido en su área, entre la marca de sus límites, que no es otra cosa que el conocimiento de la mortalidad ajena y propia. Nos hace vulnerables pero a la vez nos anima a vivir, al menos en la garantía de los umbrales mínimos de la dignidad. Y diría que esa es la tesis principal que alumbra esta novela escrita en la (esperemos) fase más tenebrosa de la pandemia.

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