Cultura

Contra los lugares comunes

  • Marta Sanz firma una suerte de autorretrato colectivo, con testimonios de mujeres de su entorno, en el que analiza la educación sexual y la lucha contra los clichés de su generación.

ÉRAMOS MUJERES JÓVENES. UNA EDUCACIÓN SENTIMENTAL DE LA TRANSICIÓN ESPAÑOLA. Marta Sanz. Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2016. 216 páginas. 20 euros.

Por el marco temporal en el que ambientaba las novelas La lección de anatomía y Daniela Astor y la caja negra, también por la posición crítica y lúcida que exhibía en los ensayos recogidos en No tan incendiario, en la Fundación José Manuel Lara pensaron que Marta Sanz (Madrid, 1967) sería la persona idónea para plantear una suerte de prolongación de los Usos amorosos de la postguerra española que escribiera Carmen Martín Gaite, una obra que explorara la educación que había tenido en la Transición y en años posteriores toda una generación de mujeres en las cuestiones vinculadas a la afectividad y el sexo.

Sanz aceptó de inmediato la propuesta, movida por "la admiración" hacia el libro de Martín Gaite y "la vanidad" de saber que habían pensado en ella para seguir los pasos de la autora de Entre visillos y Nubosidad variable; también porque en ese encargo se reencontraría conasuntos "a los que llevaba dando vueltas desde que publiqué El frío, en 1995" y que abordaba con intensidad en sus últimas ficciones, la autobiográfica La lección de anatomía y Daniela Astor. "Ahí están reflejadas mis incertidumbres por el hecho de ser mujer", reconoce la escritora. "Parece que hablo muy segura, pero -admite- lo que me lleva a escribir son temas que me producen muchas dudas. Y uno de ellos es mi papel como mujer, en la intimidad o en la dimensión pública, frente a lo que me viene impuesto o lo que he aprendido". En Éramos mujeres jóvenes, que lleva como subtítulo Una educación sentimental de la Transición española, Sanz continúa con ese análisis, pero lo hace, matiza, con unas páginas en las que no falta el humor. "Hay veces que parece que las mujeres no podemos reírnos. Existe un prejuicio que nos asocia con lo sufriente, como si no pudiésemos tener un espacio para la risa, sana o maligna", reivindica.

Para no limitarse a su memoria privada y hacer la perspectiva del libro más plural, la madrileña recurrió a "cuatro o cinco" amigas íntimas, sus corifeas, a las que entregó un cuestionario. Y llegó entonces la sorpresa: una de ellas hizo circular esas preguntas... y Sanz se topó con unas 15 encuestadas sin pretenderlo. "Tuve que decirle a mi corifea que parara, que no era el Instituto Nacional de Estadística", bromea. Pero aquella anécdota dio que pensar a la escritora. "Creíamos que las mujeres habíamos llegado a un gran nivel de emancipación, de libertad, pero me di cuenta de que muchas tenían la urgencia de hablar de ese espacio propio", observa Sanz sobre el germen de un libro en el que las participantes rememoran vivencias como la pérdida de la virginidad o el sentimiento de asco y la culpa que aún impregnan las relaciones sexuales. "Yo que soy la escritora me encontré con relatos maravillosos en los que me contaban trozos de vida de una forma muy visual y muy emotiva", asegura la ganadora del Premio Herralde con Farándula, antes de hacer una advertencia sobre el contenido de Éramos mujeres jóvenes. "A mí no me interesa la esencia femenina. Si existe eso es una construcción de la mirada de los hombres, se usa como una especie de cajita donde se mete lo que no se entiende. Este libro no va sobre la mujer, sino sobre las mujeres".

En este texto híbrido entre la memoria, el ensayo y el reportaje Sanz señala las contradicciones en que incurrían algunas madres de la Transición, en teoría liberadas pero también asaltadas por temores justificables -un posible embarazo de sus hijas, que éstas no mantuvieran una reputación de chicas decentes-, madres que se debaten aún frente a algunos prejuicios de los que no pudieron desligarse en su momento: resulta entrañable el fragmento en que la madre de Sanz ve con asombro los cachetes que se propinan las protagonistas de La vida de Adele. La generación posterior, la de Sanz y sus compañeras, aún tiene muchos frentes abiertos, como se apunta en esta obra: todavía se juzga como una egoísta a aquella mujer cuya vida no gira alrededor de su familia, "una mujer que no alisa con saliva y colonia el pelo de sus hijos después de hacerles la raya al lado"; por otro lado, la liberación sexual en la democracia tuvo también sus contraprestaciones, como afirma una de las corifeas, Mónica: pesa la sensación de que entre las muchas responsabilidades de las mujeres en la actualidad está la de tener que ser "una amante cojonuda", poseedora de "una destreza erótica profesional".

Entre las contradicciones que manifiestan las informantes de Sanz está la tensión por reconocer que el amor es, en más de un caso, el centro de sus vidas. Está "mal visto" decirlo "porque esa posición -escribe la autora en el libro- se identifica con una opción conservadora que circunscribe a las mujeres al espacio familiar y doméstico; por otra parte es un orgullo declarar que el centro de tu vida es el amor, reivindicar la fraternidad universal y el amor local, determinado, por un hombre al que tienes el privilegio de amar y de que te ame". Quizás esta sea la última batalla de todas las luchas que las mujeres han tenido que emprender contra los estereotipos. "Tengo la percepción de que la mujer estaba encorsetada en el franquismo, cuando la sexualidad era sucia y una mujer que disfrutaba de ella era peligrosa; luego, pasamos a otro tipo de corsé, el de que debíamos ser hiperactivas sexualmente y estar todo el tiempo dispuestas... Esta obra invita a que cada mujer construya su propio relato, busque su felicidad haciendo lo que quiera. No es un libro prescriptivo, es un libro que describe".

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