Leonardo Padura. Escritor

"Que la gente se distancie por las ideas sólo beneficia a los políticos"

  • El autor regresa con 'Como polvo en el viento' (Tusquets), una novela sobre el exilio que retrata el "desangramiento" de Cuba y reivindica la fraternidad

Leonardo Padura (La Habana, 1955).

Leonardo Padura (La Habana, 1955). / Ernesto Mastrascusa / Efe

Adela Fitzberg, una joven neoyorquina de ascendencia cubana, recibe una llamada de Loreta, su madre, con la que mantiene una tensa relación, que le comunica una mala noticia: la progenitora tiene que sacrificar a su caballo Ringo, al que ha cuidado con devoción en los últimos años. En Adela se instala un mal ánimo que no responde sólo al destino de ese animal, como si presagiara que algo va a cambiar en su vida, y pronto descubre que su intuición no le falla. Marcos, el joven cubano del que se ha enamorado, le muestra una fotografía de su infancia y allí Adela se topa con una figura reconocible e inesperada, que apunta que sus orígenes no son como le habían contado. En Como polvo en el viento (Tusquets), la nueva novela de Leonardo Padura, en la que aparca a su detective Mario Conde, se narra cómo el exilio afecta a un grupo de camaradas –los protagonistas de esa fotografía– que se acabaron dispersando por el mundo. Una obra con la que el autor, Premio Princesa de las Letras, propone una emocionante reivindicación de la amistad y de los lazos afectivos por encima de las diferencias ideológicas.

–La novela se podría haber subtitulado Distintas maneras de afrontar el exilio. Hay quienes odian sus raíces y quienes añoran la tierra perdida…

–Siempre he oído decir que cada persona es un mundo, y parece que es cierto. Cada uno de nosotros enfrenta del mismo modo y a la vez de manera diferente un conflicto más o menos similar. Muchas cosas, muy específicas o muy generales, pueden afectar nuestras decisiones, percepciones, actitudes en distintos momentos de la vida. Y el exilio, la migración puede generar todas esas respuestas diversas y más en personajes como los de esta novela, con una densidad intelectual y social muy alta. No es lo mismo el campesino hondureño que llega a Estados Unidos que el africano que entra en Europa en una balsa y los dos son distintos a estos cubanos que emigran, que a la vez son diferentes entre sí… porque la realidad lo permite y porque yo lo decidí para el mejor desarrollo dramático y sustento conceptual de la novela.

Como polvo en el viento viene a decir que por encima de las diferencias ideológicas están la amistad, las raíces… La historia es una reflexión sobre la fraternidad.

–Eso es lo que pretendo. Un personaje lo dice muy claro en la novela: todas las razones para emigrar son válidas y también todas las que nos deciden a permanecer. Y lo más importante es respetar las voluntades y necesidades de cada uno. Muchos cubanos han emigrado por diferencias políticas o ideológicas con el sistema, otros por razones diferentes, pero todos han pertenecido a una cultura, a una identidad, y han formado parte de algo: una familia, o un clan, como en la novela. Creo que permitir que las diferencias políticas puedan separar a la gente no hace más que alimentar las plataformas de los políticos, sólo los beneficia a ellos, y consigue distanciar a las personas a veces incluso por factores que escapan de su voluntad, de su pertinencia. Si algo yo tengo claro y quiero que la novela lo exprese, es que podemos aferrarnos a valores y pertenencias que pueden ser permanentes, salvadores, en cierta forma redentores.

–Ha mencionado antes esa idea de Clara, uno de los personajes, que sostiene que todos tienen sus razones, los que se fueron de Cuba y los que permanecieron allí. Alegra oír algo así: hoy en la política nadie se preocupa de comprender los motivos y el pensamiento del otro.

–Mira, creo que Clara es la gran conciencia crítica de esta galería de personajes y no es casual que sea ella la que se queda hasta el final y pasa por todo, lo resiste todo, pero siempre está ahí, para todos. Clara es el respeto a las decisiones de los demás, incluidos sus hijos, porque ese respeto es el del albedrío libre que debe ejercitar cada ser humano. Incluso hasta en su relación con Dios, si cree en Dios.

–¿Está cansado de explicar por qué se ha quedado en Cuba?

–Un poco, la verdad, pero con tantas explicaciones he ido perfilando una respuesta muy sintética: me he quedado en Cuba porque soy un escritor que pertenece a la cultura cubana, a la identidad cubana, que es algo supraestructural, que nos pertenece a todos… incluso a los que emigran. Yo necesito de la realidad cubana para escribir, aunque no escriba sólo para definir o explicar esa realidad, sino para intentar verla desde una perspectiva que desde lo local alcance lo supranacional, o sea, que resulte lo más universal posible.

"Yo necesito la realidad cubana para escribir, aunque no escriba sólo para definir o explicar esa realidad"

–Esa generación que retrata creía en unos ideales, en el futuro, aunque hoy viva el desencanto. La juventud de hoy ¿es demasiado descreída? ¿Cómo la percibe usted?

–En Cuba hay de todo. Desde crédulos y creyentes hasta descreídos y desencantados. Y vuelvo a Clara: cada uno tiene derecho a pensar como desee, siempre y cuando ese pensamiento no implique agresiones, exclusiones, ofensas. Hay en la Cuba de hoy una cantidad importante de jóvenes que profesan el pragmatismo, y por eso muchos de esos terminan saliendo al exilio, en busca de lo que en la realidad más concreta es difícil encontrar en el país. Entre esos hay los que sólo quieren tener una casa y un carro, como se dice en la novela. Hay otros, y es necesario reconocerlo, que participan, trabajan, creen. Jóvenes médicos, científicos, profesores, etc., que ni siquiera reciben de la sociedad lo que ellos le entregan con su trabajo. Y algunos se cansan. Otros, no.

–En la primera aparición de Marcos aparece como un cubano de manual: vestido de lino, con su medalla de la Virgen de la Caridad del Cobre… ¿Son tan poderosos los clichés sobre el país que es difícil desprenderse de ellos?

–Los clichés siempre tienen un componente de realidad. Yo quería que ese primer Marcos pareciera la caricatura de un joven cubano para luego ir entrando en sus motivaciones y proponer algo que en mi opinión es importante: a veces juzgamos por lo primero que vemos y no somos capaces de valorar todas las dimensiones de lo juzgado. En mi novela Herejes hago un ejercicio similar con los jóvenes emos que al principio Conde ve como unos payasos y luego es capaz de rectificar sus apreciaciones al entender que son más complejos que un disfraz. De todas formas puedo decirte que en Miami, por ejemplo, es muy fácil distinguir a un tipo de cubano. Las cadenas de oro (¿de oro?) y los collares de santería, el reloj más grande, el pelado más estrafalario… ¡ese es cubano!

–Le ocurre a Marcos, pero también a los de la generación anterior: su título universitario no tiene ninguna validez en su nuevo destino. Dice: "Resultaba más fácil y barato ser astronauta que revalidar un título de doctor en Veterinaria obtenido en una universidad cubana".

–Esa ha sido una verdadera tragedia para muchos cubanos en el exilio. Y volvemos al campesino hondureño o al africano. Una parte importante de los migrantes cubanos son personas instruidas, incluso con títulos universitarios que en determinados países no tienen validez. Eso implica la necesidad de reinventarse, y la gente se reinventa. En Estados Unidos tengo un amigo arquitecto que trabaja en un banco, un economista que pinta casas, un médico que gestiona viajes a la isla… y ahí está Marcos, el ingeniero que vende piezas de autos rusos que todavía circulan en Cuba. Pero, a la vez, aquí en España tengo amigos neurocirujanos, como el Darío de la novela, que abren cabezas y extraen tumores dos veces a la semana.

Leonardo Padura, en una fotografía tomada el pasado septiembre. Leonardo Padura, en una fotografía tomada el pasado septiembre.

Leonardo Padura, en una fotografía tomada el pasado septiembre. / Ernesto Mastrascusa / Efe

–Hay historias muy dolorosas, como la de Horacio, que no puede ver a su padre después de que éste huya a Estados Unidos. Usted ha hablado de "desangramiento" del país...

–Historias dolorosas de emigrantes las hay a montones, en todas partes. La de Horacio y su padre está calcada de la de mi mujer, Lucía, y su padre, o sea, es no sólo real, sino cercana. Y el hecho de que una quinta parte o más de la población cubana se haya ido al exilio… es un  desangramiento, de eso no hay dudas. Y hay sectores en los que resulta especialmente visible y sensible, como es el caso de los jugadores de béisbol que se van al extranjero, que por cierto menciono en la novela... Hace un tiempo circuló una lista de más de cien, entre ellos veinte o treinta de primerísimo nivel. ¿Te imaginas que España pierda de su selección nacional de fútbol a 20 jugadores?... Por eso hace años no le ganamos ya ni a Holanda.

–Otro de los personajes de este libro se pregunta desde su residencia en Barcelona para qué sirve la nostalgia. Le iba a preguntar si usted lo sabía cuando, precisamente, me he topado con una fotografía suya en la que lleva una camiseta con esta frase de Mario Conde: "Soy un nostálgico de mierda". ¿Gestiona mal usted los recuerdos?

–La memoria es muy selectiva. Funciona como una acumulación de datos que aparecen o desaparecen según estados de ánimos, ocasiones, contextos. Por lo general recordamos las cosas mejores y peores que nos han pasado, aunque esas malas muchas veces las enterramos y les complicamos su salida. En mi caso no sería justo valorar cómo gestiono mis recuerdos, porque mi oficio me obliga constantemente a hurgar en ellos. En los recuerdos personales incluso muy íntimos, en los colectivos, en los aprendidos. El escritor, el novelista, es un almacén de recuerdos sin los cuales no es posible crear los universos, los personajes, las situaciones que aparecen en sus obras. Así que no los gestiono mal o bien… ¡los saqueo!

–Usted publicó un texto titulado Yo quisiera ser Paul Auster, y el libro se abre con una cita de él. ¿Qué le gusta tanto del autor de la Trilogía de Nueva York?

–Auster es un escritor con un sentido muy melodramático de la literatura. A sus personajes les ocurren cosas tremendas, tremebundas a veces, no saben quiénes son ni de dónde vienen y siempre resulta que en el fondo de todos los cruces de sus historias está el azar. Paul Auster usa la causalidad y la convierte en casualidad generadora de historias que sabe narrar de un modo muy convincente, aunque dudes de la posibilidad de que a un personaje le haya ocurrido algo capaz de provocar todo lo que lees. Y, en esencia, es un autor que habla de la vida, de lo singular y extraordinaria que puede ser la existencia y de esa certeza que siempre debería acompañarnos: nadie es dueño de su futuro. El azar existe y… nosotros somos polvo en el viento.

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