Javier Márquez Sánchez. Periodista y escritor

"Uno lleva su ciudad dentro de sí, por mucho que pretenda huir de ella"

  • El autor publica 'La ciudad de las almas tristes', una novela negra o un "western sentimental" sobre las contradicciones de Sevilla que propone también una reflexión sobre el periodismo

El novelista Javier Márquez Sánchez, en una imagen promocional de 'La ciudad de las almas tristes'.

El novelista Javier Márquez Sánchez, en una imagen promocional de 'La ciudad de las almas tristes'. / D. S.

A José Luis Ballesteros, un periodista reconvertido tras el terremoto que provocó una de sus noticias en informador privado, le encargan que investigue a un empresario que quiere levantar un complejo con casino y restaurantes en la Isla de la Cartuja. Ballesteros está habituado a meterse en el fango junto a su socio, Chano Ribeiro, un fotógrafo que también se ha reinventado, pero el nuevo trabajo conlleva un problema. "Bajar a Sevilla. Aquel tipo no sabía lo que significaban esas tres palabras para mí. Demasiadas cuentas pendientes. Demasiados recuerdos que me costaba mantener a raya. Demasiada gente que podría seguir queriendo clavar mi cabeza en lo alto del Giraldillo". El periodista y escritor Javier Márquez Sánchez (Sevilla, 1978) ya había demostrado su talento para la novela negra, su capacidad para plantear tramas y diálogos vibrantes, en obras como Letal como un solo de Charlie Parker, pero en La ciudad de las almas tristes, pubicada ahora por Almuzara, da un paso más y traslada con éxito esa lucidez desencantada del género a su ciudad natal.

–Hasta ahora ambientaba sus novelas en Las Vegas, en Hollywood o en México. Este parece su proyecto más personal, o al menos en el que más ha volcado de su propia vida: lo ambienta en Sevilla y el protagonista es un plumilla que en algún momento se ha dedicado a temas de gastronomía, como usted.

–Curiosamente, mi obra más personal es la que situaba en México, La balada de Sam, ahí sí reflejaba mi perspectiva de la vida. Pero sí es cierto que esta novela la tenía pendiente. Un amigo me decía: Has escrito sobre Las Vegas, pero no sobre tu ciudad, tú que eres un sevillano militante. No lo había hecho antes porque me resultaba muy íntimo, como contar algo de un familiar. Albergaba además cierta mezcla de sentimientos: debía retratar lo que me gusta de ella, pero también lo que no me convence. Como cuando alguien quiere a una persona, y en un momento tiene que señalarle: Oye, estás haciendo esto mal. Eso no era fácil, y por eso lo fui postergando. Y no es un libro autobiográfico, pero el tema periodístico sí está lleno de vivencias mías o de compañeros.

–El libro es entre otras cosas un homenaje a los veteranos del periodismo, a otros tiempos en los que se fumaba y se bebía en las redacciones.

–Tuve la suerte de coincidir, en mis comienzos y después, con estos veteranos que trabajaron en la Transición, que guardaban en el cajón la botella de coñac y el paquete de tabaco, que estaban rodeados de toda esa mitología y mitomanía. Esa gente representaba la vieja escuela del periodismo: se pateaban las calles, montaban su oficina en un bar, hablaban con unos y con otros. Ahora es todo más urgente, estamos más conectados por internet que cara a cara... Ese periodismo sigue existiendo, claro, pero algo se ha perdido.

Portada del libro. Portada del libro.

Portada del libro.

–Su narrador asegura que la carrera de Periodismo es tan absurda como la cerveza con limón.

–Mi narrador... y yo. [Ríe]. Creo que el periodismo es un oficio. Un oficio para el que, evidentemente, hay que aprender una serie de técnicas, a escribir, a manejar unas fuentes... Pero ante todo es práctica. Yo he tenido la suerte de ser subdirector de varias revistas, y me llegaban chicos y chicas recién salidos de la Universidad, y si les preguntabas de qué querían escribir, que qué tema les gustaba, que aprovecharan un hueco que había, te respondían: No lo sé, de lo que tú me digas. Esa falta de inquietudes me pasmaba, porque un periodista debe tener curiosidad, para descubrir cosas, y ganas de contarlo. Y se daba esa contradicción: a esa gente, que sacaba matrículas de honor en la carrera, no le habían despertado esa curiosidad.

–En su retrato de Sevilla no falta Silvio, una figura en la que confluyen la ciudad alternativa y la tradicional.

–Siempre me ha parecido la quintaesencia no del sevillano, sino de la propia Sevilla, porque es un personaje totalmente contradictorio, un rockero que salía a escena con chaqueta y corbata y aspecto de ser un funcionario de Tráfico, por un lado era un gran devoto y por otro era irreverente y bohemio. Ese contraste refleja muy bien la idiosincrasia de Sevilla, una ciudad de polos opuestos, de dualidades, en la que tienes que elegir si eres de la Macarena o de la Esperanza de Triana, del Sevilla o del Betis, de este bar o del otro, te tienes que posicionar. Lo bueno de Silvio es que encarna esos extremos y no se decantaba. Por eso, quizás, se convirtió en un personaje tan emblemático de la ciudad.

–El protagonista dice: "La Semana Santa nunca fue lo mío, pero crecí en Sevilla. Y no se puede caminar bajo la lluvia sin mojarse".

–En eso sí hay algo de mí: yo me fui de Sevilla hace diez años, por trabajo, y cuando uno viaja toma perspectiva, de lo bueno y de lo malo que deja atrás. Mi personaje quiere convencerse a sí mismo de que no echa de menos nada de su ciudad, que no tiene lazos emocionales que le aten a ella y por eso echa pestes. Pero una vez que vuelve, por más que sigue con ese discurso, no puede evitar ir a este bar a tomar un montadito de pringá, pasear frente a la Maestranza y recordar una anécdota taurina. Se da cuenta de que, para bien o para mal, uno lleva la ciudad dentro de sí, por mucho que huya de ella.

"En esta ciudad tienes que ser del Betis o del Sevilla, de la Macarena o la Esperanza...Tienes que elegir un lado siempre"

–Entre los episodios que ha querido recuperar de la historia de Sevilla está la expulsión de los gitanos de Triana.

–Yo no conocía ese episodio, o lo conocía muy superficialmente. Supe todo lo que había pasado por un artículo, que a los gitanos se les echó de Triana como a perros por una cuestión de especulación urbanística, y se les condenó a la marginación en las Tres Mil Viviendas, y acceder a todo lo que había ocurrido al detalle me obsesionó. Carlos Cano decía que no creía en la inspiración, sino en la obsesión, y a mí me pasó con esto, hasta el punto de que reconfiguré a mi personaje para que tuviera lazos con esa comunidad gitana, algo que le anclaba más a la ciudad y sus contradicciones. Mucha gente desconoce este episodio y quería hablar de él.

La ciudad de las almas tristes es una novela negra, pero también la definen como "un western sentimental".

–Aquí, como en tantas cosas, fue un amigo el que me dio la pista. Adrián Gómez, propietario de un bar, el Blusero del Alba, que tiene un cameo en el libro, me dijo que la historia parecía un western. El tipo que vuelve a su pueblo, que tuvo que marcharse de allí, los que están en contra y a favor de él, el viejo amor que reaparece... ¡eso es un western!, me decía él. Y me gustó mucho ese enfoque.

–"Para mí los diálogos son fundamentales, porque el cine es mi pasión", comentaba a este periódico hace unos años en una entrevista. Y aquí los personajes se expresan con la ironía afilada de la mejor novela negra.

–Llevo desde 2013 trabajando en esta obra, por distintas circunstancias, y lo que nunca dejé de reescribir fueron los diálogos, cruciales para mí. Tienen que ser ágiles, desprender si puede ser un humor sutil, que me encanta pero es difícil de conseguir, y contar cómo son los personajes, cómo se sienten. Tuve dudas ante la idea de reflejar o no el habla de Sevilla, pero no quería que todo estuviera lleno de cursivas, de palabras a medio terminar, y lo limité al final a dos o tres personajes, con la esperanza de que el lector se hiciera la ilusión de que todos hablan así, pero sin abusar de ese recurso.

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