Diario del asco | Crítica

Vida de un suicida

  • Isabel Bono abraza en su segunda incursión en la novela dos conceptos opuestos, vida y suicidio, gracias a una narrativa tan austera como portentosa

La escritora Isabel Bono (Málaga, 1964).

La escritora Isabel Bono (Málaga, 1964). / D. S.

"Algunas mañanas intento entablar conversación. No me sirve ningún tema de actualidad". Mateo tiene 51 años y es profesor de autoescuela, además de conversador frustado, profesional de la distancia, malhumorado permanente, con irreductible vocación suicida. Tiene claro cuál será su final, es una meta que ha de alcanzar, que ya debería haber traspasado, pero que la inexperiencia, el azar o la mala fortuna han impedido. Partiendo de esta idea, Isabel Bono construye Diario del asco, su segunda incursión en la narrativa tras Una casa en Bleturge, con la que ganó el prestigioso premio de novela Café de Gijón.

A modo de diario, con apariencia desordenada y a ratos improvisado, Mateo nos va relatando los principales sucesos y personajes que han tenido una especial significación en su atropellada vida, y en la que el suicidio ocupa un papel principal. Porque Mateo es un suicida potencial rodeado de otros suicidas, algunos de ellos expertos, a los que evoca en pasado, claro está. La suya es una existencia repleta de despedidas, insatisfacciones, deseos no conseguidos y rutina. Para Mateo la vida es una especie de muerte permanente, y desde esa premisa mejor es estar muerto, abriendo uno mismo esa puerta.

Isabel Bono convoca al lector frente a un mosaico con las teselas desordenadas, esa es la primera y engañosa apariencia. Y Mateo es el que mueve la mano llevando las piezas de un lado a otro, sin detenerse en ninguno en concreto. O sí, mostrándonos perfiles, detalles, de aquellas personas que han ocupado espacios cercanos en su vida. Como su hermano, un enigma de principio a fin; como su padre, evocación de la memoria que se evapora; como la que fuera su esposa, Amalia, crónica de una ruptura anunciada; y sobre todo Micaela, su novia vecina de juventud, que un buen día decidió poner punto y final a su vida. Un hecho trascendental en la trayectoria de Mateo, porque Micaela "no dejó un hueco, los dejó todos".

Con todos estos ingredientes, personajes y circunstancias, la autora nos ofrece una historia en la que lo primero que llama la atención es su sentido del humor. Habrá quien lo califique como negro, a tenor de la encendida vocación de su protagonista, pero, como la propia novela, no necesariamente se encuadra en ningún cajón. Es humor, a secas, inteligente siempre, descarnado a ratos, incluso osado, políticamente incorrecto –esa expresión tan sumamente correcta–, rabiosamente humano y hasta sorprendente, ya que lo puedes encontrar cuando menos lo esperas. Pero hasta cuando esto sucede, no despliega Isabel Bono ese humor impostado, de gracieta fácil, que es tan fácil encontrar en otras novelas. No, el humor en este Diario del asco parte de la inteligencia y de la observación de la rutina, de enfrentarnos a nuestro propio esperpento.

Portada del libro. Portada del libro.

Portada del libro. / D. S.

A pesar de la trayectoria literaria de la autora, tengamos en cuenta que ésta es su segunda novela y que buena parte de su obra la ocupa la poesía. Pero que nadie espere encontrar en Diario del asco ese género híbrido tan complejo, y en demasiadas ocasiones funambulista, cuando no accidentado, denominado prosa poética, y que con tan frecuencia es la excusa perfecta para atropellar la narración con ejercicios de estilo, piruetas gramaticales y empalagosos circunloquios. Isabel Bono se muestra en Diario del asco como una narradora plena, austera en su potencialidad, la fuerza controlada, economicista en las palabras, pero con una capacidad absoluta para contarnos y hacernos ver, porque se trata de eso.

La austeridad en narrativa es sinónimo de capacidad, de talento, en multitud de ocasiones, ya que quien cuenta con la habilidad para llevarla a cabo es capaz de narrar, de mantener la tensión del hilo sobre el que se extiende la trama, sin necesidad de recurrir a espacios neutros, que nada aportan al conjunto de la obra. Lo mismo sucede con la economía, esa asignatura pendiente en buena parte de la prosa actual, y que Bono administra con templanza y brillantez, ofreciendo pasajes memorables sin necesidad de recurrir a la escayola y a la perlita. En ocasiones, como sucede en Diario del asco, basta con ofrecer una historia en su primera esencia, sin pasar por maquillaje, pero eso no está al alcance de todo el mundo.

"¿Cuánto tiempo dedicamos a hablar de la muerte? ¿A qué conclusiones llegamos?", se pregunta Mateo, el protagonista y narrador de Diario del asco, como un Woody Allen reconvertido en profesor de autoescuela. Bono, en un novela con apariencia desordenada, pero perfectamente emsamblada en su representación final, se vale de la muerte para recuperar la memoria, descubrirnos en nuestra sencillez, marcada por la rutina y sus grandezas y miserias, y jugar con el lector en una narración que, como aquel célebre juego japonés, los bloques van encajando según se avanza en la lectura. Una novela sabiamente administrada, desde el humor, el descubrimiento, la sorpresa, la realidad o la identificación, ya que en el fondo, o más cerca de la piel de lo que imaginamos, todos albergamos un Mateo, o un primo, en el interior.

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