Las negras de la mar | Crítica

Otra historia de la modernidad

  • Con 'Las negras del mar', Jesús Cosano firma el tercer volumen dedicado a la esclavitud sevillana y su eco social y cultural desde la segunda mitad del siglo XV

Imagen del escritor Jesús Cosano / JUAN CARLOS VÁZQUEZ

Imagen del escritor Jesús Cosano / JUAN CARLOS VÁZQUEZ

Las negras del mar es el tercer volumen que el investigador Jesús Cosano dedica a la huella de la esclavitud hispalense en los comienzos de la era moderna. Antes ha publicado Hechos y cosas de los negros de Sevilla y Las negras de la Inmaculada, donde se recogen personajes y hechos de la negritud sevillana, escasamente conocidos por el público general, pero cuya importancia en la Nova Roma de Carlos V no puede definirse, en modo alguno, como marginal. ¿Cuál es la causa de este olvido? Una modesta erudición ya nos advierte de que dicho tema no ha sido tratado de modo insuficiente: a La esclavitud negra en la España peninsular del siglo XVI, del profesor Cortés López, podrían añadirse, por ejemplo, las páginas que Domínguez Ortiz y Fernández Álvarez dedicaron al esclavismo hispano. Y un ensayo más general podemos encontrarlo en Hugh Thomas (La trata de esclavos), así como en La hidra de la revolución de Rediker y Linebaugh, donde al esclavo se añadían otro tipo de marginalidades -marineros y campesinos-, en las que fundamentar una “historia oculta del Atlántico”. La bibliografía es, en cualquier caso, abrumadora. Y ello desde el momento mismo en que sucedieron los hechos. De modo que es la propia naturaleza del asunto la que, probablemente, haya obrado contra su publicidad o su recuerdo.

Un primer vértice de este moderno tráfico esclavista se encontrará, desde el siglo XV, en la capital hispalense

La particularidad de esta obra de Cosano es, pues, la de ofrecerle cierta realidad literaria a personajes cuya existencia sólo conocemos de un modo residual. Cosano recuerda, a este respecto, los tempranos comentarios de Pedro Mártir de Anglería, embajador de los Reyes Católicos, contra la crudeza del esclavismo. Comentarios y quejas que se harían más conocidos gracias al padre Las Casas, pero cuyo retrato más descarnado, cuya deploración más enérgica, se halla, como sabemos, en la Summa de tratos y contratos de Fray Tomás de Mercado, ya en la segunda mitad del XVI. Lo cierto, en todo caso, es que las grandes navegaciones del XV-XVI posibilitaron un tráfico de esclavos, principalmente desde el África, en cantidades desconocidas desde los días del mundo antiguo. Y que un primer vértice de este ominoso tráfico se encontrará en la capital hispalense, antes incluso de que se descubrieran las Indias Occidentales. A ello debe añadirse el tráfico esclavista, fruto de la toma de las Canarias, cuyos habitantes correrían la misma suerte. Y añadamos también que una parte sustancial de este negocio, explotado en principio por portugueses y españoles, encontrará su destino, tras la quejas del padre Las Casas, en el Nuevo Mundo. A pesar de lo cual, una parte no menor de los esclavos llegados a Cádiz, Sevilla y Huelva acabarían permeando la sociedad española, y principalmente la franja suroccidental de la península.

Todavía en el XVIII, Torres Villarroel, catedrático de prima en Salamanca, gustaba de pasear con su criado negro, vestido de colorín, como una mascota dócil y exótica. Y es conocida la probidad pictórica de Juan Pareja, el esclavo morisco de Velázquez, a quien el pintor liberó en Roma. Quiere esto decir que, en contra de lo creído, son muchos los personajes de relieve que poseyeron un esclavo como servicio doméstico. Y que dicha realidad no sólo fundamentó las grandes economías de escala del siglo XVII, sino que constituyó -la presencia de esclavos- la intimidad social y familiar de buena parte de Europa. Dentro de esa Europa del XVI-XVII (aunque el esclavismo moderno empieza ya en la mitad del XV), Sevilla será una de las plazas principales, en su triple condición de nexo con el África, con las Canarias y con el Nuevo Mundo. No mucho más tarde, se añadirían otros competidores -Inglaterra, Francia, Holanda- a este comercio criminal, extraordinariamente feroz y lucrativo. Un comercio que, como recordaba Mercado, siempre contó con el avaricioso concurso de reyezuelos tribales africanos.

El resultado, ya desde el siglo XVI, fue el de una imbricación cultural, masiva y perdurable, a la que aún es posible seguirle el rastro. Es así como Cosano es capaz de evocar la música, las costumbres, los modos propios de convivencia que vinieron con aquellos negros. Modos que afectan a las hermandades, a las fiestas, al callejero barroco; pero también a la lenta y tortuosa infiltración del esclavo en la sociedad que lo explota. Debe señalarse, no obstante, que aquella realidad es reconstruible porque se consignó con suficiencia. Y que no es una omisión -sino un interesado olvido- el que Cosano sortea con Las negras de la mar, melancólica obra sobre un hecho amargo: el eco de la esclavitud africana en la ávida Sevilla del Imperio.

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