Yo acuso | Crítica

Un héroe de nuestro tiempo

  • Austral publica los artículos de Émile Zola en defensa del capitán Dreyfus, cuya pieza más célebre es su 'Yo acuso', publicado en enero de 1898, y donde se unen, sobrecogedoramente, la excepcionalidad literaria y el arrojo cívico

El escritor francés Émile Zola (1840-1902)

El escritor francés Émile Zola (1840-1902)

El lector tiene ahora a su disposición un texto de singular importancia, escasamente editado y aún más escasamente leído. Hablamos del célebre J'accuse -Yo acuso- de Émile Zola, pieza mayor del periodismo del XIX-XX, de enorme calidad literaria, pero cuya importancia reside, no en el talento de don Emilio, sino en el excepcional arrojo y la sobrecogedora solemnidad con la que supo enfrentarse al Gobierno y el Estado Mayor de su país, en defensa de un inocente. Ese inocente se llamaba Alfred Dreyfus, capitán alsaciano de la República, quien fue acusado falsamente de traición, debido, principalmente, a su ascendencia judía.

'Yo acuso' es un “libro de fuego”, en el sentido de Chesterton, donde un hombre se enfrenta a los poderes de su país

Los lectores de Proust recordarán su valiente posición en esta delicada cuestión europea, así como la importancia que adquirió el caso Dreyfus en la Francia finisecular que conocemos por su Á la recherche... De fondo estaba, en cualquier caso, tanto la derrota de Francia en la guerra franco-prusiana de 1870-71, donde se perdieron la Alsacia y la Lorena, como el pernicioso y extendido antisemitismo, cuyas consecuencias se conocerían poco más tarde. En este pequeño y fundamental volumen se recogen, pues, una buena porción de los artículos que Zola escribió en Le Figaro y L'Aurore, donde se publicaría su Yo acuso, Carta a Monsieur Félix Faure, presidente de la República. También los artículos que hubo de publicar a sus expensas. Se trata, en consecuencia, de un “libro de fuego”, en el sentido de Chesterton, donde un hombre se enfrenta a los poderes de su país y al extendido y criminal prejuicio antisemita.

Hay, por otra parte, fundados indicios de que Zola, quien fue juzgado y condenado por esta emocionante defensa de la verdad, murió envenenado mediante un sencillo procedimiento: obturar el tiro de la chimenea, matándolo por afixia. Lo cual, desgraciadamente, no era en absoluto descabellado, como comprenderá el lector cuando se inmerja en el extraordinario ejemplo de estas páginas: ejemplo que concierne tanto al excepcional coraje del escritor como a la belleza y la dignidad de lo escrito.

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