De libros

El galeón varado

  • Josep Maria Martí Font y Christope Barbier analizan en un libro minucioso y ecuánime la deriva europea de los últimos años y la multiplicación de populismos y 'redentores' autoritarios

El líder del partido eurófobo y ultranacionalista británico UKIP y uno de los cabecillas de la campaña 'pro-Brexit', Nigel Farage, ríe mientras conversa con el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, el pasado 1 de mayo en el Parlamento Europeo, en Bruselas.

El líder del partido eurófobo y ultranacionalista británico UKIP y uno de los cabecillas de la campaña 'pro-Brexit', Nigel Farage, ríe mientras conversa con el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, el pasado 1 de mayo en el Parlamento Europeo, en Bruselas. / OLIVIER HOSLET /efe

Si acudimos a las últimas líneas de La fortaleza asediada, libro minucioso y ecuánime sobre la deriva europea de los últimos años, nos encontramos tanto con un resumen de la Europa actual, como con una providencia, un deseo, una necesidad, sobre la que se abre radicalmente el futuro de la Unión Europea: "Regresar al siglo XX y sus tormentos trágicos, o inventar el siglo XXI y escribir su epopeya, esta es la alternativa en la lucha actual entre los populismos y Europa". Como es lógico, entre esos populismos se halla el nacionalismo catalán y su estrepitosa deriva; pero también las políticas inmigratorias de Europa del Este, el triunfo del Brexit, la tentación plebiscitaria, el oportunismo de la Liga Norte y el M5S, el nacimiento de Podemos, el Frente Nacional francés, la Francia Insumisa de Mélenchon, la situación de Bélgica y de Holanda, los populismos griegos, la extrema derecha alemana y, en suma, toda esa Europa que ha encontrado en la Unión Europea -excepción hecha del catalanismo- el origen de todos los males que hoy nos afligen.

La razón de este agravio, el origen de este desprestigio, como nos advierten los autores, es de naturaleza doble: si por un lado la mundialización de la economía ha facilitado, no sólo una pauperización del trabajador, sino una dilución, una pérdida de sus raíces; por el otro, la crisis económica de 2008 ha propiciado un extrañamiento, una fatiga, una decepción con el proyecto europeo, del que se ha nutrido este enjambre heteróclito, cuya matriz común, junto al desprecio de Europa, es el cuestionamiento de la democracia, de sus mecanismos, de su efectividad última para el ciudadano. Esto, como sabemos, ha llevado a una preferencia por la democracia plebiscitaria, cuya única efectividad consiste en dar soluciones raudas y equivocadas, altamente emocionales, a cuestiones complejas como el Brexit (y de la que personajes tan desaconsejables como Nigel Farage o Boris Johnson no parece que vayan a hacerse responsables, tas el desastre); al tiempo que ha suscitado cierta preferencia por lo autoritario, por su sencillez, por su expeditiva pureza, que guarda estrecha relación con otro de los problemas aparejados a esta doble hélice -deslocalización, pauperización- que impulsa el acorazado antieuropeo. Me refiero al problema, al drama de la emigración, asociado interesadamente al terrorismo.

Aquí se mezclan, una vez más, el miedo a perder las raíces, el miedo a perder el trabajo, el miedo a ser colonizados por una religión extraña, junto al temor inmediato al terrorismo islamista que hoy opera en suelo europeo. De todo lo cual ha emergido una fuerte resistencia a la emigración, que se ha sustanciado en partidos racistas y populismos varios en los que la cuestión migratoria (véase el actual Gobierno italiano) es el nudo fundamental, y casi único, que los enlaza. Contra esta desagregación del proyecto europeo, contra esta Europa carolingia, almenada y con feudos, con la que sueñan nuestros nacionalismos, los autores de La fortaleza asediada se hacen eco del proyecto europeo de Macron, cuya ambición integradora depende, sin embargo, de una sencilla cuestión aritmética: de la aritmética parlamentaria europea, así como de la composición de los respectivos gobiernos de la Unión Europea. ¿Hasta cuándo el Parlamento Europeo gozará de una mayoría no populista? ¿Hasta cuándo los gobiernos de Europa no se verán fagocitados por por este movimiento regresivo, nacido de la incertidumbre, la mezquindad, el infortunio y el miedo? ¿En qué momento, en fin, el proyecto europeo, El gentil monstruo de Bruselas que dice Enzensberger, podría convertirse en una monumental ruina, copada por el tribadismo y la demagogia? Martí Font y Barbier apuestan por una Europa más social, más integrada, más democrática -y más francesa, ya puestos-, en la que se reabsorba este miedo cerval que hoy la atenaza.

Por otra parte, no son pocos los mecanismos de que dispone la Unión Europea para dar cumplimiento a este renuevo. Pero también son muchas las fuerzas centrípetas que la acucian. Fuerzas de naturaleza rauda, imprevisible y volátil que quizá triunfen -o quizá no- sobre este galeón varado a bordo del cual, lentamente, zozobramos.

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