Cuentos completos de Evelio Rosero | Crítica

Contra la ternura

  • En los 'Cuentos completos' del colombiano Rosero se da cierta modulación anómala, entre alegre, infortunada y melancólica, de aquello que Carpentier definió como 'lo real maravilloso'

Evelio Rosero. Bogotá 1958

Evelio Rosero. Bogotá 1958

No es inexacto decir que el siglo XX, y el trozo que va del XXI, han obrado su arte al margen o contra la ternura. El fracaso de Boucher y Fragonard, finalizando el XIX, es también el fracaso de aquella idea de felicidad, ora doméstica, ora filosófica, ora corporal, que habían instigado sucesivamente la corpulencia normativa de la Ilustración y el viejo sentimentalismo decimonono.

Esto quiere decir que, iniciado el XX, toda la tierna sentimentalidad romántica será encapsulada en una categoría, injuriosa y nostálgica, que atiende al nombre, orteguiano y ramoniano, de lo cursi. Pero esto quiere decir, de igual modo, que cuando la ternura quiera decirse, con permiso de las vanguardias, lo hará bajo dos acepciones y categorías, acusadamente vanguardistas, pero heredadas del joyel romántico: el infortunio y la locura. O dicho al modo de posguerra: la muerte y el absurdo.

Todos estos cuentos de Rosero, construidos sobre el eje de la irracionalidad humana, gravitan también sobre la dificultad de nombrar, de expresar, de auscultar la ternura, sin inmergirse en el agua de lo cursi. La vastísima cenefa americana de de lo inmemorial y lo tectónico (pocos escritores tan sobrios y marmóreos como Rulfo), trepidó sobre todas las categorías reabiertas por el XIX, pero visitadas ya con el ojo, no del poeta estremecido, sino del antropólogo avizor.

Mucha de la violencia, de la pasión, del amor intempestivo y malsano que frecuentaron nuestros abuelos del Ochocientos, se vertió en la vanguardia a condición de perder su ampulosidad retórica. Pero también, y he aquí el lugar de Rosero, y del arte contemporáneo en general, a condición de orillar cualquier posibilidad de triunfo, de redención, de un final favorable a sus protagonistas.

Traigamos aquí una obra de Cela, Mrs. Cadwell habla con su hijo, para establecer un fácil paralelismo con Rosero. Se trata de decir lo indecible: el amor, la aflicción, el más abrumado y trágico de los cariños, por boca de la desesperación y la locura. No por boca de la normalidad (lingüística o humana), sino mediante una teratología que ciñe, como un brocal áspero y suasorio, el lugar previsible y burgués, el lugar confortable de lo doméstico.

En Rosero hay un clima de espejismo y de lujuria que le otorga su rubro de modernidad y su originalidad primera

Podríamos concluir, pues, a la manera de Barthes, que aquella panoplia trágica y enloquecida fue el modo que la burguesía arbitró para huir, para desautorizar cierta estabilidad burguesa. También -y volviendo ya a la vanguardia-, fue el modo en que las artes, todas las artes, apenas iniciado el XX, incluyeron el horror como material artístico, más metálico que humano y más inhumano que civilizado.

A toda esta pesada herencia, que añadió sobre sí las ciencias sociales, Rosero le ha sobrepuesto, varias generaciones más tarde, la espuma del amor y la locura. Una espuma, no necesariamente amarga, que filtra en la escritura de Rosero su carácter anómalo. Es obvio, por otra parte, que en cualquier compilación (y más si se trata de unos Cuentos completos), se dan por supuestas la desigualdad artística y la variedad temática entre las piezas. Y sin embargo, hay un tono general, un clima de espejismo y de lujuria, que es quien otorga a Rosero su rubro de modernidad y su originalidad primera.

En estos cuentos de Rosero, lo inesperado y lo maravilloso no son sinónimos de lo terrible. Hay una propensión -que es la propensión del siglo-, a desplazar el orbe irracional al territorio de lo monstruoso o de lo aciago. Pero no siempre es así. No siempre lo monstruoso es una categoría amenazante y hosca. Digamos que en Rosero se ha formulado una difícil conciliación, que une la fatalidad con ciertas variantes -modestas o desesperadas, pero siempre breves- de la dicha. En este equilibrio fugaz, Rosero parece resumir una piadosa concepción del infinito: el infortunio del mundo sería así la suma de secretas felicidades y minúsculas visiones de lo extraño.

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