Lo que cuentan los niños | Crítica

La voz nunca oída

  • Elena Fortún recogió las vivencias de varios niños trabajadores en un libro que es también un colorido fresco de la vida en el Madrid de los años 30

Elena Fortún (Madrid 1886-1952).

Elena Fortún (Madrid 1886-1952). / D. S.

Acostumbrados como estamos a tratar a los niños como a seres de otra especie, a sobreprotegerlos sin escucharlos, a mimarlos desmesuradamente, a velar por su bienestar más a allá de su propio bienestar, Lo que cuentan los niños no puede más que parecernos un libro exótico; pero es, sobre todo, un libro revolucionario. En él se compilan dieciocho entrevistas publicadas en los años 1930 y 1931 en el suplemento infantil Gente Menuda, que se insertaba en el semanario Blanco y Negro, bajo el título Un amigo en cada sitio. Los protagonistas de estas entrevistas son niños trabajadores, el entrevistador un conejo de largas orejas y pantalón a cuadros que ejercía a las mil maravillas de dicharachero periodista y que respondía al sonoro nombre de Roenueces.

Una escritora valiente y comprometida como Elena Fortún estaba detrás de tamaño artefacto. Ella nunca le tuvo miedo a la imaginación ni a la creatividad ni a hacer una literatura infantil inteligente y reflexiva –que no dejaba por ello de ser tremendamente entretenida–, impensable en los tiempos que corren, aplastados como estamos por la corrección política. Solo ella era capaz de inventar un conejo dispuesto a recorrerse Madrid y un pueblo de la sierra de Segovia, Ortigosa del Monte, en busca de pequeños amigos a los que preguntar por sus vidas, por su trabajo, por cómo pasan su tiempo libre. Utilizando a Roenueces como efectivo heterónimo, Fortún tiene la inteligencia y la generosidad de tomarse en serio a los niños.

Al conejo, que en las primeras entrevistas se muestra comedido, le ocurre como a muchos periodistas de ahora: se va creciendo y cobrando protagonismo, aunque sus acertados comentarios y su sentido del humor aportan frescura a estos trabajos. Como buen entrevistador, sabe escuchar y transmitir lo escuchado con fidelidad y eficacia. Además, parece disfrutar de su trabajo y se atreve con hazañas tan heroicas como entrevistar a un niño de cinco años, que no para en su silla, o emprender la única interviú que se aparta del tono general de esta galería de personajes: la que le hace –y en esta única ocasión no está corroborada la veracidad de la entrevista– a los actores americanos de La pandilla, protagonistas de una serie de famosas películas de la época.

Las constantes colaboraciones de la autora al suplemento Gente Menuda la impulsaron a utilizar diferentes seudónimos, pero con la invención de Roenueces, al que dio cuerpo el dibujante Francisco López Rubio, apuntó mucho más alto. Por un lado, se atrevió con el difícil género de la entrevista, por otro se empeñó en una cruzada realmente insólita: dar voz a los que nunca la habían tenido ni la volverían a tener de esta forma clara y directa. Porque detrás de estas entrevistas hay niños reales, con nombres y apellidos y, en la mayoría de los casos, hasta con fotos.

Portada del libro. Portada del libro.

Portada del libro. / D. S.

María Jesús Fraga, responsable de la edición y del prólogo del libro, se ha encargado de documentar la existencia real del pequeño trompeta del regimiento de Húsares de Pavía, que no quiere pasear por Madrid porque el sable le arrastra por el suelo y todos se meten con él; del serio cajista de manos negras, de los desarrapados y traviesos traperos, que la emprenden a pedradas con el pobre Roenueces; del valiente carterillo de la sierra, que escucha a los lobos y corre asustado saltando entre los riscos; de la intrépida castañera periodista y hasta de la pícara modistilla madrileña que pone en más de un aprieto al cándido conejo.

A la empresa emprendida por Fortún con esta serie no le faltaba carga de profundidad, porque estas entrevistas se publicaban en la revista ilustrada preferida de las clases burguesas y aristocráticas de la España de la época e iban dirigidas a sus vástagos criados entre algodones, a los que Roenueces tiene que explicarles cosas como qué es "ganarse la vida". En varias ocasiones Fortún les hace ver su situación de privilegio. Con sus acomodados lectores hace un aparte, por ejemplo, en la entrevista con un jovencísimo y sufridísimo labrador que desayuna pan y cebolla y que cuenta con sencillez la dureza de la vida en el campo: "Yo me he acordado de todos mis amigos, tan guapos, tan golosones y bien cuidados…Los que van al cine muchas veces y oyen la radio, y en el colegio, que tienen jardín y profesores sabios y amables, no se aburren nunca…".

Son también estas entrevistas un colorido fresco de la vida en el Madrid de los años 30, con esa mezcla de ciudad moderna y eterno poblacho. Los niños de Fortún se bañan en el Manzanares, van al cine los domingos, casi todos leen mucho, a algunos le gustan los toros, la mayoría pasea y a todos les han pasado cosas de vital importancia, como sufrir una pedrada e incluso que les detenga la Guardia Civil por insultar al equipo contrario en un partido de fútbol. Todos los pequeños trabajadores ayudan a sus familias y van a la escuela cuando pueden.

Roenueces quiere augurar a estos niños un esperanzador futuro, aunque nunca sabremos qué fue de ellos. Quizá la modistilla acabó por abrir su propia casa de moda y el pequeño labrador pudo irse a Madrid a trabajar como quería, en una tienda… Quizá muchos de ellos deambularon hambrientos por el Madrid sitiado que magistralmente retrata Fortún en su Celia en la revolución. Sus voces han quedado fijadas para siempre en estas entrevistas. Lo que ellos dicen, lo que nos tienen que contar, todavía importa.

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