Cultura

La durmiente espada

  • 'DE LA GUERRA'. General Carl von Clausewitz. Books4Pocket. Barcelona, 2016. 864 páginas. 11 euros.

Es el Enrique V de Shakespeare quien advierte, en su memorable discurso al arzobispo de Canterbury, del despertar de "la durmiente espada de la guerra". Dos milenios antes, el victorioso general Sun Tzu ha escrito, en su célebre tratado, que la guerra "es la provincia de la vida y de la muerte". Sun Tzu es un estratega, como el Jenofonte de la Anábasis y como el César de La guerra de Hispania. Sin embargo, lo que en Tzu se dirime por la compasión y el juicio, en César se desplegará con el terror, la audacia y el castigo. Los millares de libertos ejecutados en Córdoba, o la cabeza de Pompeyo, exhibida como trofeo en Sevilla, así lo indican. Cuando Von Clausewitz escriba su De la guerra, el Sire ya habrá muerto en Santa Elena (Napoleón, el émulo de Alejandro, el lector de César), y la clemente guerra de Tzu se habrá convertido en una portentosa maquinaria, ordenada y brutal, que ha doblegado a la Grande Armée y ha consumido a Europa.

La guerra, escribe Von Clausewitz, "no es más que la política de Estado proseguida por otros medios". Algo más tarde, el militar prusiano dirá cuáles son los medios propios de dicho arte y cuál es la naturaleza última de las armas: "jamás puede introducirse en la filosofía de la guerra un principio de moderación sin cometer un absurdo". A esa conclusión ha llegado Clausewitz después de vencer a Francia y de leer infructuosamente a los tratadistas del XVIII. Si en un principio ha querido imitar la escritura de Montesquieu, el propio carácter de las campañas le llevará a componer una obra prolija y minuciosa, a la que una muerte prematura ha dejado inconclusa (es su mujer, la condesa de Brühl, quien da a la imprenta el manuscrito en junio de 1832). En esto, Clausewitz es también un romántico. Cuando el motor de la guerra es el sentimiento, su expresión teórica no puede gozar de la claridad de Canova o Thörvaldsen.

Digamos que Clausewitz es un empirista, como lo ha sido Coleridge y como lo fue, a su modo, William Herschel. Al parecer, su doctrina se estudia hoy en las academias militares y en las escuelas de negocio (como Gracián y Tzu). Perdido entre sus páginas, sin embargo, uno imagina la casaca historiada, la ondulación del pelo y un seco ruido de fusilería.

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