Daniel Ruiz | Crítica

"Tras las muletillas del emprendimiento sólo hay prácticas piratas y explotación"

  • El autor sevillano presenta este sábado en el festival Bookstock 'El calentamiento global', una cáustica y desmadrada novela coral sobre las hipocresías del discurso del desarrollo sostenible

El escritor Daniel Ruiz (Sevilla, 1976), antes de la entrevista.

El escritor Daniel Ruiz (Sevilla, 1976), antes de la entrevista. / José Ángel García

Todo va bien en Pico Paloma, un pueblo en pleno parque natural que podríamos imaginar cerca del Polo Químico onubense o en el litoral gaditano, y donde Oilgas, gigante del sector petroquímico, tiene una refinería que alimenta casi enteramente la modesta economía local. O eso parece –que va todo bien–, porque las cosas no van a tardar en salirse de quicio. El detonador del caos será el grave accidente de un trabajador durante una operación rutinaria de limpieza en la factoría.

Llevados a situaciones límite, en un escenario tragicómico que los va zarandeando por el espectro que media entre el humor despiadado y la melancolía de los esfuerzos inútiles, se enredan los personajes de El calentamiento global (Tusquets): el jefe de Responsabilidad Social Corporativa de la empresa y la cantante de piano-bar de hotel, protagonistas de la historia de amor fou que de algún modo vertebra la trama; el sindicalista desahogado, la activista ingenua e impetuosa, el aspirante a youtuber de éxito, el winner engañador que encadena proyectos financiados por su padre...

Todos ellos componen esta novela coral que no se ahorra una sola carcajada vitriólica al despachar los santificados mantras del discurso empresarial del presente. "Casi todos los personajes son aborrecibles y miserables –dice Daniel Ruiz, que presenta este sábado a las 20:00 en Bookstock la novela junto a la directora del Centro Andaluz de las Letras, Eva Díaz Pérez–, pero en un momento dado te tomarías algo con ellos porque al menos tienen corazón. Son detestables y encantadores, como todos podemos serlo, al fin y al cabo".

–Teniendo un tono y unos propósitos similares a los de Todo está bien y La gran ola, con las que forma sin duda un ciclo narrativo común, en El calentamiento global parece haberse desmelenado más...

–Absolutamente. Necesitaba divertirme escribiendo. En otros casos me he lijado el colmillo para que no fuera tan afilado, me he contenido más, pero esta vez no me ha importado dejarme llevar e incluso dar trazos más cómicos a algunos personajes. Me he divertido bastante escribiendo y me encantaría que eso se percibiera.

–Ese ciclo del que hablaba antes tiene mucho de muestrario de la estupidez humana, de catálogo de trampas, autoengaños e hipocresías de la sociedad española contemporánea...

–No es premeditado, pero me salen novelas que son como radiografías de las circunstancias sociales de mi tiempo. Es una literatura muy arraigada a mis coordenadas espaciotemporales, honestamente no me sale otra cosa, nunca me ha interesado la literatura escapista, sólo busco contar el presente desde mi mirada del presente.

"No hay voluntad de erradicar nada, lo único que ha cambiado es la sofistificación del lenguaje para hacer pasar el márketing por compromiso"

–Siendo novelas muy divertidas, tanto El calentamiento global como las anteriores son también muy cáusticas y muy crudas. ¿Necesita en cierto modo escribir siempre contra algo?

–Sí, en efecto, y diría que lo necesito, en parte porque al final siempre escribo como una forma de reacción ante algo que me produce sorpresa, rechazo o extrañeza. Siempre que escribo, escribo contra algo, no sobre algo, sí. Quizás porque a mí la escritura, al final, me ha salvado de conocer a muchos terapeutas. Quiero decir que no pretendo cambiar la realidad ni fundar un programa ideológico, ni mucho menos sentar cátedra, más bien lo que quiero al escribir es desfogarme, y en este caso esa vomitera tiene la forma despiadada y descarnada del cinismo y la ironía, así es como me sale... El humor es la forma más saludable de encauzar la rabia que siempre ha estado en el centro de mi literatura.

–Su obsesión con esa neolengua asociada al éxito, la política y los negocios llega ahora a la vertiente ecologista y sostenible y en este negociado tampoco se libra absolutamente nadie...

–Las construcciones linguïsticas que articulan esa clase de discurso son colorines bonitos tras los cuales se esconde la nada más absoluta. O, como en el caso del personaje de la novela que sólo es capaz de hablar con esas muletillas del emprendimiento y el mindfulness, prácticas piratas, trabajo en negro, explotación de la gente y situaciones de esclavismo y depredación, pero con un toquecito cool, claro. Y si hablamos de desarrollo sostenible, otra de las modas actuales, al final, los compromisos reales que se toman están vacíos. Miremos incluso las políticas de control de emisiones: unos países se las compran a otros para seguir haciendo lo mismo, es un paripé gigantesco. No existe ninguna voluntad de erradicación de nada, lo único que ha cambiado es la sofistificación del lenguaje para hacer pasar el márketing por compromiso.

Daniel Ruiz, poco antes de la charla con este diario. Daniel Ruiz, poco antes de la charla con este diario.

Daniel Ruiz, poco antes de la charla con este diario. / José Ángel García

–¿Qué piensa del fenómeno que protagoniza Greta Thunberg?

–Muy sintomático del signo de los tiempos. El hecho de que el discurso sobre el cambio climático lo esté enarbolando una niña con un sustento teórico e ideológico muy endeble pero que mira mal a Trump, en cierta medida, va acorde con el aniñamiento de la política y con la devaluación de los discursos públicos que implica la cultura de la frivolidad y de la imagen en la que vivimos.

–Se dice de un personaje odioso de la novela que tiene esa "suficiencia de saberse acorde con los tiempos". ¿Usted se siente acorde con este tiempo?

–Yo me considero más bien de algo que se está extinguiendo. Admiro la tradición de la cultura europea, es decir, algo construido durante mucho tiempo y que partía de la creencia en que la literatura, el debate intelectual, las humanidades podían contribuir a un cambio y evitar la polarización y la falta de matices en la vida de las personas... Pero todo esto, todo lo que implica por ejemplo un autor como Camus, está muriendo frente a la nueva cultura de la fascinación por lo nuevo, por lo inmediato, por lo audiovisual, por la devaluación de la palabra y por la mercantilización de absolutamente todo. Yo me eduqué en la formación marxista, que partía de que debía lucharse contra el capital. Con eso ya lo digo todo. Claro que soy hijo de otro tiempo.

"Quiero escribir sobre la voracidad turística. A Sevilla no la va a conocer ni su puta madre, y que nadie me diga que eso no es muy triste"

–Pico Paloma y el parque natural del Roqueo recuerdan a Doñana, otras veces casi se puede ver el Polo Químico desde Punta Umbría o la carretera de Mazagón, en otros pasajes podemos pensar en Cádiz. Sin duda conocerá ese proyecto que reaparece de tanto en tanto en boca de algún político de construir una autovía que atraviese Doñana para conectar Cádiz y Huelva. ¿Daría esto para una de sus novelas?

–Hombre, claro que daría, pero a lo mejor la novela podría tratar sobre cómo convertimos las cosas en intocables hasta el punto de no permitir ningún tipo de debate. Y quizás habría muchos matices que cabría hacer a este respecto, pero parece que el "Doñana no se toca" ya es un mantra inamovible, cuando a lo mejor hay soluciones intermedias que se pueden plantear, ¿no? No lo puedo evitar, huyo siempre de los dogmas establecidos, me producen irritación.

–La cuestión es si tiene sentido, si compensa destrozar buena parte ese patrimonio natural para que alguien en coche tarde 45 minutos o una hora menos en llegar de Huelva a Cádiz o viceversa...

–A mí me preocupa más en este sentido la voracidad turística, que es algo que seguramente aborde en una futura novela. De qué modo esa voracidad está desfigurando nuestro propio ecosistema, el urbano y el natural, todo. Sólo hay que darse un paseo por Sevilla, a mí cada vez me horroriza más.

El autor sevillano, en un céntrico hotel de Sevilla. El autor sevillano, en un céntrico hotel de Sevilla.

El autor sevillano, en un céntrico hotel de Sevilla. / José Ángel García

–Pues dice el alcalde de la ciudad que problema no hay ninguno, que es todo fenomenal y las críticas son cosa de cuatro quisquillosos que no van a estar contentos nunca con nada...

–A mí me parece una barbaridad. Sevilla y en general las grandes capitales están asistiendo a un proceso de desfiguración por la sublimación del turismo. Es un fenómeno que nos está transformando de una manera que creo que todavía no comprendemos del todo y que puede afectar mucho a nuestra propia personalidad y a nuestra propia consideración como pueblo. A Sevilla no la va a conocer ni su puta madre, y que no me digan que eso no es muy triste. No se trata de mantenerlo todo porque sí, pero las señas de identidad son importantes. Lo están convirtiendo todo en un no-lugar espantoso. ¿Qué sentido tiene que Sevilla acabe siendo idéntica a Málaga, Madrid o Barcelona? Con las mismas cadenas de tiendas, con el mismo paisaje de centro comercial. Para mí es abominable.

–Por no hablar de los numerosísimos vecinos y contribuyentes a los que la durísima presión inmobiliaria está expulsando de sus barrios, y ya no sólo en el centro de la ciudad...

–Por supuesto. Y además es una fuerza centrífuga difícil de parar y que va acaparando cada vez más zonas. A este ritmo pronto va a llegar al Parque Alcosa. Esta desfiguración de las formas de convivencia y de la morfología de las ciudades, este proceso de conversión de las ciudades en ciudades-franquicia, todo esto es espeluznante.

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