BAUDELAIRE | BICENTENARIO

El dandy, el crítico, el maldito

  • Se cumplen este viernes 200 años del nacimiento del poeta "maldito" por excelencia y formulador del carácter sagrado de la belleza, el francés Charles Baudelaire

La tumba de Charles Baudelaire en el cementerio parisino de Montparnasse.

La tumba de Charles Baudelaire en el cementerio parisino de Montparnasse. / Mohammed Badra (Efe)

No diremos que Baudelaire es el inventor de una belleza nueva, de una belleza romántica, como él mismo la llama; pero sí que es quien la formula en su totalidad, insistiendo en su carácter demoníaco, vale decir, sagrado. Tampoco es Baudelaire quien introduce en la literatura el poema en prosa, puesto que ha seguido el rastro de Aloysius Bertrand y su hipnótico Gaspard de la Nuit, como forma más flexible de un nuevo interés, de una nueva estética. También en lo que atañe a su dandismo habríamos de remitir a su valedor, el grande y altivo dandy Jules Amédée Barbey d'Aurevilly, como temprano prospector de la imparidad de Brummell. Y en cuanto a su oficio crítico, en cuanto a su categoría de esteta, Champfleury, estricto coetáneo suyo, no es menos perspicaz en su requisitoria del arte nuevo. No obstante, es en la figura de Baudelaire donde los diversos ramales de la modernidad confluyen y se ordenan poderosamente, hasta acuñar esa imagen del artista, entre marginal y exultante, "sublime sin interrupción", que tendría una larga y fructífera progenie.

Esta marginalidad deliberada es la que Baudelaire obtiene, como timbre de gloria, como primogenitura diabólica, tras la prohibición de Las flores del mal en 1857 (Nórdica acaba de reeditarlas, con inquietantes ilustraciones de Louis Joos). Sin embargo, más que un conato de obscenidad provocativa, lo que Baudelaire formula en tales poemas es una nueva posibilidad en el siglo del positivismo: la posibilidad, vértebra central del simbolismo que llega a Huysmanns, de que lo sagrado, de que lo ultraterreno se haya refugiado en lo demoníaco. "¿Has bajado del cielo o eres hija de abismos,/ oh, Belleza?". Cuestión ésta que implica, necesariamente, una vocación de infinitud contraria al naturalismo y su hijo espurio, la fotografía.

Baudelaire, que nació el 9 de abril de 1821, en un célebre retrato de 1863. Baudelaire, que nació el 9 de abril de 1821, en un célebre retrato de 1863.

Baudelaire, que nació el 9 de abril de 1821, en un célebre retrato de 1863. / Etienne Carjat

Pero implicaba, con mayor evidencia, la necesidad del artista como transmisor, como intérprete, como traductor de una realidad escondida. Una realidad y un arte que incluyen lo monstruoso, como una ínsula extraña y fascinante. Sin embargo, dicha monstruosidad no será sino caso particular del cuadro general de las pasiones. Cuando Baudelaire escriba El vino y el hachís y Los paraísos artificiales, lo hará en cuanto que vías de acceso a lo inefable. Tampoco en esto ofrece una novedad absoluta (varias décadas antes, De Quincey había escrito ya sus Confesiones de un inglés comedor de opio). Lo cual no obsta para que Baudelaire, prescindiendo del carácter confesional del británico, presente tales asuntos como una comparativa entre distintas formas de "multiplicar la individualidad".

Señalemos, por otra parte, que este acceso a lo invisible y trascendente es el que propiciará el interés mayúsculo de Baudelaire por Hoffmann y Poe. No en vano, Baudelaire es el introductor de Poe en Europa. Un Poe baudelairiano, reconvertido en genio doliente e incomprendido, émulo y precedente del poeta francés, pero sobre todo, un Poe cantor de la modernidad, siendo la modernidad lo infrecuente, lo extraordinario, la vertiginosa mutación de la urbe, que Poe resumirá en su relato El hombre de la multitud y que Baudelaire postula en la figura estética del flanêur, cuyo bagabundaje el es bagabundaje del curioso, del crítico, del andarín insomne, ávido de novedades. La obra de Benjamin y Hessell no podría someterse a un correcto escrutinio sin esta irrupción de la ciudad y el flanêur como frutos de la sociedad industrial, capaz de repetir hasta el infinito, un infinito pueril y crematístico, las nuevas posibilidades del arte.

'Las flores del mal' ilustrada por Louis Joos en el sello Nórdica. 'Las flores del mal' ilustrada por Louis Joos en el sello Nórdica.

'Las flores del mal' ilustrada por Louis Joos en el sello Nórdica.

Cuando Baudelaire critique la fotografía (él, que ha sido retratado por su amigo Nadar), lo hará en tanto que excrecencia de un arte meramente reproductivo. Cuando elogie al "hombre de la multitud", lo hará en cuanto que imparidad oculta, en cuanto que individualidad favorecida por la masa. Sin este carácter urbano, ahormado por la reproducción industrial, no podemos completar la ambiciosa requisitoria estética de Baudelaire, en su triple condición de dandy, de crítico y de maldito. Baudelaire es dandy porque la masa obliga, en cierto modo, a la distinción. Una distinción que es también la distinción del crítico, del médium, del esteta, quienes revelarán al mundo una verdad y una belleza trascendentes. Por otro lado, dicha belleza no es ya la belleza ordenancista y pálida del ideal neoclásico, sino que, como el dandy, como el artista, execra de la homogeneidad y buscará la belleza en lo inesperado, en lo monstruoso, en lo inefable. Es decir, será una belleza que no excluye lo demoníaco. Será la belleza del maldito. En suma, para Baudelaire la literatura debe ser hija de Shakespeare y la pintura émula de Rembrandt. Es el añadido del Mal, de lo grotesco, de lo feo catalogado en Rosenkranz, lo que basculará el interés de Baudelaire hacia lo fantástico (Hoffmann, Bertrand, Goya, Fusseli) y la caricatura (Daumier). Pero es el arte como expresión del carácter, el que lo dirigirá hacia los grandes coloristas. Y en primer término hacia Delacroix y su pintura celérica, viva, cruenta, misteriosa.

Señalemos, por último, algo que ya había dicho Sartre en su ensayo sobre Baudelaire. Por supuesto, en Baudelaire hay un deseo de trascendencia asociado a lo demoníaco. Pero hay, en igual modo, un elogio del artificio, de lo artificial, de los frutos corruptos de la urbe, que explican y acaso instigan aquella necesidad del ultramundo. No hay nada tan artificioso como el dandy; y el esteta es resultado de una precisión y de una técnica. En cuanto al poeta, al poeta maldito, lo será en virtud de una deliberada hechicería donde se convocan fuerzas en extinción y sombras en peligro, cuyo holocausto se oficiará en la gran industria reproductiva. Se da así la circunstancia de que Baudelaire, como poeta del Mal, como cantor de la metrópoli, fue a un tiempo el sacerdote y la víctima de un sacrificio: el sacrificio de lo sagrado, el vaciado -en serie- de lo trascendente. 

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios