De libros

Una cuestión moderna

  • Bettini establece una diferencia primordial entre la actual "tolerancia religiosa" de las sociedades laicas y aquella permeabilidad sagrada que permitía a los romanos asimilar cultos foráneos y admitirlos como propios.

ELOGIO DEL POLITEÍSMO. Maurizio Bettini. Trad. Carlos A. Caranzi. Alianza Editorial. Madrid, 2016. 208 páginas.10,20 euros.

En este Elogio del politeísmo de Bettini, libro de innegable actualidad, lo que se postula no es tanto una religiosidad anacrónica, puestos los ojos en la Antigüedad pagana, como un análisis formal de aquellos aspectos de Grecia y Roma que difieren sustancialmente de nuestra forma de entender el hecho religioso, y cuyas consecuencias son -por lo radicales y cruentas- sobradamente conocidas. Uno de estos aspectos, ya indicado en el propio título, es el politeísmo practicado en aquella hora de la Humanidad, y que hoy resulta extraño, cuando no inconcebible, para el hombre moderno. Derivado de esta pluralidad de dioses, se aparece otro aspecto que Bettini convierte en la razón última de su ensayo: la ausencia de conflicto entre los diversos cultos de la Antigüedad, y el nacimiento de la hostilidad religiosa asociado a los monoteísmos del Oriente próximo.

En este sentido, Bettini establece una diferencia primordial entre la actual "tolerancia religiosa" de las sociedades laicas y aquella permeabilidad sagrada que permitía a los romanos asimilar cultos foráneos y admitirlos como propios. La tolerancia que exigía Voltaire, y que es fruto del siglo ilustrado, implica un prejuicio monoteísta (tolerar y respetar lo equivocado), que en el vasto santoral pagano es desconocido e incomprensible. Sólo cuando llegue la exigencia de exclusividad de las religiones del Libro ("No tendrás a otros dioses frente a mí", se lee en el Éxodo), llegará esa hostilidad secular, que alcanza a nuestros días, y que Heine resumió, no sin melancolía, en Los dioses en el exilio.

Hay, sin embargo, una precisión que Bettini no hace y que quizá sea oportuna recordar aquí: si Roma hizo de los dioses, de su culto, una cuestión estatal, vinculada a la ciudadanía (de ahí, en parte, el elogio de Bettini); la "tolerancia" de Voltaire nace justamente de lo contrario: de separar al Estado, de construir la figura del ciudadano, al margen de la religión de cada cual, dejando intacto, sin embargo, ese fondo de rivalidad religiosa sobre el que se construyó nuestro mundo, caídos ya los dioses imperiales.

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