Fábulas de robots | Crítica

Cuentos de hadas mecánicas

  • En 'Fábulas de robots', Stanislaw Lem ahonda en sus obsesiones en un contexto más épico y legendario

Stanislaw Lem (Leópolis, 1921 - Cracovia, 2006).

Stanislaw Lem (Leópolis, 1921 - Cracovia, 2006). / D. S.

Poco cabe añadir nuevo sobre la figura de Stanislaw Lem: clásico de la literatura polaca, clásico de la ciencia ficción, mirado de reojo de una y otra parte por ocupar esa incómoda tierra de nadie que media entre la cultura seria y la de rebajas. Obviando gozosamente un montón de convenciones estúpidas, Lem consideró que se podía hacer literatura de verdad, de la buena, inmortal y eso, aun consagrándose a un género popular, y eligió arropar sus reflexiones sobre el ser humano, el destino del mundo y el sentido de las cosas en naves plateadas, calculadoras gigantes y monstruos de muchos ojos. Algo que, como digo, sigue granjeándole enemigos de un bando y otro: para la academia, tanto rayo láser da calambre; para el fandom, las reflexiones existenciales están de más en el rato de relajo sobre el sofá.

Cierto que el propio Lem no trabajó precisamente para suturar esa brecha. Él mismo era consciente de estar realizando algo artística y moralmente superior a los folletines de tres al cuarto que se producían al otro lado del Atlántico, y eso motivó su ruptura famosa con la SFWA (Asociación de Escritores de Ciencia Ficción yanquis), de los que salvaba sólo los de Philip K. Dick. Pero probablemente, al hacer ciencia ficción, el polaco pensaba en otro tipo de referentes y perseguía metas distintas a los de sus competidores de las revistas pulp. Heredero de lo que hoy se califica literatura especulativa, de los apólogos y juegos de espejos de Swift, Voltaire, Huxley, Zamiatin, Lem concebía el relato espacial como una invitación a la reflexión antes que a la aventura: un modo de atacar problemas políticos, sociales, intelectuales del presente reflejándolos en la pantalla deformante de la fábula intergaláctica. De ahí que, más que ninguna otra obra, la suya, pese a los decorados y el papel de aluminio, deba leerse en una clave simbólica análoga a la de los cuentos de hadas o los viejos mitos artúricos.

Cartel conmemorativo de la obra de Lem en Cracovia, por Filip Kuznjarz. Cartel conmemorativo de la obra de Lem en Cracovia, por Filip Kuznjarz.

Cartel conmemorativo de la obra de Lem en Cracovia, por Filip Kuznjarz. / D. S.

Esto resulta especialmente patente en la recopilación que visitamos hoy, su Fábulas de robots. Título menor, de aspecto infantil (pero ni mucho menos), afluente de otros centones de fuste como Ciberíada o Diarios de las estrellas, esta colección revisita las obsesiones principales del universo del autor situándolas en un contexto aún más legendario o épico que las anteriores. El modelo explícito, irónico, es (ya lo he apuntado más arriba) el cuento maravilloso: princesas, ogros, camadas de hermanos, héroes aguerridos, palacios de lujo indigesto, objetos mágicos, villanos de perfecta maldad, todo trasladado, en un despliegue de humor y versatilidad imaginativa, al escenario de la saga galáctica, y del reino humano al cibernético. El título los incluye, y ellos son los protagonistas indiscutibles de la totalidad de los relatos: los robots, formas de vida metálicas, vástagos de los hombres a su imagen y semejanza, amenazados y también fascinados por los seres que los crearon.

El surtido de narraciones discurre combinando la relación de peripecias (caballeros que se enfrentan a dragones, por supuesto todos artificiales, viajeros que buscan los confines de la realidad, sabios envueltos en alquimias disparatadas) con la pura cosmogonía (cómo se gestaron las nebulosas, de dónde surgieron los átomos, cuál es el origen último de la Vía Láctea), punto éste último en que nos encontramos cerca de otra recopilación paralela, las Cosmicómicas de Italo Calvino. Una de las ideas estrella de Lem sobrevuela las fábulas, aun las más ligeras, y es el recelo ante la tecnología: los paliduchos, nombre despectivo con el que se designa a los seres humanos, son criaturas impredecibles y crueles que con su ambición desmedida pueden conducir al resto de formas de vida al colapso, incluso las mecánicas. Vena pesimista que el polaco comparte con otros grandes de la literatura especulativa del pasado y de ahora, con Swift u Orwell.

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