Crónica de un silencio | Crítica

El legado oculto

  • Después de dar a conocer dos excelentes muestras de su talento como narradora, Errata Naturae publica el demoledor testimonio de Lidia Chukóvskaia contra la dictadura soviética

Retrato de juventud de Lidia Chukóvskaia (San Petersburgo, 1907-Moscú, 1996).

Retrato de juventud de Lidia Chukóvskaia (San Petersburgo, 1907-Moscú, 1996).

Marcada por la censura, la persecución y el ejercicio del terror, la historia de la literatura rusa bajo la era soviética no ha dejado gran cosa en lo que se refiere a las obras sujetas a las directrices del realismo socialista, pero a cambio podemos trazar con creciente nitidez toda una constelación alternativa que restituye la entonces soterrada aportación de los "enemigos del pueblo". Ejecutados, deportados a los campos, internados en cárceles o psiquiátricos y en todo caso sometidos al ostracismo, sus nombres fueron sistemáticamente eliminados del canon. Y de eso, del silencio impuesto, habla esta memoria de Lidia Chukóvskaia, autora ya conocida entre nosotros gracias a las dos excelentes novelas –Sofia Petrovna e Inmersión, también traducidas por Marta Rebón y disponibles en el catálogo de Errata Naturae– donde recreaba de forma indirecta su experiencia durante la larga noche del estalinismo.

Íntima amiga de Ajmátova, Chukóvskaia perdió a su marido durante los años de la Gran Purga

Íntima amiga de Anna Ajmátova, Chukóvskaia perdió a su segundo marido, el físico Matvéi Bronstein, durante los años de la Gran Purga, cuando este fue ejecutado como otros muchos conciudadanos bajo acusaciones inverosímiles. Sus dos mencionadas novelas vieron la luz en el extranjero, aunque Sofia Petrovna –escrita en fecha tan temprana como 1939-1940– fue contratada y estuvo a punto de publicarse durante el deshielo, tras la efímera rectificación en la que se condenaron los excesos del estalinismo. Como cuenta en la Crónica, fechada en 1974, la aparición de Un día en la vida de Iván Desínovich (1962) de Solzhenitsin permitió albergar esperanzas que pronto resultaron vanas. "Qué mentira tan vulgar es esa idea de que recordar y llorar a los muertos significa reabrir las heridas", escribe Chukóvskaia, que ganó el juicio por incumplimiento pero no logró ver publicada su novela "sobre una sociedad cegada".

Otro retrato de juventud en el que se aprecian la determinación y la mirada decidida. Otro retrato de juventud en el que se aprecian la determinación y la mirada decidida.

Otro retrato de juventud en el que se aprecian la determinación y la mirada decidida.

La autora documenta el proceso por el que, desde que dijo basta, se convirtió en una apestada

Crónica de un silencio documenta el proceso por el que la autora, desde que dijo basta, se convirtió en una apestada. La propia Chukóvskaia se muestra crítica consigo misma por haber aceptado suprimir pasajes conflictivos de sus obras o las ajenas, conforme a una extendida aritmética que invitaba a escoger el mal menor en aras de la difusión. Por ejemplo en un artículo reivindicativo de 1955, "El legado oculto", cuyo título expresa bien el propósito de toda su vida, había evitado citar la novela de Zhiktov sobre la Revolución. Pero una serie de "cartas abiertas", publicadas en samizdat –autoediciones de circulación restringida– o traducidas a otros idiomas, acabaron de ponerla en el punto de mira de la Unión de Escritores, órgano de la oficialidad donde medraban los intelectuales adocenados. Su nombre ni siquiera pudo aparecer como editora de un texto póstumo de su padre, el también crítico y popular escritor Kornéi Chukovski, igualmente despreciado por los cancerberos de la intelligentsia.

La autora en el jardín de la dacha donde dedicó un museo a la memoria de su padre. La autora en el jardín de la dacha donde dedicó un museo a la memoria de su padre.

La autora en el jardín de la dacha donde dedicó un museo a la memoria de su padre.

Sorprende el tono irónico, como cuando alude a los eufemismos y los "reproches edificantes"

Sorprende el tono sereno e incluso a veces irónico, como cuando refiriéndose al modo en que los libros de texto reflejaban los destierros de Bajtín o Mandelstam califica al primero de "culo de mal asiento" y al segundo de "apasionado de los viajes". O cuando alude a los eufemismos y los "reproches edificantes" de los mediocres funcionarios, "apóstatas de la lengua". Después de otras muestras de desafección, la gota que colme el vaso será otro artículo, La ira del pueblo (1973), donde abogaba por Sájarov y Solzhenitsin. Tiene entonces lugar, en enero de 1974, la comparecencia de Chukóvskaia ante un tribunal de inquisidores que decide proscribir a la autora "por su conducta indigna". Condenada a la máxima pena, esto es la "inexistencia en la literatura", ella les recuerda que su dictamen no tiene efectos para la posteridad. "¿Estaré?", se pregunta, y después, en el primero de los capítulos complementarios (1977-1978) donde amplía su recuento, admite que se trata de una pregunta ociosa, pues lo relevante es si sobrevivirá la cultura rusa, todos esos "tesoros sepultados bajo la basura".

Alexandr Solzhenitsin vivió un tiempo alojado en la casa de Chukóvskaia. Alexandr Solzhenitsin vivió un tiempo alojado en la casa de Chukóvskaia.

Alexandr Solzhenitsin vivió un tiempo alojado en la casa de Chukóvskaia.

La 'Crónica' ofrece el ejemplo moral de una mujer íntegra y valerosa que se negó a transigir

Entre tanto, "callad, callad, callad" era la consigna, como en los viejos tiempos del zar. En los setenta ya no se aniquila de forma masiva, pero la presión del Estado sobre los disidentes persiste en el objetivo de arrinconar a quien no se somete o de forzarlo a la emigración. La persecución no ha cesado, aunque el temor a las repercusiones la rodea ahora de un mayor hermetismo. Casi ciega, Chukóvskaia debe servirse para escribir de rotuladores negros que recibe con las puntas recortadas. El correo o no llega o lo hace con señales de haber sido escudriñado. Siguen los procesos y en cada uno de ellos la escritora revive su purga y la de tantos predecesores. Más de cuatro décadas después, la "voz fuerte y pura" de Chukóvskaia, como la calificara Sájarov, sigue ofreciendo en esta Crónica el alto ejemplo moral de una mujer íntegra e increíblemente valerosa que se negó a transigir y resultó al cabo vencedora.

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