Del Miño al Bidasoa | Crítica

De una España yerta

  • Este Cela andariego de 'Del Miño al Bidasoa y otros vagabundajes' es el heredero estricto, bañado en una oscuridad solanesca, de la altísima literatura errante del 98

Camilo José Cela. 1916-2002

Camilo José Cela. 1916-2002

Se recogen aquí dos crónicas andariegas de un joven Cela, escritas a petición del diario 'Pueblo', y que se publicaron como libros independientes ya en la década de los 50. De aquel vagabundaje de posguerra (1948) saldrían tanto Del Miño al Bidasoa como su Primer viaje andaluz, obras ambas en las que se amoneda una España escasa, una España amarga, solariega y en ruinas, cuya primera entrega había sido su celebrado Viaje a la Alcarria, si exceptuamos de este recuento la estampa solanesca, el retablo extremeño que acuña Cela en su Pascual Duarte, publicado en el año 42.

Fruto de esa voluntad sería la constante experimentación de Cela, que si aquí se muestra heredera del 98, en otros lugares se revelará deudora del Surrealismo, así como del robusto orfeón romántico español

Por otra parte, fue su carácter extravagante, así como las inevitables banderías literarias, las que postergaron la obra de Cela incluso en vida del escritor. De modo que la presente reedición es una excelente noticia, que acaso descubra al lector joven (tan joven o más que aquel Cela desmedrado y escuálido que aquí nos habla) la fuerte originalidad y la voluntad literaria del futuro Nobel. Fruto de esa voluntad sería la constante experimentación de Cela, que si aquí se muestra heredera del 98, en otros lugares se revelará deudora del Surrealismo, así como del robusto orfeón romántico español. También de una tradición fantástica, de raíz galaica, que ya está presente Valle-Inclán y que retoña admirablemente en Cunqueiro y Cela. A lo cual cabría añadir sus estructuras en espiral, próximas a la letanía, donde Cela prodigó una sólida y violenta facultad lírica.

Resultado de su primer noventayochismo, y de su conocida veneración por Baroja, es la España andariega y misérrima que asoma a estas páginas con terrible dureza. No obstante, podríamos decir que la eficacia, el pulso, la nervadura de este primer Cela, en apariencia áspero y despreciativo, reside en la profunda conmiseración que se esconde tras sus exabruptos. Paradójicamente, inopinadamente, el rasgo más acusado de Cela fue la ternura. Una ternura que se dice a mordiscos, y que se extiende sobre una España acalorada y yerta.

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