Ayanta Barilli | Escritora

"No me creí esa solidaridad tan cacareada durante la pandemia"

  • La autora ha presentado en la Feria del Libro de Sevilla 'Una mujer y dos gatos', una obra autobiográfica escrita durante el confinamiento

Ayanta Barilli, retratada en un céntrico hotel de Sevilla durante su reciente visita a la Feria del Libro.

Ayanta Barilli, retratada en un céntrico hotel de Sevilla durante su reciente visita a la Feria del Libro. / Juan Carlos Vázquez

Ayanta Barilli regresa a la novela, tras su debut con Un mar violeta oscuro, finalista del Premio Planeta en 2018, con Una mujer y dos gatos. Aprovechamos la visita de la autora a la Feria del Libro de Sevilla para hablar de su nueva obra, escrita durante el confinamiento y en la que la autora, nacida en Roma en 1969 e hija de Fernándo Sánchez-Dragó, se sumerge en su propia memoria.

–En el libro hay una pandemia, un confinamiento, autoficción... ¿La novela como salvación, compañía, incluso como sanación?

–Yo no considero esta novela autoficción; es completamente autobiográfica. Relato en ella lo que me ocurrió durante unos meses muy específicos de mi vida, que tienen que ver con el confinamiento y la pandemia, pero tampoco es una novela sobre eso, sino que aborda una crisis personal, lo que podría definir como caída y resurrección de Ayanta.

–¿El confinamiento trajo algunos descubrimientos?

–La soledad llega a mi vida porque se ha declarado un pandemonium fuera y otro dentro de mí, que coincide con el confinamiento, que es una soledad obligada, impuesta. Pero también está la soledad buscada, elegida, por la mujer que decide estar sin un hombre en su vida y porque los hijos se han hecho mayores y se han ido. Ahí es donde entran en juego los dos gatos, Nina y Bowie, que al final en esta experiencia son los dos únicos seres de sangre caliente con los que tengo contacto. Pero también me refiero a la soledad como un bien, relacionado con el silencio, tan importante para alguien que escribe.

–El personaje de Calotta cobra una especial relevancia, como imagen de la madre, pero también como ejemplo de quienes más han padecido la pandemia: las personas mayores.

–No es una denuncia, porque yo no soy ni de denunciar ni de dar consejos a nadie, pero tiene que ver con una vivencia personal y una observación de lo que me rodea. Yo no digo que no haya habido gente muy solidaria, porque la ha habido, pero esa solidaridad tan cacareada durante la pandemia fue algo en lo que no pude participar porque no me lo creía. Aplaudí a las ocho de la tarde los primeros días, luego me pareció un engorro, una moda, una manera correcta de comportarse. Lo que ha dejado claro esta situación es el abandono que padecen muchas personas mayores, las grandes víctimas de esta pandemia.

–En el libro hay una clara reivindicación del humor...

–Es evidente. En este gran problema que hemos vivido, y sin negar nada absolutamente, apelo al sentido del humor y, sobre todo, a no perder el sentido crítico. El paternalismo con el que nos han tratado los políticos de cualquier color, con ese neolenguaje que han inventado, lo único que ha conseguido en mi caso es generar un sentimiento de inquietud, e imagino que en muchas personas más. Muchas de las reglas que han decretado era imposible tomárselas en serio, y eso lo cuento en el libro. Claro que da risa, y conforme nos alejemos en el tiempo más risa van a dar algunas cosas.

–Da la impresión, leyendo el libro, de que usted comenzó un diario y en algún momento éste acabó siendo una novela...

–Los primeros días del confinamiento fueron muy agobiantes, estuve muy preocupada por mi salud y sobre todo porque seguía trabajando de manera presencial en la radio, en unas condiciones nada estimulantes. Y justo en ese momento comencé a tomar una serie de apuntes, a modo de desahogo y con espíritu periodístico, a la manera de una crónica. Pero no tardé en tranquilizarme y enseguida me agarró tanto esta historia, este tono, ese silencio que esconden las palabras, que me di cuenta de que tenía una novela entre las manos. A pesar de que ya estaba escribiendo otra novela, que aún no he finalizado.

–La farmacología y las nuevas tecnologías aparecen con frecuencia en su novela. ¿Cuál fue su relación con ambas?

–Tuve algunos problemas de ansiedad, llegue a sentirme mal, con una fuerte opresión en el pecho, por la situación y por un problema que surgió en mi familia de Italia. Entonces comprendí y sentí lo que padecen miles de personas toda su vida. Al igual que supe lo que es una frontera cerrada. Y eso que lo de nosotros fue tres meses, una pijada, lo de otros países es toda la vida. Ante esta situación me automediqué, y de vez en cuando me tomaba un Lexatin para seguir respirando. Y en cuanto a las nuevas tecnologías, me pareció un espanto todo ese sucedáneo de solidaridad impostada. Tampoco es necesario hablar con todas las personas todos los días, o estar todo el día mandando mensajes por WhatsApp, no es ese el tipo de relación que quiero. No me satisfacen emocionalmente. Por eso decidí confinar el móvil, al igual que lo estábamos nosotros.

–El amor, a través de "el hombre que siempre me gustó", aparece en Una mujer y dos gatos como una especie de epifanía o utopía que nos hemos creado...

–Vivo en una permanente contradicción. Soy muy gatuna y he vivido de todo a este respecto. He tenido todo tipo de relaciones: intensas, breves, duraderas, aburridísimas, apasionadas... Y llegados a este punto, para mí lo del amor es como creer o no en Dios. En realidad, no siento la necesidad, hasta me parece un engorro, pero al mismo tiempo no me puedo sustraer a él. En cualquier caso, tengo claro que no estoy dispuesta a perder ni un milímetro de lo que quiero escribir y contar.

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