Moral barroca | Crítica

La conmoción y el vértigo

  • Anagrama publica 'Moral barroca' de Norbert Bilbeny, donde se establece una comparativa entre la edad barroca y el barroquismo de la época actual, subrayando sus numerosas semejanzas

Imagen del profesor y ensayista barcelonés Norbert Bilbeny

Imagen del profesor y ensayista barcelonés Norbert Bilbeny

Este ensayo de Norbert Bilbeny actualiza, en buena medida, aquella concepción de lo barroco que ideó Xenius, el gran Eugenio d'Ors, y cuya revelación secreta le fue dada en el Jardín Botánico de Coimbra. Fue allí, bajo el palmeral grávido y enhiesto, entre la fronda amiga, donde d'Ors concibió el barroco como una nostalgia del Edén, como una radical añoranza del Paradise Lost de John Milton. Quiere decirse, pues, que Bilbeny retoma aquella idea del eón barroco, como un ritornello de la Historia, que promueve d'Ors, a la manera de Vico, pero distinguiendo el Barroco histórico, que ocupa sumariamente el XVII, de sus ecos anteriores y posteriores, desde el gótico pinacular al abismo romántico. A estos barroquismos, también históricos, Bilbeny añade el presente que hoy nos acucia y nos reclama, de un modo similar a como se dio en el llamado, por no pocos conceptos, Siglo de Oro.

Bilbeny centra su indagatoria, el Barroco y el barroquismo, en la más inmediata realidad española

Esta Moral barroca de Bilbeny se presenta, pues, como una comparativa. Una comparativa donde se subrayan las similitudes y se destacan las diferencias entre una y otra hora de España, puesto que Bilbeny ha querido centrar su indagatoria sobre este vasto y complejo fenómeno transnacional, el barroco y sus barroquismos, en la más inmediata realidad española. Esto significa, en primer término, que Bilbeny no se olvida de subrayar las peculiaridades del XVII que ya habían señalado Domínguez Ortiz y Maravall para las sociedades de entonces; y tampoco un matiz, de suma importancia, que Maravall apronta en La cultura del Barroco. Si el siglo barroco se halla sumido en la melancolía, esta melancolía no olvida el esplendor y la promesa del Renacimiento. Por otro lado, se consignan aquí las numerosas fuentes de inquietud (con una excepción que luego diremos), que dieron sustancia al barroco, y que pudiéramos personificar en Bacon, Burton y Calderón, pero también en muchos otros, como resulta obvio. En el Bacon de la Teoría del cielo, cuando declara las dificultades ante las que se halla el hombre “para sostener algo plausible”; en el Burton de la Anatomía de la melancolía, que adjudica a la soberbia humana, o sea, a la Caída, las innumerables desdichas que azotan Europa; y en Calderón, cuya obra La vida es sueño resume, conceptualmente, la aparatosa ingravidez en la que se halla el hombre ante los desastres bélicos, religiosos, políticos y de todo orden a los que hubo de enfrentarse, casi ayuno de defensas. La sensación de irrealidad en la que se sume la población, a cuenta, entre otros motivos, de los avances científicos, pudiera resumirse en el viejo soldado René Descartes, quien andado el tiempo, y dada la general mudanza de la hora, se vio impelido, cogito, ergo sum, a demostrar su propia existencia.

Bilbeny insiste, y con razón, en señalar el origen científico de un estupor, que hoy se repite, y cuyo resultado es una “fantasmagorización” de lo real que Calderón resume de modo inmejorable. En tal sentido, la perplejidad ante los hallazgos de Galileo, Newton y Huygens (el Que nada se sabe del médico español Francisco Sánchez, firmado a finales del XVI), la porosidad de lo real, su ductilidad imprecisa, que viene fraguándose desde el siglo XIV, son comparables, sin violencia, con la pluralidad de mundos virtuales que hoy la ciencia y la técnica hacen posible. Este es el oportuno paragone que establece Bilbeny entre el ayer barroco y el barroquismo actual. Barroquismo que tiene algo de nueva Edad Media, como señalaron ya hace mucho Eco, Colombo, Alberoni y Sacco, y cuya naturaleza disgregadora -otra vez d'Ors- es la que se representa en la pluralidad pinacular del gótico, frente a la cúpula unitaria de Brunelleschi. O con mayor razón, en la cúpula miguelangesca de San Pedro.

Es el temor, la visión del Apocalipsis, sin embargo, aquello que une, de modo más manifiesto, la fértil putrefacción barroca y el estremecido apocalipsis que hoy nos aflige, al modo trémulo de Lipovetsky. De resultas de todo ello es esta “gran soledad” que dice Bilbeny, y que es eco de aquella soledad sobrecogida del Seiscientos, cuyas razones, las de antes y las de ahora, quedan aquí puntualmente fijadas.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios