El complejo de Caín | Crítica

Un milenio de esclavitud

  • La traductora Marta Rebón publica una breve colección de ensayos que ofrece claves muy valiosas para comprender el fondo en el que se inscribe la dramática crisis de Ucrania

La escritora y traductora Marta Rebón (Barcelona, 1976).

La escritora y traductora Marta Rebón (Barcelona, 1976). / Ferran Mateo

Como otros especialistas en lenguas eslavas, que a lo largo de las últimas décadas han asumido la tarea de recuperar los escritores de la Europa Oriental en versiones directamente traducidas de los idiomas originales, Marta Rebón ha contribuido de un modo muy notable a ensanchar nuestro conocimiento de ese mundo, baste citar, entre muchas otras, sus versiones de obras ineludibles como Vida y destino de Vasili Grossman o La facultad de las cosas inútiles de Yuri Dombrovski. En calidad de traductora del ruso, le debemos decenas de títulos que además de revisitar los clásicos nos han acercado a autores menos difundidos como Lidia Chukóvskaia o Liudmila Ulítskaia. Es además crítica y articulista, y autora de una sugerente colección de ensayos y crónicas, En la ciudad líquida (2017), donde combina el itinerario autobiográfico, el recuento de lecturas y traducciones y la reflexión en torno a las ciudades habitadas y los escritores predilectos, una suerte de "cartografía íntima", como ella misma la define, que reconstruye a través de las vidas ajenas la vocación y el itinerario propios. En su nueva entrega, El complejo de Caín, un breviario conformado por seis artículos o miniensayos, ofrece claves muy valiosas para comprender el fondo en el que se inscribe la dramática crisis de Ucrania.

No es la presión externa, sino la nostalgia del imperio lo que ha desatado el conflicto

Apoyada en su profundo conocimiento de la literatura rusa, donde según explica toma cuerpo una visión distinta y en muchos casos enfrentada al discurso oficial del poder, un poder que en Rusia siempre ha adoptado la forma del despotismo, Rebón parte de la idea del russki mir, el mundo o universo ruso, un vasto ámbito de fronteras difusas que comprende los territorios en los que se proyecta la ambición expansionista de la nación eslava, esa zona de influencia que a juicio de los ideólogos imperialistas trasciende lo cultural –el concepto abarca también, en un sentido más inocuo, a los emigrados– y se extiende a la colonización del "extranjero cercano". Por encima de otras razones o subterfugios, es el sueño de la Gran Rusia o Rusia eterna –y el mito de Moscú como Tercera Roma, faro del que irradia un "destino compartido", no elegible sino impuesto– lo que justifica la injerencia del Kremlin en las naciones donde hay minorías rusófonas y la actual invasión del país hermano, pues una Ucrania soberana y europea, no rusa o rusificada, constituiría un pésimo ejemplo y una amenaza a esa visión esencialista. No es la presión externa, sino el nacionalismo exacerbado de Putin y su nostalgia del imperio –su firme propósito, incubado en el resentimiento, de recuperar lo perdido– lo que ha desatado el conflicto. Es la historia de Caín, como en el verso de Borges, que sigue matando a Abel.

A ellos, las voces disidentes de las dictaduras sucesivas, no los pueden acallar las armas

Rebón se remonta atrás en el tiempo y resume las evoluciones de una autocracia secular –la misma voluntad de opresión ha pervivido con distintos nombres– que niega o persigue la compleja y asediada identidad de Ucrania, pero es la literatura la que sustenta su discurso, hilado a partir de numerosas referencias que dan fe de su admirable familiaridad con los autores rusos, no pocos de ellos –Gógol, Ajmátova, Bulgákov, Bábel– de origen ucraniano. "El esfuerzo por encajar una gran cultura con la masacre de vidas humanas lo cubre todo de amargura", escribe la ensayista, mientras busca consuelo en la Vida de Chéjov de la infortunada Irène Némirovsky, natural de Kiev, que no llegó a ver las galeradas de su biografía póstuma. A Grossman, otro inmenso escritor nacido en el país, en la misma Berdíchiv de la que procedía el polaco Joseph Conrad, le dedica la conmovedora carta que cierra el volumen, donde le pregunta si ha tenido ocasión de hablar con su no menos valerosa "compañera de camposanto", Anna Politkóvskaia, la gran cronista de la guerra de Chechenia que fue vilmente asesinada por los sicarios de Putin. "Tú ya te habías enfrentado –le dice al narrador testigo del horror de Stalingrado– a la doctrina de los hechos alternativos, las verdades relativas, la negación sistemática, el señalamiento público y la cancelación". Para Grossman, añade, la mística del alma rusa "no era otra cosa que el resultado de un milenio de esclavitud", prolongada por el tirano que pretende "vincular, como Lenin, el progreso con la sumisión". A ellos, las voces disidentes de las dictaduras sucesivas, nos los pueden acallar las armas.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios