El cisne en el ocaso | Crítica

Almas en la eternidad

  • Errata Naturae publica la conmovedora autobiografía de Rosamond Lehmann, donde la gran narradora inglesa relató su conversión al espiritismo tras la muerte prematura de su hija

Rosamond Lehmann (Bourne End, Buckinghamshire, 1901-Londres, 1990).

Rosamond Lehmann (Bourne End, Buckinghamshire, 1901-Londres, 1990). / Laura Freeman

Aunque mucho más joven y sólo tangencial y tardíamente relacionada con el selecto grupo de Bloomsbury, Rosamond Lehmann tiene algo de la sofisticada manera de Virginia Woolf, la perspicacia analítica y el tono experimental que caracterizaron a muchos de los representantes del Modernismo inglés, pero su obra narrativa refleja un mundo propio, indisociable de su posición social y de su lugar –como mujer culta, independiente y libre– en la vida literaria de entreguerras. De un modo u otro, el tema de la iniciación sentimental aparece en las tres novelas que ha traducido Regina López Muñoz para Errata Naturae: Vana respuesta (1927), donde abordó el tabú del homoerotismo femenino; Invitación al baile (1932), que exploraba los temores de una muchacha en vísperas de su presentación en sociedad, y su continuación A la intemperie (1936), recreación de una relación clandestina que prefiguraba la de la narradora con el poeta Cecil Day-Lewis. Volcada en el tratamiento del "amor romántico y sexual desde un ángulo subjetivo", según sus propias palabras, Lehmann supo imprimirle no sólo encanto y calidad literaria, sino un aire de modernidad característico de esos años.

El "testamento personal" de Lehmann se presenta en forma de recuento selectivo

Muy posterior a ellos es su única entrega autobiográfica, The Swan in the Evening (1967) en el sugerente título original, recién publicada por Errata en una pulcra versión de la misma traductora, un libro muy hermoso y por momentos desconcertante donde la novelista rindió homenaje a su hija Sally, prematuramente fallecida por causa de la poliomielitis. Definida como un "testamento muy personal", que dedica a su nieta Anna, la memoria de Lehmann se presenta en forma de recuento selectivo, casi del todo ajeno a su profesión literaria y orientado, al principio de una manera sutil y más tarde abiertamente, a dejar constancia de que "la muerte considerada como extinción es un concepto ilusorio". Se trata por lo tanto de una autobiografía extraña y en buena medida instrumental, consagrada a su hija cuya dolorosa pérdida y posterior recuperación fueron para Lehman los sucesos centrales de su vida.

Ya en la primera parte, donde evoca su infancia, avanza en parte la tragedia venidera

Ya en la primera parte, donde no sin melancolía evoca su infancia, la autora avanza en parte la tragedia venidera. Nacida en una madrugada de "impetuosa tormenta", el día del funeral de la reina Victoria, Lehmann tuvo una niñez "sobreprotegida y materialmente privilegiada", aunque no libre de sombras. Usando de la sensibilidad y la sobria elegancia que asociamos a su escritura, la memorialista reúne recuerdos dispersos, a menudo simbólicos o muy significativos, del Edén perdido –la gran casa familiar en Buckinghamshire, a orillas del Támesis– y "el camino interminable, en ocasiones triste y excéntrico, de mis años de formación", en los que ya muestra cierta "propensión a moradas más inmateriales". La pequeña Rosie, esforzada aprendiz de poeta, fue una niña de tez pálida y ojos soñolientos, altamente receptiva a la "onírica sensibilidad del mundo vegetal", que no dudaba de la presencia de los "espíritus de la naturaleza". Disfruta de los juegos, la temporada de regatas o las fingidas danzas de las hadas de papel, pero sabe ya entonces que también la muerte habita el paraíso y experimenta una temprana epifanía en la que siente que Dios le ha señalado.

La delicadeza de la narradora convierte su insólita confesión en un testimonio memorable

Son, nos dice, episodios de una subautobiografía o "archivo subterráneo", como los que se recogen deformados en sus novelas, pero la historia de su vida cambia la noche de San Juan de 1958, cuando recibe la noticia de la muerte de Sally, horas después de que un mirlo joven se estrelle contra su casa en la isla de Wight. La orfandad de la hija, de quien traza un retrato luminoso en el que sobresalen la sencillez, la compasión genuina, la gracia como antigua, la belleza no sólo física, se traduce en soledad, exilio o parálisis creadora, todas las sensaciones propias de una "existencia mutilada", hasta que descubre, luego de una serie de revelaciones místicas, que aquella sigue cerca, "tan viva como siempre". En esta certeza, sostenida en sus experiencias sobrenaturales y en la doctrina del psiquismo, encuentra la serenidad y la fuerza para transmitir su mensaje –"somos almas viajando en la eternidad"–, expresado con una naturalidad que conmueve y desarma. Se hace difícil seguirla en este punto, pero la piedad y la delicadeza de la narradora convierten su insólita confesión en un testimonio memorable.

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