La chica oculta | Crítica

Nuevos cuentos chinos

  • En coordenadas similares a las del celebradísimo Ted Chiang, aunque menos denso y gélido que éste, Ken Lui publica una de las colecciones de relatos más recomendables para este verano

El autor chino, nacionalizado norteamericano, Ken Liu (1976).

El autor chino, nacionalizado norteamericano, Ken Liu (1976). / D. S.

Desde la descentralización del género que ha traído el nuevo milenio, hemos comprobado cómo las mesas de novedades se han ido cubriendo de ciencia ficción exótica, procedente de los lugares más inesperados del globo, y cómo, gracias a ello, las temáticas que aborda y los puntos de vista elegidos han ganado en amplitud y variedad. Lejos quedan los alienígenas monstruosos de rostros y ademanes incomprensibles, metáforas de culturas rivales que amenazaban con inundar la Tierra y aplastar el monopolio del hombre blanco, encarnado en la american way of life: en los últimos tiempos, la ficción especulativa, más arrimada en ciertos aspectos a las ciencias sociales que a las de la naturaleza, ha tendido a interesarse por formas de vida alternativas, equiparándolas a las nuestras, y a interpretar el encuentro con el extraterrestre como un gran choque cultural, antes que enfrentamiento entre ejércitos. De ahí el éxito de propuestas como la del jamaicano Marlon James, que proponía una reescritura de las claves de la fantasy tolkieniana (o más bien de Juego de Tronos) con acento tropical, centrada en los iconos antropológicos del continente negro.

Dentro de este contexto debe situarse el reciente auge de la ciencia ficción china, que de un tiempo a esta parte copa antologías, escaparates de librerías, portadas de suplementos y congresos especializados. Animada por el tímido aperturismo, propulsada por nuevas generaciones de autores trasplantados a los Estados Unidos (muchos de ellos se expresan directamente en inglés), la ficción especulativa china (que incluye, aparte de Ken Liu y Ted Chiang, de los que hablaremos enseguida, a Liu Cixin y su trilogía de los tres cuerpos, Xia Jia y Hao Jingfang) se ha ganado a conciencia un puesto en el podio de los mejores productos, por calidad, alcance y valentía, de cuanto se hace en la actualidad: comenzando con el terreno breve en los albores del nuevo siglo o las postrimerías del anterior (algunos de los primeros cuentos de Ted Chiang aparecieron en revistas en los noventa), ha ido expandiéndose hacia horizontes más ambiciosos y finalmente se ha atrevido con la high fantasy (como la serie La dinastía del Diente de León, del propio Liu), que es un poco la fase de posgrado de la literatura fantástica y aquella para la que todo autor de lo mismo reserva su do de pecho fundamental.

Portada del libro. Portada del libro.

Portada del libro. / D. S.

Aunque esta última percepción, como suele suceder con las percepciones en general, resulta más bien errónea. Sin asomo de duda, la gran literatura de imaginación china (o gran literatura de imaginación a secas) se encuentra antes en el formato reducido que en la plúmbea sucesión de volúmenes de la saga. La muestra está, aparte de en los prodigios de orfebrería que ya nos ofreció Ted Chiang en su más reciente muestra Exhalación (publicada aquí por Sexto Piso en septiembre de 2020), en la presente antología de Ken Liu, La chica oculta, que prolonga su laureada y merecidamente famosa El zoo de papel (también editada en España por Alianza, dentro de su valiosa, y valerosa, colección Runas en 2017). Lo que dijimos en este mismo espacio sobre Chiang puede aplicarse, mutatis mutandis, a los trabajos de Liu: ambos son chinos, ambos inmigrantes (uno de primera y otro de segunda generación), ambos se han educado, antes que en el de la literatura, en el ejercicio de la computación o de la gestión de empresas, ambos tratan de convivir, a veces conflictivamente, con la cultura de sus ancestros a la vez que adaptarse a la de su nueva patria de acogida, esa gran trituradora de iconos, temas y estilos que es la occidental en general y cuyos piñones lo procesan todo.

Es difícil deslindar la presente selección de Liu de su inmediata predecesora, de la que (según él mismo admite en el prefacio) no constituye más que una extensión o añadido. Algo más prolífico que Chiang, nuestro autor ha ido ofreciendo estas estampas a sus lectores en revistas especializadas a lo largo de diez años, lo que le ha dado ocasión, aparte de para ganar varios premios Hugo y Nebula, para pulir la lacónica eficacia de su estilo. Aunque la comparación resulta inevitable (yo recaigo constantemente en ella), los textos de Liu resultan menos densos, menos gélidos, que los de su compañero de letras, y suelen apelar más a los sentimientos soterrados del lector. Ello se debe, seguramente, a que la fuente primera de la narración es distinta: lo que en Chiang viene motivado por pura curiosidad intelectual, por una teoría peregrina o el modo de pensar de alguien muy alejado en el espacio, el tiempo o la cordura, se inclina en Liu del lado del testimonio y, a veces, la protesta.

Así, tenemos que mucha de la ficción del último (ejemplos paradigmáticos de la presente selección son Días de fantasmas, El demonio de Maxwell o Renacido, precisamente las tres piezas con que se abre el volumen) gira en torno a un problema principal: el de la conservación de la identidad (cultural, personal) en un medio que, tecnología mediante, atenta constantemente contra sus límites. Como ya quedó patente en su título más celebrado, el ubicuo The paper menagerie, Liu explora sin cesar, por activa y por pasiva, haciendo girar las diversas superficies del poliedro, el peligro de perder la memoria ancestral (la china, en su caso) en un mundo que impone salvajemente la dictadura de lo nuevo, donde el pasado se despinta y desaparece prácticamente con cada crepúsculo. Ello le sirve para ir introduciendo sus dedos en las sucesivas llagas del transhumanismo, la revolución digital, las políticas de privacidad, la realidad virtual, la gestión de las crisis humanitarias, en una de las recopilaciones más originales y suculentas que puede ofrecer hoy una librería y que debería contarse, o eso creo, entre las alternativas cardinales de lectura para la tumbona de este verano.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios