El rinoceronte del rey | Crítica

Una bestia de la Antigüedad

  • Nórdica edita, con ilustraciones graves y sencillas de Antonio Santos, 'El rinoceronte del rey', estupendo opúsculo de Jesús Marchamalo donde se resume la célebre llegada de este animal, luego retratado por Durero, a la corte lusa del XVI

El periodista y escritor Jesús Marchamalo

El periodista y escritor Jesús Marchamalo

En breve y estupendo opúsculo de Jesús Marchamalo, con prólogo de Luis Landero y sólidas ilustraciones de Antonio Santos, se da cuenta, en cierto modo, de la corporeización de un mito. También del nuevo mundo que nace con las grandes navegaciones del XV-XVI, así como de aquella digestión de la Antigüedad -de sus hombres, sus dioses y sus bestias- que conocemos como Renacimiento. Dicho mito no es otro que el rinoceronte de la paganidad romana, glosado por Plinio; lo cual debe conducirnos, si no orillamos la Edad Media, al mito del Unicornio, cuyo cuerno y cuya blancura quizá sean eco del rinoceronte africano, y no de la variedad asiática que llega al puerto de Lisboa en mayo de 1515, como regalo del sultán de Ahmedabad para el rey Manuel I el Venturoso.

Durero grabó, sin haberlo visto, a este célebre ejemplar de rinoceronte

Esto supone ya el tráfico de la especiería traída de las Molucas. Pero también la curiosidad científica que lleva a Durero a dibujar, sin haberlo visto, este ejemplar llamado Ganda, convertido en uno de sus más célebres grabados. No en vano, es la ávida Rinascitá que bucea en Plinio quien opondrá en singular combate a este pacífico animal con un elefante, propiedad del rey luso, en emulación de aquél otro duelo, en tiempos de Pompeyo Magno -55 a.C.-, que viene recogido en la Historia Natural, y donde se da el motivo de dicho enfrentamiento. Según Plinio, ambas bestias son enemigos irreconciliables, siendo así que sólo hay un antagonista mayor del elefante: el dragón, vale decir, las vastas y ominosas sierpes que duermen su sueño primordial en las selvas indostánicas.

El combate entre Ganda y el elefante, ocurrido en la actual Praça do Comérçio lisboeta, se saldó con la huida del paquidermo, y sin que el rinoceronte, según exige la tradición, clavara su cuerno en el bajo vientre del adversario. De hecho, Ganda encontraría la muerte poco después, pero no en una escaramuza bélica; embarcado y a la vista de la costa italiana, como ofrenda al papa León X, la nave que lo transportaba naufragó, llevándose consigo a este unicornio amistoso, dócil y desventurado.

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