El árbol de agua | Crítica

La fértil nostalgia

  • Pepitas de Calabaza reúne tres de los libros más memorables de Tonino Guerra en la primera entrega de su poesía reunida

Tonino Guerra.

Tonino Guerra. / Lolo Vasco

Tonino Guerra (Santarcangelo di Romagna, 1920-2012) se hizo poeta y narrador en el campo de concentración de Troisdorf, donde estuvo confinado por los nazis entre 1943 y 1945. En medio de aquel territorio de pesadilla y en romañol, el dialecto de su lejana Emilia-Romaña natal, inventando o recordando historias para sus compañeros de cautiverio, asumió la poderosa capacidad compasiva de la palabra: "Mi intención era hacerles compañía, que la lengua materna y la poesía nos salvaran de aquel horror, nos acunaran". Y en esa vocación se reafirmó con el tiempo: "Desde entonces, mi poesía no pretende más que hacer compañía a quien la lea".

En 1946, el año siguiente a su liberación, juntó aquellos versos, concebidos con la inmediatez sanadora de la lengua hablada, en su primera obra escrita: I scarabócc (Los garabatos). Ese librito fue en cierto modo su pasaporte a la profesión de contador de historias en la modalidad que más se le reconoce, la de guionista, dando pie a colaboraciones que han marcado el devenir del cine europeo: con Antonioni (La aventura, 1960; La noche, 1961; El eclipse, 1962, Blow Up, 1966), con De Sica (Matrimonio a la italiana, 1964; Los girasoles, 1970), con Tarkovski (Nostalgia, 1980) o por supuesto con su coterráneo Fellini (Amarcord, 1973; Y la nave va, 1983; Ginger y Fred, 1986).

El cine nunca desvió a Tonino Guerra de la poesía. Al contrario. Toda su creación refleja una continuidad en la que, como bien supo ver Italo Calvino, "hay siempre un cuento en cada uno de sus poemas; hay siempre poesía en cada uno de sus cuentos". Si en sus guiones es frecuente la elevación de la anécdota a la categoría de destello poético, en sus poemas –tan apegados a los ritmos de la oralidad en prosa– la narración fluye alumbrada por la maravilla cotidiana. Tal vez Tonino fue quien asumió con más fecundidad, tanto en sus líneas de guion como en sus versos, esa apasionante transición del neorrealismo en la que la representación de la realidad ya no era solo una cuestión de mímesis y a la verdad podía llegarse, como quería precisamente Fellini, "dando un rodeo".

Guerra es un campesino cosmopolita, un hombre de mundo con una sensibilidad excepcional

Fue de todas formas a partir de los años 80 cuando con más intensidad se dedicó a la escritura poética, coincidiendo con la afortunadamente larga etapa final de su vida y con un repliegue vital sobre su geografía originaria. Sin abandonar el cine (de esa época son, por ejemplo, sus primeros guiones para Angelopoulos) cambió su residencia en Roma por una casa en la montañosa Pennabilli, en el valle del río Marecchia, al que llamaba "el árbol de agua". Y en esos años mandó a la imprenta el cuerpo más amplio y significativo de su producción poética escrita, además de revelarse, en la definición común, como un "artista del Renacimiento": pintaba, concebía jardines, diseñaba muebles…

La decisión de escribir en romañol (no se considera una variante dialectal del italiano sino una lengua que ha evolucionado en paralelo del latín vulgar) ha determinado que sea un poeta menos antologado y menos traducido que sus coetáneos. Aunque a su vez lo ha hecho depositario de un tesoro que va más allá de lo filológico para conectar de forma indisoluble el idioma con la naturaleza y la cultura campesina de la zona.En España, su poesía se ha ido dando a conocer esporádicamente gracias a la labor del poeta Juan Vicente Piqueras y al empeño de pequeñas editoriales. En 1993, La Palma publicó una edición trilingüe (romañol / italiano / español) de La miel, su poemario más célebre. Y en 2001 fue la Universidad Popular José Hierro la que se aventuró con una edición de su obra completa.

Décadas después, la editorial riojana Pepitas de Calabaza ha tomado el relevo de aquella difusión minoritaria con la intención de amplificarla, desgranándola en ediciones muy esmeradas. Lo anticipó en 2018 con una deliciosa reedición bilingüe (romañol / español) de La miel y lo ha confirmado ahora con la publicación de El árbol de agua, primera entrega de lo que se anuncia como su Poesía reunida. Este volumen suma al nuevo rescate de La miel otros dos títulos: El viaje y El libro de las iglesias abandonadas. Como en los casos anteriores, Piqueras asume la traducción y el prólogo, pero además se hace dialogar al texto (de forma respetuosa, sin invadirlo) con una numerosa serie de linograbados del pintor Carlos Baonza.

Cubierta del libro. Cubierta del libro.

Cubierta del libro.

Estructurada en treinta y seis cantos, el protagonista de La miel es un anciano que regresa tras mucho tiempo a su pueblo: "No podía soportar ni un día más la ciudad / con todas aquellas uñas delante de la boca". De los mil doscientos paisanos que habían poblado su niñez, ahora solo quedan nueve, un coro a la vez fantasmal y superviviente que le acompañará en su reencuentro con la tierra y con su hermano —casi un doble, casi un opuesto—, que optó por permanecer cuando los demás emigraron. El viaje, por su parte, es la insólita odisea de Rico y la Zaira, un matrimonio que decide cumplir en su vejez el sueño de una luna de miel muchos años postergada, siguiendo a pie el curso del Marecchia hacia el mar. Y El libro de las iglesias abandonadas es, como anuncia su título, un inventario de la fe deshabitada, de las doce iglesias blancas que despuntaban en el valle y ahora son apenas un rastro de piedra derrumbada en el que sin embargo aún late la sombra de la religiosidad ancestral, de lo sagrado como encuentro.

Los tres poemarios siguen la fluida distribución sin rima ni métrica de esa oralidad narrativa y prosística propia de la escritura de Guerra. Más allá de su forma, tienen en común la evocación de la Italia vaciada, de un mundo rural en extinción que recuerda mucho a la Europa desplazada en nombre del "progreso" tantas veces escrita y descrita por autores tan diferentes como John Berger o Miguel Delibes. El Tonino Guerra que hace memoria y revisita los lugares de su pasado en El árbol de agua es, por lo demás, un campesino cosmopolita, un hombre de mundo con una sensibilidad excepcional y una extraordinaria capacidad para convertir en poesía todo lo que su imaginación procesa. Por eso su nostalgia es tan fértil.

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