El Antiguo Régimen y la Revolución | Crítica

La mecánica del azar

  • En esta obra de Tocqueville se anuncia, no sólo la continuidad de la Revolución y el Antiguo Régimen, sino la imposibilidad de prever los efectos de cualquier actividad humana

Alexis de Toqueville, pintado por Chassériau en 1850

Alexis de Toqueville, pintado por Chassériau en 1850

Esta obra de Tocqueville no es sólo la culminación de una secuencia que comienza con La democracia en América y sigue con sus Recuerdos de la Revolución de 1848. Y tampoco es oportuno presentarlas como un mero complemento de las Memorias de ultratumba de Chateaubriand y las Reflexiones de Burke sobre la revolución de Francia. El linaje de estas páginas de Tocqueville pertenece, acaso, a otro orden intelectual, no sólo memorístico. Pertenece, de un lado, a un tipo de Historia que se hará plenamente dos siglos más tarde; pero también, y de modo prominente, pertenece a una forma de analizar la realidad que eludirá (el marxismo está a punto de formularse intelectualmente) cualquier tipo de determinismo.

La rara clarividencia de Tocqueville radica en su formulación inversa y anticipada del existencialismo

Sucede así que El Antiguo Régimen... de Tocqueville procede, remotamente, del Método de la Historia de Jean Bodin; y con mayor proximidad, de Herder y de Giambattista Vico. Aun así, es Montesquieu, en sus Cartas Persas, y luego en El espíritu de las leyes, quien distingue con claridad el modo y el orden en que los hechos se producen. Vale decir, la forma en que el medio, la ideología y el azar dibujan y modelan los actos humanos. El hallazgo de Tocqueville, o por mejor decir, su rara clarividencia, será una formulación inversa y anticipada del existencialismo.

Si para Ortega el yo es un yo circunstanciado, para Tocqueville, que aún no ha padecido el idealismo alemán del XIX, la circunstancia es sólo el ámbito, la regla, la ceñida horma, donde la voluntad del hombre se despliega. A ello se añade otra ponderación, que aún hoy no acaba de digerirse: el hombre puede conocer el origen de sus actos, pero nunca el alcance último de sus consecuencias. Y es con esta doble impedimenta como Tocqueville se asoma a su pasado inmediato, a la Revolución de 1789, para datar, no su radical ruptura (que también), sino su profunda continuidad con el Antiguo Régimen.

Ésa es la paradójica novedad que nos trae el gran Tocqueville, su genio melancólico, su extraordinaria y ecuánime perspicacia.

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