Cultura

Todas las vidas posibles

  • Felipe Benítez Reyes regresa a la novela con 'El azar y viceversa', un libro donde da forma definitiva a un espacio literario absolutamente propio y crea un personaje fuera de lo común.

El azar y viceversa. Felipe Benítez Reyes. Destino. Barcelona, 2016. 512 páginas. 21 euros.

De todas las vidas posibles, únicamente podemos vivir una. Cada decisión que tomamos aparta de nuestro camino las múltiples posibilidades de ser otro. A veces ni siquiera eso. El azar, la suerte, eso que llamamos vagamente destino, se impone con sus consecuencias arrebatadoras. Saber mirar alrededor, imaginar la andadura imprecisa de esos otros desprendidos de uno mismo, que tal vez deambulan por no se sabe qué vericuetos del espacio, reconocer que somos solo una probabilidad entre tantas combinaciones aleatorias posibles, puede ser un ejercicio tan desolador como estimulante.

"Todos llevamos una triple vida, sustentada en tres pilares: lo que creemos ser, lo que quisiéramos ser y lo que en verdad somos", nos dice Felipe Benítez Reyes en la primera página de su última novela, El azar y viceversa, y con esta afirmación pone al lector en el punto de salida de una historia que es la historia de una vida particular, concreta, con nombres y apellidos, pero que es también la historia de muchas vidas, de una multitud de vidas posibles entrecruzadas por los delirios de la fortuna o la mala suerte.

Antonio, el protagonista, habla en primera persona al sorprendido lector, seducido desde las primeras páginas, para contarle su vida; aunque el lector acabe descubriendo que se ha colado de rondón en una sarta de confidencias que no van dirigidas a él, sino al propio autor, depositario de la memoria, urdidor del espejismo.

A través de su narración, de su exposición directa de los hechos, Antonio reconstruye su vida, le da forma, la mantiene en pie, reinventa su biografía para ajustarla al hilo argumental de los días, de los meses, de los años sucesivos, "…pues es probable que no seamos dueños de nosotros mismos, responsables exclusivos de lo que somos, pero es posible que seamos dueños absolutos de nuestro yo inventado".

Benítez Reyes asegura que es ésta una novela heredera de la picaresca, regida por un espíritu dickensiano, y lo es en el tono, en la presentación de los muchos personajes que deambulan por ella, e incluso en el lenguaje depuradísimo y a la vez sorprendentemente coloquial. Pero es Antonio -Rányer, Padilla, Toni, que muchos son los apelativos a los que responde a lo largo de su vida- un pícaro fuera de lo común: noble hasta en sus bajezas, poco urdidor, optimista por naturaleza, melancólico, conforme con su destino, donjuán de pacotilla, filósofo de barra, buen lector, medianamente culto, aprendiz de poeta surrealista… Además de servidor de múltiples "señores", es escudero atónito del algún que otro Quijote y compañero de viaje de otros tantos esperpentos de la realidad, locos reconocibles, embaucadores de la suerte. Antonio es un pirata que ha encontrado muy pronto su tesoro, el Tesoro de la lengua castellana o española de Covarrubias, y acudiendo a él se explica a sí mismo, el mundo y sus envites cuando no le queda otra cosa a la que agarrarse.

Felipe Benítez Reyes tira de material propio, biográfico y literario, para dar vida plena al pelirrojo Antonio y al sorprendente coro que lo acompaña en sus periplos por Rota, Cádiz, Sevilla, Jerez, la sierra gaditana y Rota de nuevo. Nos encontramos ante un personaje sin fisuras, que se deja llevar por lo que le sale al paso, un menesteroso dispuesto siempre a ir hacia adelante, que cuenta su historia sin pedantería, sin vanagloriarse y sin apenas cuestionarse los pasos en falso, con capacidad de arrepentirse de los errores, pero con capacidad también para perdonarse y seguir adelante. El lector puede compartir con él la levedad y brevedad de los momentos felices y también "peregrinar a los infiernos fragantes" en busca de una "dosis de degradación y de ilusionismo sucio".

El azar y viceversa es una novela generacional y absolutamente personal que ha crecido lentamente, llena de pequeños y conmovedores homenajes íntimos y algún que otro público. En sus más de quinientas páginas no hay una frase que desentone, nada accesorio, nada gratuito. En ella reconocemos al Felipe Benítez Reyes de sus obras anteriores. Está su prosa brillante sin efectismos, sus imágenes sorprendentes, su capacidad para usar el humor como arma de redención de la realidad a veces insoportable: "Si buscas en lo más hondo de ti tu espíritu esencial, tu yo verdadero, y tienes la mala suerte de encontrarlo, procura no estar cerca de la ventana abierta de un quinto piso".

Pero con El azar y viceversa Benítez Reyes ha conseguido dar forma definitiva e indeleble a un espacio literario absolutamente propio y ha creado un personaje brillante y perdurable, digno paisano del también menesteroso gaditano Juan Cantueso de Fernando Quiñones: "Por lo demás, quiero creer que todas las vidas son esencialmente imperfectas: como si te obligaran a escribir una novela sin tener de corregir ni una coma…".

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