Cultura

Tiros a la barriga

  • Libros del Asteroide reedita el 'Viaje a la aldea del crimen' de Sender, un libro de impacto tan formidable que contribuyó al debilitamiento de la República.

Viaje a la aldea del crimen.Ramón J Sender. Libros del Asteroide. Barcelona, 2016. 212 páginas. 16,95 euros

Con esta frase, tan repetida como incierta, se acusó al presidente del Consejo de Ministros, Manuel Azaña, de ordenar la represión del motín anarquista, ocurrido en la pedanía gaditana de Casas Viejas, en la noche del 10 al 11 de enero de 1933. De los hechos relatados en la obra de Sender, así como de las intervenciones parlamentarias y el propio testimonio de los supervivientes, se deduce no sólo que la Guardia Civil y la Guardia de Asalto comandada por el capitán Rojas se excedieron al sofocar el conato de "comunismo libertario" que se había decretado en la aldea; se deduce también que procedieron a ejecuciones sumarias entre los hombres capturados tras el combate. La propia forma en que se sofocó la rebelión ya resultó violenta y desafortunada, con un abultado número de víctimas. Pero fue el conocimiento de las ejecuciones posteriores lo que daría una enorme trascendencia política a unos hechos que, en principio, se suponían tan desgraciados como irrelevantes desde el punto de vista del orden público.

Según nos recuerda Antonio G. Maldonado en su prólogo, las crónicas que Sender escribe para La Libertad, publicadas a partir del 19 de enero de 1933, y que se recogen -modificadas- en este volumen, tendrían un enorme influjo, no sólo en la opinión pública del momento, sino en la historiografía posterior, que daría por válida la interpretación de Sender y el concepto adverso de Manuel Azaña que se derivó de aquellos sucesos. "Lo demás -escribe Sender al final de este trágico Viaje a la aldea del crimen-, la pugna parlamentaria de los partidos burgueses sobre Casas Viejas, no es sino lo que decíamos antes: una disputa entre verdugos ante los cadáveres calientes aún de sus víctimas". De hecho, los sucesos de Casas Viejas acabarían propiciando, meses después, la caída del Gobierno Azaña y la victoria electoral de las fuerzas conservadoras aglutinadas en la CEDA. Sin embargo, lo que se deduce de los diarios de Azaña (publicados por primera vez en 1997) es muy distinto de lo denuncia Sender y de lo que, posteriormente, difundiría el capitán Rojas en su defensa. Tras la lectura de dichos diarios, lo que evidencia no es sólo que Azaña ignorara el pormenor de tales sucesos, sino que temía que las fuerzas de orden público fueran reacias a enfrentarse a las algaradas que menudeaban por aquellas fechas. Así lo discute el propio Azaña con el ministro de Gobernación, Casares Quiroga, el mismo día 10 de enero, horas antes de que se produjera la matanza de Casas Viejas.

Con lo cual, tenemos que este Viaje a la aldea del crimen ofrece varias lecturas, aparte la información periodística y el juicio literario que cabe extraer, legítimamente, de sus páginas. Un juicio literario y un mérito periodístico favorables en todo caso al escritor, pero en los que se inmiscuyen, como ya hemos señalado, consecuencias políticas y valoraciones históricas del todo inadecuadas. Si es cierto que la denuncia de la miseria en que se hallaba el agro español era tan oportuna como necesaria, no parece claro, en modo alguno, que tal miseria viniera propiciada o alentada por el Gobierno de la República, como afirma Sender. De igual forma, si es un hecho irrebatible que las tropas enviadas a Casas Viejas tuvieron un comportamiento criminal, no lo es en absoluto que dicho comportamiento derivara de una orden del Gobierno. Con lo cual, lo que este Viaje a la aldea del crimen nos permite colegir, de un modo determinante, es el amargo clima político y la inestabilidad social que acompañaron a la Segunda República, alentados no sólo por los adversarios del republicanismo, sino por los propios desencantados -como Sender- que esperaban ver, quizá, cómo se obrara el milagro de una súbita prosperidad en una España paupérrima, desigual y enormemente politizada. El resultado último de aquella conflictividad creciente ya lo conocemos todos. Debe decirse, aun así, que si la perspectiva de Sender era errónea, si sus crónicas contribuyeron a la debilidad de la República, no es menos cierto cuanto se dice de la estremecedora escasez de los campesinos y de la tan esperada cuan fallida reforma agraria. Sin aquella postración de buena parte de los españoles, no puede comprenderse esa hora capital de la historia de España. Por idénticas razones, sin el éxito de los grandes ismos que atravesaron la primera mitad del XX (fascismo y comunismo), no alcanzaremos a comprender la caída de aquel régimen burgués que deploró, con amargura, Sender.

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